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«I, Daniel Blake»: El pesimismo de la lucha de clases

Por: Nicolás Ried | Publicado: 10.10.2017
«I, Daniel Blake»: El pesimismo de la lucha de clases blake1 |
La señal política de Cannes puede ser leída como un compromiso profundo con la lucha de clases, con la clase obrera o con el cine de denuncia. Pero también puede ser leída como una alevosa ironía, cuando al año siguiente le dan el mismo premio que le dieron a Ken Loach a un filme como The Square de Ruben Östlund, cuyo motivo central es reírse del arte político de denuncia.

Que “es una señal política” se suele decir cuando un festival de cine premia un filme que no es el favorito de la industria. Es algo que se dice constantemente en el Festival de Cannes: se dijo cuando Emir Kusturica, autor de Maradonna, le dio la Palma de Oro a los hermanos Dardenne por El niño; cuando Steven Spielberg, director de Tiburón, se la dio a Kechiche, por La vida de Adèle; y se dijo, el año pasado, cuando George Miller, director de Mad Max, se la dio a Ken Loach por I, Daniel Blake.

Al calificar una película ganadora como señal política, una especie de aura rodea esa obra, situándola en una especie de paréntesis respecto de las alfombras rojas, los excesivos festejos y los flashes que capturan cada sonrisa que actrices y actores dejan salir de sus labios. Pareciera que al tomar esta decisión, la decisión política de premiar al cine que es político, se pagan todas las culpas de la industria cinematográfica, recordándole a todo el mundo el fuerte compromiso que el séptimo arte tiene por los desposeídos: se nos recuerda que lo primero que filmaron los hermanos Lumière fue, precisamente, a los obreros saliendo de su jornada laboral en la fábrica. Pero, ¿qué significa que premiar una película sea una señal política? Por lo pronto, significa que el festival, los miembros del jurado, los participantes y organizadores, se ubican en cierto plano en que otros no se ubican. Pero también significa que al filme ganador se le adjudica, no solo el premio, sino además una lectura sólida respecto de qué cosas dice.

El caso de I, Daniel Blake (2016) de Loach es particularmente interesante: en el norte de Inglaterra, Newcastle, un viejo carpintero llamado Daniel Blake tiene la intención de dejar de trabajar producto de un infarto y gozar, a causa de dicho accidente inhabilitante, del subsidio estatal para imposibilitados. Sin embargo, el sueño de salir del sistema laboral se hace cada vez más complejo a medida que choca una y otra vez contra los muros de la siempre creciente burocracia: que sus informes médicos fueron rechazados, que debe esperar un llamado, que aún no puede apelar, que de seguro su apelación será rechazada, que no hay manera de saber cuando le llamarán, que por favor espere, que se quede en línea, que no haga escándalo, que responda las preguntas, que busque trabajo. Daniel Blake parece vivir una broma infinita, hasta que se encuentra con Katie, una joven madre soltera que se encuentra en una situación similar a la suya. Vemos, entonces, cómo es que dos personas que no tenían nada en común, se unen en un tácito pacto de amistad por enfrentar a un enemigo en común que los oprime.

Ken Loach dice que este es un filme sobre la lucha de clases. El octogenario director obtuvo su segunda palma de oro tras haber sido desahuciado: hace unos pocos años, su productora comunicó a los medios que el realizador se retiraría del trabajo creativo. Aunque lo dijo remarcando un muy interesante detalle: Ken Loach abandonaría el cine narrativo, para dedicarse exclusivamente al trabajo documental. Lo que habría cambiado la decisión de Loach, y lo habría llevado a triunfar una vez más, fue el golpe de timón que se dio en la izquierda británica, a propósito de lo sucedido con Jeremy Corbyn, por una parte, y lo acontecido con el Brexit, por la otra. A Loach le pareció necesario hacer un último filme narrativo, una última película que se posicionara contra el capitalismo descarnado, contra los poderes trasnacionales, contra el poder burocrático. Una película que fuera como el rayado con el que Daniel Blake protesta en el edificio del estado. “Yo, Ken Loach”. Ese rayado, sin embargo, es tan pesimista como el de Daniel Blake, porque es el rayado de una izquierda que ya perdió toda esperanza, una izquierda derrotada. Si bien la lucha de clases existe, la vamos perdiendo, nos dirá Loach. Y es que uno nunca filma la lucha de clases, solo filma a una clase y su lucha, lo cual nos lleva a cuestionar si acaso este es un filme sobre el pueblo: ¿no es más bien una narración sobre los poderosos? ¿No es que acaso este filme que denuncia un estado de cosas se centra, aunque no tenga un rostro protagonista, en cómo es que la clase dominante logra dominar? ¿No será que Loach tuvo que inventar un carpintero porque no pudo encontrar uno caminando por Newcastle? ¿Será ese el motivo por el cual este filme fue narrativo y no documental?

La señal política de Cannes puede ser leída como un compromiso profundo con la lucha de clases, con la clase obrera o con el cine de denuncia. Pero también puede ser leída como una alevosa ironía, cuando al año siguiente le dan el mismo premio que le dieron a Ken Loach a un filme como The Square de Ruben Östlund, cuyo motivo central es reírse del arte político de denuncia, o cuando menos poner sobre la pantalla un cuestionamiento del arte que dice de sí mismo ser “político”, como el de Loach. Pasar de la solemnidad del pesimismo, a la voluptuosidad de la risa; de la dignidad con que Loach trata la lucha de clases, a la burla con que lo hace Östlund, pareciera ser algo, al menos políticamente incorrecto. Y eso es precisamente lo que se dijo sobre The Square: no se dijo que fuera una señal política, sino que era un triunfo de lo “políticamente incorrecto”, en palabras del presidente del jurado, Pedro Almodóvar, cineasta responsable de La mala educación.

Nicolás Ried