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Opinión

Racismo crudo y duro

Por: Claudio Millacura Salas | Publicado: 04.10.2017
Sí, la interculturalidad es posible. Lo será cuando comprendamos que no podemos solo luchar por nuestros hermanos en huelga de hambre, sino que también por Joane, por Lissette, por Zamudio, por Huenante, por Vergara, por Maldonado.

«Soy América. Soy la parte que ustedes no reconocen, pero acostúmbrense a mí. Negro, seguro de mí mismo. Engreído, es mi nombre, no el de ustedes; mi religión, no la de ustedes»

-Muhammad Ali

 

Habitualmente escribo en este espacio virtual con la intención de aportar elementos que le permitan a la lectora o lector romper la añeja cadena de juicios y prejuicios que se ha construido en torno al mapuche. No es un trabajo fácil, ya que son demasiados años que bajo la lógica de Sergio Villalobos y su púlpito nacionalista, construidos por las hojas de los textos de estudios obligatorios de la educación chilena, en que la sociedad chilena considera como un inferior a mujeres y hombres que conformamos parte de los Pueblos Indígenas.

Justo el día en que tras 116 días de huelga de hambre, gobierno y hermanos mapuche alcanzaron un acuerdo para poner término a tan desesperada medida, una terrible noticia golpeó mi cara. Joane Florvil, joven haitiana de 28 años que fue internada y detenida por el presunto abandono de su hija de dos meses, falleció en Santiago.

¿Cuál es su historia? Según informó Radio Bío Bío, «Joane Florvil fue detenida el miércoles 30 de agosto acusada de abandonar a su hija de 2 meses en la Oficina de Protección de Derechos (ODP) de la comuna de Lo Prado, situación que desde la comunidad de haitianos desmienten, dado que Joane no habría abandonado a su hija, sino que habría perseguido a un asaltante que le robó su bolso, situación que fue percibida como un abandono por algunas personas que llamaron a Carabineros. Tras la denuncia, la joven fue detenida».

Joane, una vez detenida e ingresada al calabozo de la 48 comisaria de Menores y Familia, en barrio Dieciocho, comenzó a darse golpes en la cabeza obligando a los funcionarios a premunirla de un casco “estilo fuerzas especiales” para que no siguiera haciéndose daño. A raíz de la gravedad de sus lesiones es que fue ingresada a la Posta Central, donde informaron que la mantenían sedada y que su condición era de extrema gravedad.

Falleció finalmente este sábado en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, donde había sido trasladada para ser evaluada ante la necesidad de ser trasplantada por una falla hepática. Una intervención que habría sido desechada por la gravedad de las lesiones cerebrales de la paciente. Triste, vergonzoso. Pero no es todo, su hija de dos meses en estos momentos se encuentra en el peor lugar posible. Sí, el peor lugar: la Casa Nacional del Niño. Órgano dependiente del Servicio Nacional de Menores, SENAME. A la espera que su padre, Wilfrid Fidele, pueda comprobar su paternidad y reclamar una tuición que, luego del robo de los documentos de Joane, se hace muy difícil.

El Movimiento Acción Migrante ante los hechos hasta aquí narrados, dijo: “Se trató de una cadena de prejuicios, un sesgado proceder, la ausencia de una indagación sujeta a derechos humanos, así como de un debido proceso, coronada además con informaciones en prensa torcidas sobre los hechos, que derivó en el escarnio público sobre una persona violentada y víctima de un robo primero, y de una injusta acusación de abandono a su hija después”.

Así la vida, una vez más, nos pone en posición de comprobar aquello que la historiografía nacionalista se empeña en negar. Como porfiados monos de trapos, a los cuales se les golpea una y otra vez. Es que negros e indios compartimos el protagonismo en este entramado de historias que no son historias. Uno de los mayores historiadores nacionales, Álvaro Jara, nos explica en «Guerra y Sociedad» que luego del Desastre (para los pro europeos) o de la Victoria (para los pro araucanos) de Curalaba en 1598 se produjo un hecho atípico al estatuto jurídico de vasallos del rey reconocido a los indígenas de América a partir de 1542:

«Es notable la unanimidad en favor de la esclavitud que se produjo en el reino después de la muerte del gobernador en Curalaba. El acontecimiento era grave, el peligro grande, la desesperación no menos. En este momento el más extremo rigor parecía excesiva suavidad y las deseadas soluciones practicadas ilegalmente desde tiempo anterior encontraron un fácil cauce y posibilidades justificativas nuevas. Los partidarios de la esclavitud supieron aprovechar la oportunidad que los acontecimientos les presentaban. Militares, funcionarios, religiosos y encomenderos coincidían en pensamiento: la esclavitud de los indios era una de las panaceas para enderezar los maltrechos asuntos del reino. Se acabaría la guerra y vendría la prosperidad, se poblarían los campos y se trabajarían las minas y además los bárbaros recibirían el castigo a que eran tan acreedores».

De esta manera, por más de 66 años indios y africanos compartieron el horror de perder la libertad, por decreto, pues desde mucho antes ya la perdían de facto. Por esta razón es que América no puede ser entendida sin su componente indígena pero tampoco sin su componente africano. Ambos están cruzados por la violencia del proceso de conquista, mas tarde independentista y finalmente por  la consolidación del Estado-nación latinoamericano. Ambos cargan con el sentimiento de haber sido desplazados de sus lugares de origen. Del estigma de ser inferiores. Pero si todavía no se logra dilucidar la propuesta de este escrito desde la vergüenza, seré aun más explícito. ¿Qué tienen en común indios y africanos? La violencia ejercida sobre ellos, la inhumana condición de esclavos, el desplazamiento forzado de sus territorios. El silencio de la historiografía. La negación del “otro” como un otro válido. De manera más contemporánea, la exclusión, la negación, la pobreza. Y en particular la historia de Joane y la de los hermanos mapuche en huelga de hambre, una sociedad chilena indolente, racista, xenófoba y por cierto Carabineros de Chile que, ante la diferencia, solo atina a reducirla a través de la fuerza en pro de la nación.

En esta historia no está en juego el orden público. Tampoco el imperio de las leyes, que en cualquier Estado de derecho se debe respetar. Ni siquiera está en juego el bienestar de la menor de dos meses a cargo del Sename. Lo que está en juego es el tipo de sociedad que construimos y en la que participamos. La de «meterle balas a la diferencia» o una en donde el ser humano y su respeto guían el actuar de las instituciones que conforman el Estado. No es un multiculturalismo ciego a la diferencia el que necesitamos, ni mucho menos su “inocente” invitación a un diálogo simétrico, que si observamos con detención lo único que ofrece es asimilación. Lo que necesitamos es una interculturalidad que asume las asimetrías para superarlas. Es decir un diálogo entre feministas, antirracistas, anticolonialistas pero en nuestros territorios y bajo nuestras comprensiones, evitando la custodia del poder y sus instituciones del saber.

Este diálogo intercultural entre las y los periféricos no puede transformarse en un coro disonante de quienes alaban lo propio en desmedro de otros. Sino en un ejercicio crítico y perspicaz de lo que significa ser negro, indio, mujer, niño, lesbiana, en un contexto de colonización. La invitación es a construir este diálogo desde un territorio donde lo distinto deja de ser negativo para ser la mejor oportunidad que tenemos de encontrarnos. Sí, la interculturalidad es posible. Lo será cuando comprendamos que no podemos solo luchar por nuestros hermanos en huelga de hambre, sino que también por Joane, por Lissette, por Zamudio, por Huenante, por Vergara, por Maldonado. Mi más profundo agradecimiento a todas y todos quienes sinceramente se preocuparon y manifestaron en favor de los hermanos mapuche en huelga de hambre, pero con la misma sinceridad es que les digo que aún falta mucho trabajo por hacer, por sentir. Ustedes y nosotros nos merecemos una mejor sociedad, qué duda cabe. ¿Se suman a este nuevo diálogo?

Claudio Millacura Salas