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Opinión

El nuevo cine griego: Cine, cinismo, perros

Por: Nicolás Ried | Publicado: 18.12.2017
El nuevo cine griego: Cine, cinismo, perros cine |
Canino es un filme que explota al mismo tiempo en que la crisis financiera de Grecia provoca la imposición de medidas de austeridad por parte de la Unión Europea. El impacto provocado en Cannes, llama la atención de la crítica, que con el tiempo bautizará al cine griego surgido con posterioridad al 2009 como la Greek Weird Wave, para encasillar filmes cuyo atractivo no se ubica tanto en la narrativa, sino en la rareza del comportamiento de los personajes que aparecen frente a la cámara.

Parece ser casual la asociación entre el cine y los perros. La raíz de la palabra “cine” se hallaría en el griego “kínema”, que refiere al movimiento propio de la imagen en el séptimo arte; pero la palabra “cine” también tendría otra asociación etimológica, a partir de otra raíz: “kynós”, palabra griega para “perro” o “canino”. Así es como el arte de cazar con perros y la escuela filosófica fundada por Diógenes de Sinope, compartirían la palabra “cine” en su morfología. Cine, canino, cinegética, cinismo es una cadena de palabras que unen no solo a los perros con el cine, sino que también parecen describir el cine que realiza el director griego Yorgos Lanthimos.

Si bien la relación entre el cine y los perros parece ser simplemente casual, no es igual en el caso de la relación entre Lanthimos y el cinismo. Es corriente encontrar la palabra “cinismo” en las críticas a sus filmes, sobre todo considerando que la obra que lo lanzó a la fama se llama Canino (2009): el cinismo atribuido a Lanthimos se ubica en la forma en que mueve los cuerpos de los actores y actrices frente a la cámara, pues los mueve como si fueran perros a los que las reglas humanas no les causan la menor picazón. Quienes acusan a Lanthimos de cinegético ponen bajo la solapa el juicio de amoral o descomprometido en el cine del griego, culpando que su cine sería nihilista y desesperanzado, al representar un mundo donde no hay nada más que cuerpos que se mueven conforme a ninguna regla determinada. Y es que la obra de Lanthimos aparece en un momento específico de la historia política reciente de Europa.

Canino es un filme que explota al mismo tiempo en que la crisis financiera de Grecia provoca la imposición de medidas de austeridad por parte de la Unión Europea. El impacto provocado en Cannes, llama la atención de la crítica, que con el tiempo bautizará al cine griego surgido con posterioridad al 2009 como la Greek Weird Wave, para encasillar filmes cuyo atractivo no se ubica tanto en la narrativa, sino en la rareza del comportamiento de los personajes que aparecen frente a la cámara. Si Canino nos mostraba a unos hijos que se movían como perros conforme al régimen de claustro producido por sus padres; Attenberg (Athina Rachel Tsangari, 2010) ponía en movimiento el cuerpo de dos adolescentes que se descubren como animales en cada paso; Miss Violence (Alexandros Avranas, 2013) presentaba a una niña que baila sensualmente a su padre que padece los efectos de la crisis financiera; Strella y Xenia (Panos H. Koutras, 2009 y 2014) daban una lectura a las tragedias griegas interpretadas por cuerpos queer que se mueven al son de los cantos corales; Suntan (Argyris Papadimitropoulos, 2016) exhibía una manada de jóvenes rebosantes de belleza y cómo seducen hasta la destrucción a un aburrido médico de pueblo que no podía seguirles el trote de sus dionisíacas orgías. Muchos adjudican a este nuevo cine griego situarse en la amoralidad que produce el hambre producto de la crisis: lo que en el fondo hacen los críticos es repetir la máxima brechtiana, “la comida es lo primero, la moral viene después”. Sexo entre padres e hijos, cuestionamientos a la monogamia, críticas al exitismo neoliberal y burlas a la autoridad son la tónica de este cine que permite clasificarlo como uno que simplemente filma perros: frente a la pantalla no habría más que canes sin ningún tipo de criterio moral.

Contra esta lectura conservadora del nuevo cine griego, tendríamos que sostener que es un tipo de cine radicalmente fiel a lo que el cine significa, jugando un poco con esa coincidencia que une al cine con los perros: el cine no sería más que perros frente a una cámara. Si miramos la obra del propio Yorgos Lanthimos, podríamos decir que su proyecto se traduce en filmar cuerpos humanos en su más primitiva animalidad. Los actores de Lanthimos parecen ser verdaderos maniquíes que no hacen más que interpretar al pie de la letra un guión, pero lo hacen de manera tan tosca que nos hace pensar que todo el filme no es más que un ensayo, un intento. El movimiento de los cuerpos en el cine de Lanthimos no tiene por finalidad contarnos una historia, sino más bien exhibir que el cine no se trata más que de cuerpos que se mueven frente a una pantalla. Las películas de Lanthimos parecen raras, no tanto porque sean historias retorcidas, sino porque no sabemos lo que los personajes pretenden en el marco de un relato, tal como no sabemos nada sobre la psique de un perro sino por el movimiento de su cola. En su ópera prima, Kinetta (2005), Lanthimos abre la puerta a una jauría de personajes cuyas intenciones son desconocidas para un espectador normal de cine hollywoodense: un hombre obsesionado con los autos BMW, una mucama cuyo pasatiempo es dormir en las habitaciones del hotel y un fotógrafo, reinterpretan diferentes asesinatos cometidos en un pueblo vacío. El filme no tiene un final que limpia toda duda, ni un relato que permita resolver el enigma narrativo, abriendo así paso a la característica principal de este cine de Lanthimos, el cual más que contar una historia nos exhibe un mundo distinto al nuestro, donde las acciones no están encaminadas a conseguir algo en específico. Nos abre la puerta al mundo de los perros.

Los filmes de Lanthimos parecen alejarse del mandamiento narrativo, según el cual una buena historia es la que se entiende sin ambages. Si Canino nos presentaba un mundo en que los padres dominaban todo, incluso el significado de las palabras; Alpes (2011) es una obra que nos presenta un mundo en que las relaciones íntimas pueden ser adquiridas mediante el dinero, pudiendo reemplazarse a una esposa muerta, con una actriz que cumpla ese rol; The lobster (2015) nos muestra cómo se comportan los cuerpos en un mundo en que la soltería es un sacrilegio, llegando a ser convertidos en animales aquellos que no logren derrotarla. Los filmes de Lanthimos no quieren contar historias, sino más bien mostrar cuerpos que se mueven frente a las cámaras. Lo interesante es que esos cuerpos se mueven de diversas maneras, según sea el mundo en que se los sitúe.

En su más reciente entrega, The killing of a sacred deer (2017), Lanthimos nos presenta un montón de cuerpos que padecen la existencia de vivir en un mundo en que el balance es la ley: un médico cirujano cuya negligencia costó la vida a uno de sus pacientes, se ve en el dilema de tener que matar a un miembro de su familia a fin de equilibrar la justicia en el mundo. Esta historia en manos de Lanthimos parece más bien una excusa para poner en movimiento canino a una camada de actores que no hacen más que padecer el mundo que les tocó vivir, medio incrédulos y poco convencidos de las reglas de ese mundo, pero tan enfocados como un perro que persigue una pelota.

Nicolás Ried