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Opinión

Virginia Woolf y el derecho a la independencia creativa de las mujeres

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 25.01.2018
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Un día como hoy, hace 136 años, nació una de las autoras más importantes del siglo XX. Recordada en la ficción por su tormentosa vida interior y el contexto de su suicidio, lo cierto es que la claridad y certeza de su escritura superan, con creces, la poética y las imágenes que se han construido sobre su recuerdo.

“La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos”.

Virginia Woolf – Un cuarto propio

 

La idea de este texto partió como un reclamo: A Room of one’s Own, el célebre ensayo de la autora, señala la urgencia de que toda mujer debe hacerse de quinientas libras y un cuarto propio para escribir y, con ello, resistir al olvido de la historia patriarcal. “La audacia de esta, de arengar a otras mujeres hacia el cumplimiento de estos motivos superiores, desde la comodidad burguesa de una tarima en Cambridge”, pensaba. Provista de educación de calidad desde pequeña, y criada en una familia con recursos, hablar de la realidad de las mujeres pobres como artificio para estimular la creatividad de mujeres ilustradas como ella en ese auditorio me pareció una falta de respeto.

Al releer el ensayo, sin embargo, noté que esta impresión es producto del contexto en que vivimos. No me atrevo a afirmar con esto que en la Inglaterra de 1929 no había lucha de clases, pero en pleno 2018, y en el último vértice del Tercer Mundo, es difícil encontrar la manera en que “Un cuarto propio”, tan influyente en el trayecto histórico del feminismo, pueda hacerle sentido a una joven de 25 años que ya es madre de dos hijos de los primeros quintiles. Fuera de los círculos académicos, la gente lee para entretenerse, no para que la reten.

Pero fuera de los círculos académicos, las mujeres sí escriben. No para que las lean, sino por la necesidad de constatar los hechos en algo que sobrepase las paredes de sus cabezas. En cuadernos con espirales, son muchas las historias que he oído sobre diarios de vida de abuelas, tías y madres, de los que nunca se supo sino hasta que murieron. Y nadie, nunca, las leyó. Woolf cita a Lady Winchilsea, una mujer noble que escribió en 1661: “Canta para algunos amigos y para tus penas, no has sido destinada a los arbustos de laurel; sean oscuras tus sombras y vive feliz en ellas”. Nacer en la época o el territorio equivocado mata cualquier impulso creativo.

Entonces es cuando todo cobra sentido: “¿Qué más os puedo decir que os incite a entregaros a la labor de vivir? Muchachas, podría deciros, y os ruego prestéis atención porque empieza la peroración, sois, en mi opinión, vergonzosamente ignorantes. Nunca habéis hecho ningún descubrimiento de importancia. Nunca habéis sacudido un imperio ni conducido un ejército a la batalla”. Woolf les habla a las privilegiadas. Lo de las quinientas libras y el cuarto propio es una fantasía cuestionable en términos materiales, pero útil a nivel retórico. El mensaje real es para aquellas que, aun con “inmensos privilegios y el tiempo que hace que venís disfrutando de ellos” poco hacen por la emancipación de todas las otras para las que feminismo es un significante vacío y machismo, en cambio, la normalidad.

Basta de rescatar la condición trágica de Virginia Woolf, su mente torturada y las circunstancias de su muerte. No es Nicole Kidman en Las Horas, aunque se haya ganado un Oscar. Hoy se celebra el natalicio de una escritora política, más allá de los universos simbólicos que explora en sus ficciones. En sus ensayos es donde se encuentra una mirada crítica y aguda al mundo que la rodea. De sus exploraciones sobre las emociones y afectos desde el interior resultan estas reflexiones sobre el exterior, lo material El sueño de que toda mujer cuente con las condiciones mínimas de existencia que le permitan no sólo sobrevivir, sino crear. “Una habitación propia” comienza intentando responder a la pregunta “¿Por qué las mujeres son más pobres que los hombres?”. No encuentra la respuesta, pero el enunciado da cuenta de que las cuestiones de clase y género son imposibles de separar. Finaliza diciendo: “Hacer este trabajo [escribir], aún en la pobreza y la oscuridad, merece la pena”. Que la merezca.

Belén Roca Urrutia