Otro tabú de la sexualidad: Una historia de placeres y sentires desde la discapacidad

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 01.12.2017
Otro tabú de la sexualidad: Una historia de placeres y sentires desde la discapacidad sexualidad y discapacidad / / Captura Youtube
La intimidad entre personas con capacidades diferentes está llena de miedos y temores que a menudo son difíciles de abordar. Esta es la historia de Carolina y Claudia, dos mujeres que aprendieron a vivir su relación desde la diversidad de sus cuerpos y con absoluta naturalidad.

Nunca pensaron en buscar pareja por Internet. Ese medio frío y poco confiable no convencía a ninguna de las dos. Sin embargo, cuando Claudia decidió entrar por primera vez en aquel chat, nunca imaginó que allí encontraría a su actual compañera. Sólo quería curiosear. Llevaba cinco años en Chile trabajando como psicóloga y se dio cuenta de que le gustaban las mujeres. Desde su llegada de Colombia, había salido con algunos hombres pero no le pasaba nada con ellos. El chat sería su primer tanteo con mujeres tras asumir su homosexualidad.

Carolina, al otro lado de la pantalla y en el mismo canal, esperaba en aquel mismo momento que sus amigas se conectaran, cuando se le abrió una ventana: “Hola”.

Así empezaron cuatro meses de encuentros virtuales y conversaciones telefónicas eternas entre ambas. Hablaban de todo, dejándose descubrir mutua y recíprocamente, cada una a su tiempo: Carolina más acelerada, Claudia más reposada y cuidadosa.

—¿Qué haces?
—Me preparo para ir a entrenar tenis en silla.
—¿Tenis en silla?
—En silla de ruedas.

Carolina no esperó en contarle. Como un peso, se lo sacó de encima desde el principio. Todo estaba claro. Al otro lado, Claudia decodificó el mensaje sin estupores ni aspavientos. Y así, entre charla y charla, fueron construyendo su vínculo hasta que llegó el primer encuentro en un café del barrio Yungay. Una cita que las enganchó definitivamente.

Desde entonces, las reuniones entre ambas se repitieron, cada vez más seguidas. Querían parar el tiempo porque, cuando estaban juntas, volaba. Las tres horas que se podían ver se les escurrían entre risas y confesiones.

—¿Por qué sólo puedo estar tres horas contigo cada vez que nos vemos?
—Porque cada tres horas tengo que hacerme un sondeo para orinar.
—¿Y si aprendo a hacerlo, podríamos estar más tiempo juntas?
—¿Estarías dispuesta?
—Sí, todo se aprende.

“Un cateterismo sin ni siquiera habernos visto desnudas es demasiado poco seductor para el primer momento de intimidad”, pensó Carolina. Sin embargo, no dudó en enseñarle a Claudia. La vio tan empoderada y segura que terminó de enamorarse de ella. Entre ambas, todo se daba de forma natural, y eso la fascinaba.

Así fue como también surgió la primera noche que decidieron estar juntas. “‘Quiero pasar la noche contigo”, le susurró Claudia a Carolina en medio de un carrete. Habían pasado dos meses desde la primera vez que se vieron y la atracción y las ganas de conocerse en la intimidad ya eran irreprimibles.

Claudia estaba nerviosa por la propuesta que acababa de tirar. Nunca había estado con nadie y su primera vez sería con una persona en situación de discapacidad. “Cómo lo vamos a hacer, ¿qué vamos a hacer?”, se preguntaba. Nunca antes habían conversado de este tema. Para Carolina las dudas sobre su nueva forma de vivir la sexualidad estuvieron muy presentes al principio de su proceso de recuperación pero, aquella noche, las ganas de estar con Claudia podían más que cualquier pensamiento pudoroso.

Cuando llegaron a casa, se dejaron ir. Se encontraron, y se descubrieron. Cuerpos sabios, desnudos, que se reconocían de forma natural, sin robar el protagonismo de lo que suponía la intimidad entre ambas por primera vez. Los temores que Carolina había vivido antes por si sería capaz de satisfacer a otra persona o por lo que ella misma podría llegar sentir se desvanecieron aquella noche: “Cambió el switch, era una cuestión absolutamente de confianza y de dejarse fluir”.

De repente, el placer se interrumpió. La tierra empezó a moverse como nunca. Muy fuerte. Un terremoto sacudía la ciudad. Era el primero para Claudia. “No me dejes sola”, le dijo Carolina cuando empezaron los primeros movimientos. Pero Claudia nunca pensó eso. Solo quería salir de allí con su compañera. Y lo hizo. La vistió, agarró la silla -que había salido disparada- y bajaron a la calle. Después de aquel 27 de febrero de 2010, lo que las unía ya era demasiado fuerte y prendió en ambas el deseo de conocerse.

Las experiencias para disfrutarse se sucedieron desde entonces, en una constante búsqueda del placer desde la confianza y la espontaneidad. Rompiendo miedos, vergüenzas y bloqueadores, y poniéndole hartas dosis de creatividad. La mano y los dedos de Carolina, en los que no tiene movilidad, tomaron un rol fundamental para el placer de Claudia. Los sentidos se despertaron más que nunca, los aromas -tan excitantes para Carolina-, las palabras, las caricias y el juego. El juego sexual.

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Carolina Pérez es docente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Hace 13 años sufrió un accidente que la dejó con una lesión medular incompleta. Tras un largo proceso de rehabilitación -que vivió en paralelo al hecho de asumirse lesbiana- aprendió a vivir su vida con absoluta normalidad sentada en una silla de ruedas. Hoy, con 37 años, es una de las voces más reconocidas por el colectivo de personas con discapacidad de todo el país. Imparte talleres, charlas y seminarios en Chile y en el extranjero. Uno de sus temas más recurrentes es la sexualidad en la discapacidad. No hay mejor experto que el que vive su expertise en primera persona. Sin duda, este es su caso.

Recuerda el primer día que llegó a una sesión de rehabilitación y su fisiatra le preguntó si tenía pareja. “No”, respondió ella. “Nada de qué hablar, entonces”, contestó él. Punto final. Ahí quedaron interrogantes, dudas y miedos que Carolina enterró y que no se resolvieron hasta que empezó su relación con Claudia y conoció otra cara de la sexualidad, mucho más allá de la genitalidad, y de intimar “como si no existieran la boca, el sexo oral, los sentidos o los muchos puntos erógenos que tenemos en todo el cuerpo”.

Antes de descubrirse, Carolina pensaba que todo lo que no podía hacer, estaba fuera de juego: “Si no puedo mover las piernas, no tengo nada que aportar con ellas”. Experimentar, dejar libres todos sus sentires y echarle hartas dosis de imaginación le abrieron el mundo. Se dio cuenta de que sus rodillas son perfectas para el goce de su compañera, también su cadera, o por qué no sus piernas. Entendió que la discapacidad no era ajena al deseo, al afecto o al placer.

Claudia fue testigo -y sigue siéndolo hasta hoy- de cómo un cuerpo que convive con una discapacidad se excita, siente los orgasmos y vibra. Y como, a la vez, ese mismo cuerpo descubre los rincones más placenteros de otro ser. Por eso se indigna cuando a veces la gente la mira desde la caridad o la pena, como si estar con Carolina fuera como “hacerle un favor”, o su vida quedara «invalidada», relegada únicamente en el rol de cuidadora. Como si las personas que viven en la discapacidad fueran “asexuadas, que no necesitaran ni tocarse ni ser tocadas”.

cama deshecha

/ Flickr

Autocrítica y responsabilidad del colectivo

Que las personas con discapacidad tengan una vida sexo-afectiva plena es uno de los pendientes más invisibilizados dentro del ámbito de la medicina y la salud. El goce y el placer a través de los cuerpos sigue siendo el tabú más universal, y en el mundo de la discapacidad  deviene aún más silenciado. Ni siquiera los profesionales de la salud logran romper el bloqueo y para entender cómo viven su sexualidad las personas con diversidad funcional.

Por esta razón, Carolina es muy crítica con el colectivo al que pertenece. “El profesional de la salud no tiene por qué saber de estos temas, pero nosotros sí podemos cumplir un rol en eso, y somos altamente responsables de que este debate se genere”, apunta.

Por su experiencia como docente de una facultad de Medicina sabe perfectamente que este tema no se toca. Por eso, considera fundamental “contar nuestros temores, cómo nos sentimos, si tenemos o no orgasmos o cómo podemos sentir placer”.

Carolina ha cambiado su discurso con el tiempo. Pese a que en un principio lo enfocaba más en la persona con discapacidad como sujeto de derechos, hoy apuesta por una versión menos condescendiente y más centrada en “la falta de cooperación” de las personas con capacidades diferentes con los profesionales de la salud. Cree que colaborar es un deber que los y las afectadas hoy no cumplen porque no salen de la zona de “comodidad”.

¿Cómo avanzar?

Conversar entre pacientes a solas es fundamental para normalizar las relaciones sexo-afectivas y las barreras que la situación de discapacidad puede conllevar. “Son las únicas personas que pueden ser empáticas entre ellas y tienen que poder hablar de su rabia porque no se le para el pene o del terror de masturbarse y no sentir”, señala.

En los últimos años, el foco sobre este asunto ha empezado a trascender a la opinión pública y se han impulsado algunas iniciativas para mejorar la calidad de vida de estas personas. Un ejemplo es la rehabilitación de la sexualidad, que promueve el uso de objetos y juguetes para estimular más allá de la genitalidad básica del pene o la vagina, facilitando relaciones más cómodas y placenteras.

Otro recurso son los acompañantes sexuales. A diferencia del trabajador o trabajadora sexual, son terapeutas profesionales que acuerdan con la persona con discapacidad que los contrata una sesión para que ésta experimente su sexualidad. Este tipo de servicio se está popularizando en varios países, y en Holanda y Suiza se ha regularizado y se considera un servicio de salud pública. Carolina los considera una “herramienta fundamental para cumplir con un derecho humano, sobre todo para las personas con altas dependencias”. Los asistentes ofrecen servicios diversos: desde sólo mover la mano del usuario para que éste pueda tocarse él mismo, hasta un mantener un rol más activo guiándole en la masturbación o entregando partes de su propio cuerpo al usuario como espacio de exploración.

Muchas de las personas que recurren a estos servicios llegan a la adultez sin haber vivido antes ningún contacto sexo-afectivo con otra persona, a veces ni un beso en los labios. A menudo, las propias familias los tildan de “hipersexualizados”, cuando de lo que en realidad se trata es de una necesidad que nunca en su vida se pudo satisfacer.

La educación sexual es la gran asignatura pendiente en Chile, a todos los niveles. Imaginarla en el ámbito de la discapacidad, hoy, parece una utopía. Pero cada vez hay más personas con capacidades diferentes que no quieren morir sin saber qué es el sexo. Y buscan fórmulas para conocerlo. Disfrutar de una vida sexo-afectiva rica, sentirse queridos, amados y deseados es su derecho. Facilitarles la educación y herramientas para que se dé en la mejor de las condiciones, el deber de familias, médicos, gobiernos y sociedades.

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Claudia y Carolina están juntas desde hace ocho años. Han aprendido a construirse como pareja más allá de accidentes, miedos, tabúes, estereotipos y prejuicios. Viven al margen de todo eso y en permanente comunicación y diálogo sobre sus sentires y pensamientos. Que entre ellas no exista la duda. Esa ha sido su filosofía desde que coincidieron por primera vez en aquel café de barrio Brasil. Claudia lo resume a la perfección al recordar los aprendizajes de convivir con la discapacidad: “Su responsabilidad era enseñarme y la mía preguntar”.

manos

/ M. F.

*Claudia es un nombre ficticio para preservar la identidad de la persona que fue entrevistada para este reportaje.

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