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Opinión

Si le roban a Mauricio Bustamante importa más que si le roban a mi abuela

Por: Richard Sandoval | Publicado: 10.01.2018
Si le roban a Mauricio Bustamante importa más que si le roban a mi abuela mauricio bustamante | / Agencia Uno
En un escenario mediático desigual, en el que las circunstancias de los más desposeídos tienen menos valor y publicidad, es necesario que hagamos una reflexión: ¿vamos a seguir considerando normal que nos produzca más escándalo un delito contra un conocido que uno contra un don nadie? Porque eso es lo que se instala cuando todo el mundo está hablando sobre lo mal que lo pasó tal o cual famoso en un asalto.

Si le roban a Mauricio Bustamante en su imponente casa en Lo Barnechea importa más que si le roban a mi abuela su sueldo mínimo en la esquina del banco en Puente Alto. Si le hacen un portonazo al Rafa Araneda y toda su familia es más indignante -y son más vulnerados esos niños- que si en la esquina de mi población tres hombres armados golpean a cuatro hermanos menores de edad para robarles sus celulares. Eso es lo que proyecta la prensa y su cobertura cada vez que un rostro, una figura conocida del espectáculo, la política o el deporte sufre un acto delictivo. Esa es la imagen que simbólicamente proyectan. Y es verdaderamente indignante. Es cierto, son personas muy conocidas, lo que sea que les pase y que esté fuera de la normalidad va a causar noticia, pero lo que denota la explotación de la información en torno a un robo a una celebridad es lo preocupante: la industria comunicacional de la delincuencia, esa que abre noticieros del mediodía con quince minutos de despacho policial -a veces incluso en tono jocoso, como cuando robaron unos caballos con huida en la capital- es un gran negocio; y si en alguna jornada periodística, de búsqueda frenética de sangre, aparece un nombre medianamente conocido, se le saca el jugo hasta la última gota para alimentar un espectáculo que se vuelve injusto y hasta poco democrático hacia quienes son vulnerados en el anonimato.

Injusto, porque el tratamiento de la información da una especie de sobreprotección en beneficio de solo un tipo de víctima, lo que produce un mayor y más efectivo seguimiento de la prensa y trabajo de policías y fiscales, quienes se despliegan coordinadamente en los medios para asegurar que las figuras de televisión van a tener justicia pronto, publicitado de paso sus marcas con operativos vistosos y vehículos de película. Y poco democrático, porque la adulta mayor a la que le roban su jubilación en la esquina de una comuna pobre no va a tener la posibilidad de enrostrar su deterioro en un programa de televisión, interpelando a un candidato presidencial para que le dé una solución, exigiendo verdad y justicia ante cientos de miles de personas que la están viendo por la tele, como lo hizo Marcela Vacarezza en “candidato llegó tu hora”. En tanto, el joven universitario que ha sufrido un tercer lanzazo en el año rumbo a su hogar, lo que le produce una merma tan significativa como la pérdida de un auto para un millonario, no va a ser portada de Las Últimas Noticias sensibilizando a toda una nación con su rostro compungido, clamando piedad en todos los kioskos de la ciudad. Es poco democrático que, a partir del tratamiento mediático en favor de unas víctimas mediante súper cobertura -la que desde el noticiero se extiende a matinales y estelares-, las victimas comunes y corrientes queden en la invisibilidad o en la mera anécdota que se usó para llenar dos minutos de tele, sin el espacio de privilegio del que gozan los rostros para calmar su impotencia, despotricando contra políticos y el sistema judicial en todas las plataformas que tienen a su disposición.

En un escenario mediático desigual, en el que las circunstancias de los más desposeídos tienen menos valor y publicidad, es necesario que hagamos una reflexión: ¿vamos a seguir considerando normal que nos produzca más escándalo un delito contra un conocido que uno contra un don nadie? Porque eso es lo que se instala cuando todo el mundo está hablando sobre lo mal que lo pasó tal o cual famoso en un asalto. ¿Y qué pasa con el resto? ¿Los comunes sufren menos? Y aquí el problema no es dar pantalla, informando correctamente, a un caso delictivo absolutamente condenable, sensible y shockeante. Tampoco es problema que se use un caso para graficar lo que sufren otros, como muchas veces se hace. El problema es explotar el mercado del morbo de la delincuencia mediante el uso de nombres reconocibles que se convierten en mártires del delito, lo que genera una asimetría en el trato que da todo el sistema (judicial, mediático, simbólico) hacia unos y otros. Y esto último es lo que más sucede.

Para detener esta incongruencia, es tarea de los medios comenzar a colaborar, aunque ello atente contra el circo de sangre y portonazo y su inherente rating y likes. Y es tarea de todo nuestro sistema social, democrático y estatal, colaborar por que la delincuencia disminuya en todos los sectores -no sólo en los que iluminan las portadas, sino también en las regiones o en la siempre estigmatizada La Legua, por ejemplo- con trabajo de prevención serio, oportunidades de desarrollo real, rehabilitación efectiva y procesos judiciales justos. Y por favor, sin estereotipos. Por último: ojo, que está columna no tiene nada en contra de Mauricio Bustamante y su familia, quienes tienen todo el derecho de sentirse violentados por el flagelo de la inseguridad que pone en riesgo los recuerdos y a los niños, lo más valioso que se puede tener, que cualquiera, famoso o anónimo, puede tener. Con Mauricio Bustamante y los famosos que han sufrido y sufrirán delitos, todos solidarizamos. Esto es una simple invitación a reflexionar sobre el cómo comunicamos delincuencia y los efectos que podemos provocar.

Richard Sandoval