Avisos Legales
Opinión

“Rey”, ser fiel a la verdad histórica

Por: Nicolás Ried | Publicado: 22.01.2018
“Rey”, ser fiel a la verdad histórica niles |
La película pareciera realizar una lectura experimental de los archivos judiciales que sirven de fuente para acercarnos a la verdad histórica, atravesando el relato con imágenes hípercoloridas, escenas realistas mágicas y rupturas narrativas intencionadas que nos hacen alejar el ejercicio de una producción epocal. Sin embargo, por muy rara y experimental que esta película parezca, se sitúa en un espacio bastante tradicional y conservador respecto del uso de la ficción cinematográfica, quedando mucho más cerca del problema ante el cual se enfrentan ciertos documentales.

Desde 2014, una disputa nobiliaria sacude a la pequeña corte del Reino de la Araucanía y la Patagonia, en Francia. Y es que el actual regente, Antonio IV, ha sido impugnado respecto de su título por Estanislao I, quien alega que aquel no fue elegido legítimamente como sucesor de Felipe I. Dicha situación no se había dado con los monarcas anteriores, dado que antes de Felipe I estuvo Antonio III, hijo de la reina Laura Teresa I, la que a su vez sucedía a su padre, Antonio II. Sólo hubo una breve disputa en la casa real con la elección del segundo de los monarcas, Aquiles I, dado que su relación con el rey inaugural de la casa no era sanguínea. Sin embargo, las disputas por la legitimidad del poder han sido características de la breve historia del Reino de la Araucanía y la Patagonia, desde su origen con Antonio I. Más conocido por su nombre civil, Orélie Antoine de Tounens fue un abogado de campo francés que, hacia 1860, se decidió a unificar a los pueblos mapuche más allá del río Bío-Bío, a fin de conformar un reino comandado por un único rey. En el juicio llevado en su contra por el estado chileno, de Tounens alegó en favor de su cordura haciendo notar que no era él quien se autoproclamó como rey de la Araucanía, sino que había sido elegido por la comunidad de tokis, lonkos y machis, encabezada por el respetado lonko Mañil. Por supuesto, sin el respaldo probatorio de lo que decía y sin la autoridad legitimada para designarse como rey de parte de un territorio que, según la ley chilena, estaba bajo la jurisdicción de Chile, de Tounens aparecía como un demente.

Esta historia, la del hombre que intentó unificar a los pueblos mapuche bajo su alero real, es la que presenta en el filme Rey (Niles Atallah, 2017), cuyo director tiene por problema central el mismo que el de su protagonista: la legitimidad de toda la historia es cuestionada por el difícil acceso a la verdad, dado que los documentos que respaldarían la situación histórica son incompletos e imprecisos. Esta dificultad es la que Atallah intenta presentar en su obra como uno de los asuntos que se entremezclan con la propia historia del rey de la Araucanía: al clásico estilo de relatos de procesos judiciales llevados al cine, Atallah nos muestra el juicio mientras de fondo transcurre una adaptación de la historia confesada por el protagonista ante el tribunal. En este tránsito, la película pareciera realizar una lectura experimental de los archivos judiciales que sirven de fuente para acercarnos a la verdad histórica, atravesando el relato con imágenes hípercoloridas, escenas realistas mágicas y rupturas narrativas intencionadas que nos hacen alejar el ejercicio de una producción epocal. Sin embargo, por muy rara y experimental que esta película parezca, se sitúa en un espacio bastante tradicional y conservador respecto del uso de la ficción cinematográfica, quedando mucho más cerca del problema ante el cual se enfrentan ciertos documentales. Y es que Rey es un obstinado esfuerzo por ser fiel a los documentos que sirven de base a la construcción de una verdad histórica.

El filme relata la historia de Orélie Antoine de Tounens en su pretensión de establecerse como rey del territorio araucano. Las voces que arman esta historia están atravesadas por el tono de un relato judicial, que termina produciendo una narrativa posicionada desde la voz del poder, asumiendo que eso entregaría mayor fidelidad a la verdad histórica. Hay un cierto grado de obsesión con el asunto de la fidelidad a la verdad por parte del cineasta Atallah, que se expresa principalmente en dos elementos del filme Rey: el primero, es que la ficción está fuertemente limitada por la información que se puede obtener de las fuentes históricas, toda vez que la narratividad de la película se pierde a medida que son más escasas las pruebas para demostrar los hechos que fundamentan el relato. Así es como, hacia el final, el filme cae en una singular vorágine de imágenes “psicodélicas” que sirven para dar cuenta de la confusión en torno a la certeza de los hechos. El segundo elemento tiene que ver con el anecdotario de la producción del filme, ya que su director reveló (y así aparece expresado en la lista de créditos) que hubo un proceso intencionado de “deterioro del celuloide”, en el cual las cintas de ciertas escenas del filme fueron enterradas para que luego la imagen proyectada pareciera más vieja. Algo que se pudo haber hecho mediante alteraciones digitales, el autor decidió hacerlo mediante un maltrato material de la cinta. Ambos elementos expresan un cierto grado de obsesión con la fidelidad a esta antigua historia de un francés que alguna vez quiso ser rey en Chile, ya que lo que se pretende no es la destrucción de una verdad instalada desde el gobierno de Chile, ni la reconstrucción de lecturas y discusiones en torno a un hecho histórico, sino que lo que Atallah realiza es una operación de porfiada fidelidad a una historia anecdótica, intentando hacerla aparecer como algo novedoso.

Contrario a lo que piensa el propio director de su obra, podríamos sostener que Rey es una convencional película que mediante el uso de flashes, colores y recortes quiere aparecer como la más rara de la fiesta. Y desde este punto de vista, podríamos preguntarnos por el estatus político de hacer un filme que opere de esa manera respecto de un tema tan conflictivo, como es el de la legitimidad jurisdiccional en la Araucanía. En el marco del cine político, la discusión más cercana para un filme como Rey es con El pacto de Adriana (Lissette Orozco, 2017) y El color del camaleón (Andrés Lubbert, 2017), dos filmes que desde el registro documental, y guardando sus problemáticas propias, abordan el asunto de la destrucción de la verdad histórica y su posterior reconfiguración desde la intimidad del relato familiar. La de Atallah es una película sin ese compromiso por desbaratar una historia para contarla de nuevo (¿no es, acaso, que la disciplina de la historia, entendida políticamente, se trata de eso?), porque Rey intenta reforzar la autoridad de la voz del poder respecto del relato de una verdad histórica.

A veces hay que sospechar de esas historias atractivas que nos muestran las historias de reyes y reinas que no hacen más que manifestar sus deseos y luchar por ellos, en especial porque el cine se convierte, en esos momentos, en una máquina que transmite esos deseos como si de verdades se tratara. Mientras más lejos esté el cine de la verdad histórica, más cerca estará de esa lucha por las imágenes y disputa por las ideas que es la política.

Nicolás Ried