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Opinión

Ramona Parra y la noche de Chile

Por: David Bustos | Publicado: 10.01.2018
Ramona Parra y la noche de Chile Ramona Parra |
Ramona, en medio de esa masacre, estaba tirada en el suelo. En su sien había un círculo, una perforación nítida sin que saliera sangre de ella, pronto llegaron sus hermanas y comenzaron a llorar a sus pies. Sus compañeros de trabajo miraron a Ramona y la decena de heridos alrededor y no podían entender que había sucedido. Ramona Parra tan sólo tenía 19 años.

No sabía quién era Ramona Parra ni por qué una brigada muralista llevaba su nombre. Todo hasta que encontré una entrevista que le hiciera José Miguel Varas a Américo Zorrilla en el exilio. El imprentero, ex ministro de Hacienda del gobierno de Salvador Allende, valuarte del diario El Siglo, recuerda con nitidez la masacre de la Plaza Bulnes. Para muchos el nombre de Ramona Parra es una voz remota que se escribe en la murallas. Una ciudad tejida con colores y consignas muralistas, que se han transformado en escritura e iconografía cultural, y resistencia en el Santiago de los últimos 40 años. Poco saben que Ramona era una muchacha delgada y pálida, de rostro agradable. Hija de padres comunistas, con dos hermanas mayores que crecieron en la comuna de San Miguel, bastión de la izquierda chilena.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el mundo había entrado a un nuevo orden. Piezas de un rompecabeza que dolorosamente debía calzar. No era extraño encontrar en los diarios de la época noticias del juicio de Nuremberg y el detalle del terror. Ramona pertenecía a la JJ.CC, pero antes de entrar al partido tuvo una etapa con la religión. Ideas que la hacían fantasear con ser monja de claustro, sin embargo, eso no duró demasiado: a los 16 años ingresó junto a sus hermanas a las Juventudes Comunistas.

El prólogo de lo sucedido en la Plaza Bulnes fue más o menos así: el presidente Juan Antonio Ríos, cada vez más enfermo de cáncer, había delegado su poder al vicepresidente radical Alfredo Duhalde. Apenas asumido como presidente interino, en el norte del país se iniciaron estallidos de un conflicto laboral que tendría consecuencias impensadas para el país. El problema sindical de Juan Antonio Ríos y su política de “contención de las demandas sindicales” no daba para más. La Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), multisindical de alcances nacional en la que confluían trabajadores de distintas tendencias políticas, llamó con todas sus fuerzas a manifestarse en solidaridad con los mineros del norte y en defensa de los derechos sindicales. Es en ese contexto que se autoriza la concentración en la Plaza Bulnes, a las 18:00 horas de la tarde del 28 de enero de 1946.

Volvamos a Ramona. Una de sus hermanas la recordaba tras la tragedia “hacíamos de todo, desde hacer fiestas hasta salir de noche para hacer rayados”. También Samuel Riquelme, que era dirigente de la Juventudes Comunistas en esos años, recuerda a Ramona como “una muchacha realmente tierna, una joven hermosa, pero a la vez para emplear los términos de ahora, era una mujer brava. Brava en la lucha contra el fascismo, de una valentía realmente extraordinaria.”

Desde el comienzo el fuerte contingente policial y represivo no auguraba nada bueno. La policía batía sus bastones y fustigaban a los manifestantes que deseaban ocupar todo el perímetro de la plaza. La prensa de la época y varios testigos relatan que la policía se vio totalmente sobrepasada. La cantidad de gente que llegó al lugar desde distintas zonas de la ciudad aglutinaban un sin número de pancartas y afiches de organizaciones de trabajadores y sindicatos. Se dice que eran más de 20 mil personas. La concentración bullía por todas partes, se hizo necesario la entrada de 150 infantes montados, lo que en vez de calmar hicieron enardecer aún más los ánimos. Muchos de los que estuvieron ese día no sólo eran trabajadores sino que también había familias completas.

El 28 de enero, Ramona llegó como siempre a su trabajo, trabajaba envasando medicamentos en el laboratorio farmacéutico Recalcine. Se puso su delantal blanco y comenzó uno a uno con los frasquitos. Pero para ese día estaba acordada la concentración y no dejó de recalcarle a sus compañeros de trabajo: “a no olvidarse que tenemos que ir esta tarde a la concentración convocada por la CTCH . Es a las 18 horas en la Plaza Bulnes. Hay que ir a solidarizar con los obreros de las oficinas salitreras Humberstone y Mapocho, que están en huelga contra los abusos de sus empresas. Hay que a protestar porque el gobierno del vicepresidente Alfredo Duhalde les ha anulado sus personerías jurídicas de los sindicatos de ambas oficias, para favorecer, como siempre a los patrones”.

Ramona llegó con un contingente de compañeros de trabajo hasta la Plaza Bulnes. En otro lado de la plaza estaban sus dos hermanas y padres. No se vieron. Tanto ella como el resto de la familia estaban sintonizados por las mismas demandas de justicia social.

Desde el principio el aire enrarecido. Rabia, abuso. La salida de presidente y su vicepresidente con políticas reaccionarias. La humillación y las amenazas a los trabajadores del salitre. Todo eso compuso un cóctel fuerte y sangriento, que tendría fatales consecuencias. La policía desde el principio al parecer tenía otras instrucciones. En un momento candente de la manifestación llegaron cerca de 45 carabineros, pusieron rodilla en el suelo y a la orden de un oficial, efectuaron un total de 256 disparos, matando a 6 manifestantes e hiriendo a cerca de cincuenta personas. Luego los carabineros se replegaron y desaparecieron. La plaza estaba llena de gente tirada en el suelo, el espectáculo era espeluznante. Algunos desesperados hacían parar autos en la calle para llevar a los heridos a la Asistencia Pública.

Ramona, en medio de esa masacre, estaba tirada en el suelo. En su sien había un círculo, una perforación nítida sin que saliera sangre de ella, pronto llegaron sus hermanas y comenzaron a llorar a sus pies. Sus compañeros de trabajo miraron a Ramona y la decena de heridos alrededor y no podían entender que había sucedido. Ramona Parra tan sólo tenía 19 años.

Los titulares del diario El Siglo el 29 de enero de 1946 hablaron de “Cobarde Masacre”. También hablaría por Radio Agricultura el presidente del Partido Liberal Francisco Bulnes: “esos hombres de trabajo y esos servidores públicos que han caído constituyen con su sangre inocente la más dura acusación contra el régimen de izquierda porque son víctimas de las predicas marxistas y demagógicas”. La polarización era evidente, cuento que no parece nuevo. Dos interpretaciones de Chile que corren siempre de manera paralela sin encontrarse.

Circularon fotos en los medios escritos del cuerpo de Ramona en la asistencia pública, en que se ve la palidez mortuoria, junto con heridas de cascos de caballos en su cabeza. El cuerpo de ella junto a otros cuerpos, de niños, hombres y mujeres.

Cuando viajo a Santiago deseo conocer un poco de la historia privada de Chile y le pregunto cosas familiares a mi madre, ya tiene 85 años, nació en 1932. Sabía que ella de niña había vivido muy cerca de la Plaza Bulnes, calculé que podrían ser los mismos años en que ocurrió la tragedia, y le pregunté. Y para mi sorpresa me contó que ella había estado ahí y que había presenciado y corrido junto a los demás cuando comenzaron los disparos. Me contó que llevaba a mi tío en los hombros y que cuando estalló el desconcierto, alguien le sacó a su hermano de los hombros y ella lo único que atinó es a correr hasta su casa. Tenía sólo 14 años y para su suerte mi tío llegó sano y salvo, llevado por un vecino a su casa.

Pienso que la historia de Chile no se trata de una suma de fechas importantes, que debemos memorizar y que después el viento de los años borra. Somos una suma de experiencias, que deben ser vueltas a poner sobre la mesa, desempolvar la memoria y hacer que actúe en el presente como elemento integral de una realidad social. Una conversación larga y oscura. La noche de Chile. El fascismo. La memoria.

David Bustos