Avisos Legales
Opinión

Hombres acusan que son víctimas de violencia de género

Por: Victoria Aldunate Morales | Publicado: 27.11.2017
La neutralidad se toma “las violencias” de las que les ha dado por hablar a las propias feministas, porque ahora dejaron de ser formas que adopta la violencia y pasaron a ser situaciones en sí, desconectadas y sin sentido político. La masculinidad se impone como juez y parte. El macho denuncia que es víctima y la agresora es la misma de la que él se apropia por derecho de nacimiento.

¿A qué le llaman “violencia de género” ahora en los medios de comunicación? En esos canales que personas exclusivas desprecian -pero mucha gente ve, lee, consulta telenovelas, shows, matinales, horóscopos que suenan cotidianamente no solamente en televisores y radioemisoras, sino en los sentires y decisiones de muchas-, “violencia de género” ahora es que los “hombres denuncian violencia también”.

Suena “novedoso” y “equilibrado, pero es misógino y neutraliza la lucha contra la violencia colonial del poder patriarcal. Golpea la autodefensa y a todas las acciones que los grupos que viven opresiones llevan a cabo para recuperar sus vidas, territorios y, como primer territorio, nuestros cuerpos arrebatados colectivamente.

La neutralidad se toma “las violencias” de las que les ha dado por hablar a las propias feministas, porque ahora dejaron de ser formas que adopta la violencia y pasaron a ser situaciones en sí, desconectadas y sin sentido político. La masculinidad se impone como juez y parte. El macho denuncia que es víctima y la agresora es la misma de la que él se apropia por derecho de nacimiento.

“Las violencias” ahora son un problema individual en la sociedad criolla de lo privado. O sea, se fragmenta la violencia contra las mujeres, se niega su acumulación histórica colectiva, y además se evita nombrarnos (“mujeres”, una mala palabra una vez más). En vez de eso, si se trata de campañas institucionales, se puede nombrar a “la mujer” (universal) que pretende “incluir” –hegemonizar- invisibilizar a millones de misquitas, quechua, moxeñas, mapuche, negras, árabes, afganas, migrantes (por nombrar sólo algunas); son campañas que nos desconectan como seres apropiados y controlados por medio de golpes, tortura, abuso y crimen.

A mayor resistencia y rebeldía, mayor es el castigo en lo personal, público y masivo. Se multiplica la humillación, el odio, la muerte y el remate de las mujeres en la casa, en la calle, en el trabajo, en el campo o la ciudad. Ante la denuncia, rápido surge el odio disfrazado de “chiste” o desestimación de las denuncias de violencia que estamos haciendo todos los días. Estos días en que comenzamos a sospechar que no queremos ser “iguales” de corruptas, de racistas, de torturadoras, que no hay nada esencialmente “puro” y “santo” en nosotras, y tampoco nada de perverso per se, como nos enseñaron.

¿Aún no intuimos que no nos podemos liberar siendo parte de pueblos oprimidos?

El «género” es dominación y no una “inspiración” poética. Hay que desprivatizar la violencia, des-heteronormativizar la sexualidad de una vez por todas en vez de seguir con la cantinela de la equidad y la igualdad y el “empoderamiento”.

Nada bueno nos ha traído la idea liberal de “mi cuerpo es mío” leído como un problema privado, ni la precariedad de la “autoestima” en base al maquillarnos y sin una pizca de amor propio, o la básica comprensión de la “resiliencia” y la “inteligencia emocional” como readaptación y control de nuestros sentimientos y nuestras vidas.  

 ¿Vamos a decir basta a estos gobiernos de mierda que no han hecho nada por romper el pacto Estado-capital y siguen con su patética “inclusión desarrollista”? ¿Vamos a dejar de inventar “tradiciones misóginas y homofóbicas” presentadas como “usos y costumbres”?  ¿Vamos a asumir que el racismo es “desarrollo” “con enfoque de género”?

La felicidad no es un problema individual, tiene que ver con la ética del encuentro y el sentir de las comunidades. La violencia contra las mujeres y todos los seres feminizados por la mirada del colonizador es una, y es el origen de la tortura y la resignación.

Victoria Aldunate Morales