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Opinión

Ganó la música

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 21.12.2017
Antes que una categoría sustancial de la sociología, “clase media” funciona como un operador de la despolitización. Su pronunciamiento produce un imaginario de unidad (todos sienten que son “clase media”) ocultando el conflicto de clases. Desde algún precarizado estacionador de automóviles, hasta el propio Sebastián Piñera pueden decir que son de “clase media”, dado que han podido emprender y forjar para sí su propio futuro.

Todos los conceptos piñeristas son conceptos concertacionistas secularizados. Esta es la fórmula que selló el triunfo del pasado domingo 17 de diciembre. Aquella que expresa la apropiación de la simbología de la transición política arrebatada a la Concertación, para, en primer lugar, transformar a “Chile Vamos” en una nueva Concertación de Partidos por la Democracia, en segundo lugar, proyectar al período que se avecina en una “segunda transición”, según expresó el discurso de la campaña y; en tercer lugar, introducir una nueva etapa en el despliegue neoliberal, aquella del neoliberalismo feliz o, si se quiere, “espiritual”.

En el diario La Segunda del día Martes 19 de diciembre el filósofo de derechas Hugo Herrera expresaba, en una columna eufórica, la razón del triunfo: “(…) la centroderecha no es mero economicismo, sino un sector que se asienta en tradiciones específicamente políticas, en pensamiento político, en ideología.” Según Herrera, tales “tradiciones” guiarán al país hacia una “visión republicana y nacional”.  Herrera –al igual que otros intelectuales de su generación pertenecientes a la esfera de la derecha como Daniel Mansuy– se desmarca de la derecha neoliberal de los años 80 pues la califica de “economicista”. Frente a ella, Herrera subraya el elemento “ideológico” (asentado en las “tradiciones” políticas y no económicas )como un factor decisivo en el triunfo de Chile Vamos el pasado domingo.

En este sentido, la tesis de Herrera puede ser vista como un crisol a partir de la cual podamos contemplar la nueva articulación de la derecha y el proyecto que ofrece al país después de su holgado triunfo: Piñera ofreció un “crecimiento” identificado plenamente a la “música”. Se trata de “crecimiento”, pero, lejos del infierno “economicista”, Piñera lo invistió de “tiempos mejores” que permitió identificar crecimiento a música o, si se quiere, trabajo y felicidad. En otros términos, Piñera entendió lo que un cierto marxismo crítico no dejó de insistir: que la economía no es más que ideología, y que, por tanto, el crecimiento es la verdadera música. Al lado de Piñera, la afirmación de Lagos, según la cual, “la tarea número de Chile es crecer, el resto es música” queda como la de un verdadero “marxista vulgar” que reduce todo a la economía y no entiende la dimensión “musical” que hay en ella.

A esta luz, Piñera prometió un neoliberalismo “feliz”. Frente al “economicismo” defendido tanto por la derecha ochentera como por la centro-izquierda “neomayorista” que se enfoca en el aspecto de las “desigualdades”, Piñera cambió enteramente el sentido del problema: no se trata de economía, sino de espíritu, no se trata de cifras como de política. En este escenario, Piñera pretende erigirse en el verdadero Aylwin de la economía: así como este último hizo de la transición política una liturgia de la “reconciliación” entre civiles y militares, Piñera pretende hacer de la transición “económica” una liturgia orientada a la “unidad” entre ricos y pobres. Es en esta constelación donde habría que entender como funciona el término “clase media”. Antes que una categoría sustancial de la sociología, “clase media” funciona como un operador de la despolitización. Su pronunciamiento produce un imaginario de unidad (todos sienten que son “clase media”) ocultando el conflicto de clases. Desde algún precarizado estacionador de automóviles, hasta el propio Sebastián Piñera pueden decir que son de “clase media”, dado que han podido emprender y forjar para sí su propio futuro. “Clase media” constituye el pivote del discurso sobre la “unidad” fomentado por el piñerismo durante la campaña presidencial y, seguramente lo seguirá siendo durante este largo y oscuro período presidencial.     

En este sentido, Herrera es certero en su diagnóstico. Todo trata de “ideología”. Es cierto. Pero, paradójicamente, Herrera cree ver en el triunfo de Piñera la revitalización de las tradiciones políticas de la derecha chilena (en ese sentido mitifica el pasado), cuando en rigor, aquí se han puesto en juego los dispositivos más novedosos introducidos por el capitalismo corporativo-financiero capaces de constituir sujetos (anudando deseo y cuerpos), tal como ha sido descrito por gran parte de la literatura crítica del siglo XX y XXI (desde la Escuela de Frankfurt, Deleuze y Guattari, Agamben y Lazzarato, entre otros).

En cualquier caso, lo que la columna de Herrera muestra no es otra cosa que la causa de la derrota de la Nueva Mayoría: es Herrera quien entiende el carácter “ideológico” que aquí está en juego mientras la Nueva Mayoría pensó que luchaba contra una derecha “economicista” que hace mucho que no existe y a la que el propio Piñera dio sepultura en el último debate presidencial invistiéndose de un ropaje “musical”. ¿O acaso no hubo una fatal coincidencia entre la propuesta guillierista y la piñerista en torno a una “AFP estatal”? Quizás, en esta reciente elección, la Nueva Mayoría combatió a una derecha que no existe y, a diferencia de los años 90, no leyó el devenir “musical” del nuevo capitalismo mundial.

Rodrigo Karmy Bolton