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Opinión

El pacto trumpista

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 16.10.2017
El pacto trumpista trump |
Si la agenda norteamericana en Medio Oriente está enteramente dirigida por la agenda sionista, entonces salirse de la UNESCO por el reconocimiento que ésta hace de Palestina, no puede ser visto sino como una operación orientada a consolidar y profundizar su alianza con Israel y Arabia Saudí. En este contexto, EEUU podrá afirmar sus alianzas en la facticidad de un intervencionismo permanente sin necesidad de la “mediación” de organismos internacionales, potenciando así, la unilateralidad de las decisiones políticas.

Esgrimiendo una supuesta “falta de neutralidad” del organismo para tratar los asuntos relativos al conflicto palestino-israelí, EEUU ha puesto fin a su pertenencia a la UNESCO (institución internacional orientada a la promoción de la paz entre las naciones). La inclusión de Palestina como su miembro pleno desató la furia israelí que, durante la administración Obama, aún pudo ser contenida gracias al premio de consuelo de 3,8 billones de dólares en “ayuda militar” (septiembre de 2016) que el Congreso norteamericano despachó, mientras Netanyahu fomentaba los asentamientos.

Si bien la administración Trump tiene otros ribetes, persigue el mismo objetivo que EEUU persigue desde principios de los años 90: impedir a Rusia y China acceder a las fuentes de hidrocarburos que pudieran impugnar los flujos del capital, sea por Medio Oriente (el conflicto en Siria se juega ahí) o por Asia Pacífico (la arremetida “trumpista” contra Corea del Norte). Tal cierre, intenta profundizar la “hegemonía financiera” norteamericana que pasa, entre otras cosas, por conservar al dólar como única divisa global. Tanto Obama como Trump no se diferencian respecto de este objetivo. Mas, sólo en relación a la estrategia a utilizar. Sin embargo, a diferencia del escenario post-guerra fría que encuentra a los EEUU como única superpotencia, el escenario actual se ha caracterizado por la emergencia de nuevos polos hegemónicos que Obama –siguiendo la doctrina Gates– denominó “multilateralismo”. EEUU ha asumido la “multilateralidad” no como un objetivo a realizar, sino como una premisa histórica y política que determina cualquier decisión en política internacional. Si para Obama, la fórmula que había que articular era que a la “multilateralidad” se debe responder con “multilateralidad”, para Trump el escenario “multilateral” exige, en cambio, respuestas “unilaterales”. Y sobre todo cuando se trata de la conquista del mercado asiático al que el propio Obama veía el futuro económico de los EEUU.

Si para Obama, el escenario implicaba la posibilidad de extender la hegemonía norteamericana no a través de la “unilateralidad” característica de la primera adminstración Bush, sino a partir del fortalecimiento de las instituciones supranacionales y sus oligarquías regionales; para Trump se trata de variar dicha estrategia debilitando a algunas de dichas instituciones (no a todas) para garantizar la libre disposición de un EEUU soberano capaz de intervenir a toda hora y lugar, usando las alianzas, pero sin la exigencia de conservarlas. Siria fue para Obama lo que para Bush jr. fueron Irak y Afganistán.

Si para este último, Irak y Afganistán mostraron el fracaso de su “unilateralismo” y empujaron a su segunda administración (vía Condoleza Rice) a transitar hacia una política por un “Nuevo Medio Oriente” basada en la asunción del “multilateralismo”, para Obama fue Siria el punto de inflexión que para los republicanos exhibió la debilidad del nuevo paradigma “multilateral” defendido en campaña. Hoy Trump asumió un diagnóstico clave: al negociar con Irán, la administración Obama habría perdido posiciones clave para los intereses de los EEUU. El avance ruso-iraní en la región que transformó al régimen “assadí” en un verdadero “protectorado” iraní, trajo la preocupación a Tel Aviv y Riyad: los primeros porque Irán podía convertirse en un actor nuclear tan decisivo que pudiera “desequilibrar” la hegemonía sionista regional; los segundos, porque Irán podía incluir su economía de gas y petróleo en los flujos del capital global convirtiéndose no sólo en una competencia económica sino también y sobre todo, en un rival político que frena las pretensiones saudíes.

El pacto “trumpista” se articula así como un nuevo katechón (fuerza frenante) orientado a restituir el aislamiento contra Irán y a Corea del Norte como formas indirectas de impedir el acceso ruso y chino, sea por Medio Oriente (Irán) por el Asia Pacífico (Corea del Norte), a la articulación de nuevos flujos de capital independientes de la égida norteamericana-atlántica. Y tal pacto incluye la posibilidad de salirse de ciertos organismos internacionales si éstos no resultan funcionales a sus intereses. Si la agenda norteamericana en Medio Oriente está enteramente dirigida por la agenda sionista, entonces salirse de la UNESCO por el reconocimiento que ésta hace de Palestina, no puede ser visto sino como una operación orientada a consolidar y profundizar su alianza con Israel y Arabia Saudí. En este contexto, EEUU podrá afirmar sus alianzas en la facticidad de un intervencionismo permanente sin necesidad de la “mediación” de organismos internacionales, potenciando así, la unilateralidad de las decisiones políticas. Se trata, otra vez, de la soberanía en su facticidad (sin facticidad no hay soberanía) escindida de un derecho en su formalidad: soberanía sin derecho (EEUU) y derecho sin soberanía (NNUU) constituye el nudo en que se juega la operatoria imperial contemporánea.

Con la administración Trump no asistimos ni al fin de la globalización, sino al momento políticamente decisivo en que el capitalismo corporativo-financiero ha terminado por emanciparse de la “jaula de hierro” de corte liberal instituida desde Segunda Guerra Mundial. Se trata del fin del liberalismo político como imaginario epocal, en el que los EEUU no pretenden más la “exportación” de la democracia sino tan sólo la conservación y profundización fáctica de su poder. Es evidente que, desde su invasión a Cuba a fines del siglo XIX (y el genocidio indígena en su territorio), los EEUU siempre tuvieron una vocación imperialista. Pero con Trump esa vocación queda absolutamente clara: no se trata de la democracia sino del poder, no se trata del progreso sino del capital. Si como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial se fundaron las las NNUU y al orden internacional que conocemos en el que se pretendió la resolución pacifica de conflictos “por medio del derecho” (Hans Kelsen dixit), ha sido esta mismo orden el que ha sido llevado a su punto cero. Trump es su consolidación y el retiro norteamericano de la UNESCO, el umbral que ratifica que la política de EEUU intenta restituir formas de unilateralidad, sin una “buena nueva” que anunciar.

Rodrigo Karmy Bolton