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Gabriela Mistral profetizó en la década del ’30 el arribismo universitario

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 21.12.2017
Gabriela Mistral profetizó en la década del ’30 el arribismo universitario gabriela-mistral |
Los discursos de la intelectual chilena develan su profundo malestar con la educación superior, llamando a los jóvenes formados en ella a hacerse cargo del privilegio que reciben y utilizarlo para el bien común. A más de 80 años de la publicación de estas palabras, sus reflexiones siguen vigentes.

«Han vivido en la tierra alta y con el nivel de palma de mano que forma esa aristocracia indudable de los mejores; se han movido, sin darse cuenta del privilegio que significa moverse dentro de un repertorio de hombres y de pensamientos tan consumados, recibiendo el consejo mejor, oyendo continuamente la sugestión más inteligente». Así es como la poeta más importante de Chile habla en su discurso a los graduados de la Escuela-Granja de México en 1933, acusando el peligro que existe de acomodarse en el espacio académico, olvidando el sentido social del conocimiento.

Tanto en el texto citado como en «La unidad de la cultura», discurso emitido en la Universidad de Guatemala al recibir el grado de Doctor Honoris Causa, se refiere con dureza a la separación entre la capa ilustrada y las masas. Además, adivinando la condición actual de las universidades en Chile, aventura el riesgo en las instituciones de educación superior «incompletas». A continuación, mostramos una selección de distintos fragmentos de estos dos discursos, los que tienen una asombrosa contingencia en relación con el presente de la educación superior chilena.

1. Contra el aislamiento académico

«El pueblo había visto en el advenimiento de estos equipos intelectuales al mundo moderno un trueque de patrones y un desplazamiento de los viejos guías abusadores. Creyó que estos capitanes de la inteligencia venían a cubrir los viejos cuadros de los generales, del clero, de los banqueros y los terratenientes; pasaron a la inteligencia el halo no sólo de autoridad, sino de espiritualidad que habían puesto ingenuamente sobre los otros, y soñaron otros estados, otra vida ciudadana y moral, otra conciencia colectiva en cuyo seno vivirían más felices. Ocurrió lo de siempre: que las aristocracias, o autocracias, u oligarquías de tipo mas o menos feudal o patriarcal, fueron reemplazadas por unas ciases medias profesionales tan ávidas de lucro, tan rabiosamente yoístas y tan desatentas al bienestar del pueblo como sus antecesoras«

—Discurso a graduados de 1933, en «Magisterio y niño»

2. Repasada a las universidades privadas

«De este modo, yo creo en la Universidad como en una institución tan ancha y tan profunda, tan soberana de las tres dimensiones, que suelo no aceptar como tales a las universidades empequeñecidas que gobiernan no más de cuatro parcelas de la cultura nacional, cultivando, por ejemplo, las ciencias sin las industrias o éstas sin las artes. La Universidad, para mí, carga a cuestas el negocio espiritual entero de una raza; ella constituye respecto de un país algo parecido a lo que los egipcios llamaban el doble del cuerpo humano, es decir, un cuerpo etéreo que contiene las facciones y los miembros completos del cuerpo material. La Universidad para mí, sería el doble moral de un territorio y tendría una influencia directora desde sobre la agricultura y las minas hasta sobre la escuela nocturna de adultos, incluyendo en su marco de atribución escuelas de bellas artes y de música».

—La unidad de la cultura. Guatemala, 1931

3. Estado y universidad: Dos cabezas de un monstruo herido

«Hoy mismo, sin embargo, Estado y Universidad forman dos potencias capitanas de nuestra vida. El primero aparece con voluntad de unidad, casi con el bulto del puño cerrado; la segunda la vemos desbaratada, pulverizada en lotes de escuelas primaria, secundaria o artística y debilitada fabulosamente por este desmigajamiento. Me acuerdo yo de la Universidad moderna, cuando veo una ilustración dantesca de esa en que, con la formidable unidad teológico, aparece el núcleo divino como un hueso de fruto, echando de si la potencia que teje en zonas la pulpa, luego las suavidades y los colores de la piel, luego la medida del perímetro y la norma de los contornos. Y es que toda idea de unidad toma por la fuerza maneras teológicas, porque la ley de la creación se parte en esencia y modalidades, en paternidad y en finalidades, y así se nos vuelve, querámoslo o no, teología».

—La unidad de la cultura. Guatemala, 1931

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