Avisos Legales
Opinión

Las Estaciones de la Violeta en las tierras de Gabriela

Por: Paulo Andrés Carreras Martínez | Publicado: 23.09.2017
Las Estaciones de la Violeta en las tierras de Gabriela Las estaciones de la violeta |
Parra y Mistral dejan la lección que si bien es cierto la coherencia y consecuencia tienen un alto precio en una sociedad tendiente al individualismo y uso de máscaras, más temprano que tarde el legado puede hallar eco en una niña que recita y se conmueve con un poema de “Desolación”, un joven que guitarrea décimas militantes y contestatarias o una artista como María Victoria Carvajal que me invita a redescubrir el precioso y admirable arte de las arpilleras.

Sin saberlo y como un verdadero y preciado hallazgo fue el encuentro que hace unos meses tuve con una preciosa obra realizada por la artista chilena María Victoria Carvajal. La exposición “Las Estaciones de la Violeta” realizada en la Sala Lagar del Museo Gabriela Mistral de Vicuña, consistía en una exhibición de arpilleras en homenaje a la cantautora y artista visual Violeta Parra. La disposición de cada una de las arpilleras no era azarosa, nos presentaba una Peregrinatio Vitae, que trasunta toda una vida cargada de pasión, talento y compromiso militante por la tierra, su contexto y circunstancia de la artista nacional.

A través de una serie de doce arpilleras bordadas y que fusionaban el arte con la literatura -cada trabajo iba acompañado de décimas que homologaban diversas etapas significativas de la vida de la artista- podíamos adentrarnos aún más en el apasionado periplo artístico de esta mujer, que hizo de su música un arma y una herramienta potente contra las desigualdades e injusticias que aún hoy existen en Chile.

Nada paradójico parece el cruce de estas dos grandes mujeres en la localidad nortina, ambas adelantadas a su tiempo con un compromiso latinoamericano, indigenista, feminista, campesino y rural, en férrea defensa siempre de los oprimidos y marginados. Tanto Gabriela como Violeta instalan un discurso político y social en una época donde era más fácil callar que abrazar causas incómodas para la elite, el patriarcado y el patronazgo. El amor y defensa de la tierra, los pueblos originarios y los desposeídos son tópicos que tanto Mistral como Parra comparten. “Me gusta sentarme en la tierra porque sé que estoy firme y sentir la naturaleza en mí…”, decía la gran Violeta Parra. A su vez, Gabriela Mistral sitúa su querido Valle del Elqui como un locus amoenus que la protege, cobija y ampara. Para ella su tierra es tranquilidad y refugio: “Y esto que es el Valle del Elqui puede llegar a amarse como lo perfecto. Tiene perfectas todas las cosas que los hombres puedan pedir a una tierra para vivir en ella…”.

Las Estaciones de la Violeta es un  homenaje a la vida y obra integral de Violeta Parra, a través de una serie de doce arpilleras bordadas de gran formato, 124 por 146 cm a 220 por 128 cm. Los temas de las arpilleras son: “El Nacimiento”, “La Familia”, “Viaje al Sur”, “Recopilando el folklore”, “Arriba Quemando el Sol”, “Los Secretarios no la Quieren”, “Viaje a Europa”,  “Exposición en París”, “Regreso a la Patria”,  “La Soledad”, “La Decisión”, “Resurrección”. Cabe destacar además que los materiales utilizados en la elaboración de las obras fueron lino/yute, arpillera, lana, algodón y otras fibras para el bordado.

En este recorrido biográfico de Parra encontramos más de alguna semejanza con la vida de Mistral, coincidencias que no hacen más que enaltecer la figura de ellas muchas veces encasilladas en “Volver a los 17” y “Los piececitos de niño” (sin quitar para nada mérito a ambas obras). La cultura dominante ha intentado callar las voces políticas de estas mujeres empequeñeciendo su discurso y obra en aras de no incomodar a la cultura impuesta y oficial. El amor a lo rural, al terruño, los trabajadores carenciados y los indígenas que tuvo Violeta, también los compartió a cabalidad Gabriela Mistral quien ha sido casi cercenada culturalmente al visibilizarla casi exclusivamente en rondas o poemas infantiles a nivel escolar.

Mientras observo una de las arpilleras titulada “Canto a la Pampa” un homenaje a la Matanza pampina salitrera de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, recuerdo una de las tantas frases que en defensa de los oprimidos (en este caso los indígenas) expresaba la poetisa: “Nos manchan y nos llagan, creo yo, los delitos del matón rural que roba predios de indios, vapulea hombres y estupra mujeres sin defensa a un kilómetro de nuestros juzgados indiferentes y de nuestras iglesias consentidoras”. Por su parte Violeta exteriorizaba ese mismo sentimiento de impotencia y rabia ante la opresión contra los mapuches en su canción “Arauco tiene una pena” en versos como: “ya no son los españoles los que les hacen llorar, hoy son los propios chilenos los que les quitan su pan”. Las injusticias sociales conmueven a Mistral tanto como a Violeta, tienen posición política ante los hechos y a pesar de sus constantes viajes y estadías en el extranjero nunca dejan de sentirse aferradas a su tierra, en el caso de Mistral, el mismo norte chico que cobija esta hermosa exposición.

Como un oasis en pleno desierto y entre los valles transversales y el clima seco de la localidad de Vicuña en la cuarta región, regreso a mi tierra halagado de haber coincidido con esta sincronía de dos grandiosas mujeres que compartieron mucho más que el dolor, la soledad, la indiferencia y desprecio de una sociedad altamente elitista, clasista y patriarcal. Parra y Mistral dejan la lección que si bien es cierto la coherencia y consecuencia tienen un alto precio en una sociedad tendiente al individualismo y uso de máscaras, más temprano que tarde el legado puede hallar eco en una niña que recita y se conmueve con un poema de “Desolación”, un joven que guitarrea décimas militantes y contestatarias o una artista como María Victoria Carvajal que me invita a redescubrir el precioso y admirable arte de las arpilleras.

Paulo Andrés Carreras Martínez