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El escarabajo de Nicanor Parra

Por: David Bustos | Publicado: 28.01.2018
El escarabajo de Nicanor Parra escarabajo |
Mientras me hablan me sorprendo pensando en el Parra de los 80′. El profesor de La Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, el que llegaba a hacer clases con el chaleco roto. Y que una vez, un alumno preocupado por la situación, le llevó de regalo un chaleco Rolly Go, que Parra rechazó diciéndole que él postulaba y creía firmemente, que la ropa debía deshacerse en el cuerpo. Ese es el antipoeta que me gusta. Uno puede elegir el Parra que guste.

Un vecino barre la vereda hasta quedar frente a la casa de Nicanor Parra.  La Colombina va saliendo y se acerca para darle el pésame. Le cuenta preocupado, que a noche estuvieron a punto de abrir el Escarabajo. Los vecinos se sienten intranquilos. Parra pasó a ser la celebridad de Las Cruces. Todos quieren un trozo de él.

Cuando falleció Nicanor prendí la tele y puse las noticias. Los vecinos hicieron fila para decir un par de cosas del antipoeta frente a las cámaras. Uno incluso dijo que se ganó el Premio Nobel. Nadie en realidad lo había leído. Hablaban más bien como vecinos. Compraba el pan en la esquina y Las Últimas Noticias. Era un viejo de mierda que nunca saludaba y ahora con su muerte es Don Nicanor, se quejaba otro. Los vecinos se sienten privilegiados que haya escogido ser enterrado en Las Cruces. Se dio vuelta la tortilla. ¿Qué van hacer ahora? Cualquier día de estos se van a robar el Escarabajo. Es cuestión de tiempo para que entren a robar a la casa. En medio de la intranquilidad vecinal pregunto por el nieto. Me cuentan que Parra vivía sólo y con alguien que lo cuidaba. Nadie sabe muy bien qué va a pasar con la casa. Seguro será un museo. No necesitamos que vengan de Santiago a decirnos como hacerlo. Hay que cambiarle el nombre a su calle y ponerle Nicanor Parra. También falta pavimentarla. Otro dice que no tiene ni veredas. Alguien cuenta que llegó hasta la catedral gracias a una credencial de prensa que se consiguió, y que logró colarse en la misa, donde las papas queman.

Cuentan que practicaba francés con una vecina, y alguien pregunta si de verdad hablaba ruso. ¿Qué haces? Me preguntan. ¿Escribes poesía? Sí alguna cosa he escrito, digo. Aprovecho la escasa atención y relato de cuando Nicanor Parra fue al funeral de Enrique Lihn, y leyó a los pies de su tumba El Monólogo del viejo con la muerte. Después agrego que era su poeta predilecto. No me doy cuenta y comienzo hablar de Lihn, y me miran extrañados, porque el único tema de hoy, mañana y del resto del año será Parra. También tenía una obra visual. No hay que olvidar que era un artista visual, agrega el más entendido del grupo.

De las escasas veces que fui a ver al antipoeta, recuerdo que le pregunté por el óxido del Escarabajo estacionado afuera, me contestó que iba hablar con la Jacqueline. Me pareció una buena respuesta, aunque nunca supe quién era la Jacqueline. Un vecino en el funeral reconoció a Rodrigo Rojas – ¿lo conoces? Es de la UDP, me asegura. También es poeta, le respondo. Ah mira todos son poetas. No hay duda que será una casa museo. El problema que tendremos es saber qué pasa de la casa hacia afuera. Van a llegar buses, esto se va a llenar de turistas y no tenemos infraestructura.

El Parra doméstico no me interesa, aunque al cabo de un rato en Las Cruces me siento hipnotizado por la gente. Todos hablan de Parra. En la feria, en la farmacia, en la verdulería. Parra es el tema de conversación del pueblo. Una poeta de Las Cruces me dice que lee a Carmen Berenguer y le digo que es saludable leer a Carmen Berenguer en este contexto. En medio de la chimuchina se habla de la otra casa de Isla Negra que tenía Parra. Un amigo algarrobino, me confiesa que el mismo Nicanor le expresó, hace 20 años atrás, su deseo de que la casa fuera un antimuseo. Nadie sabe qué va a pasar con la casa de Isla Negra. Cuando llegó Nicanor al litoral, llegó a esa casa. Otro tipo cuenta de la casa de La Reina y agrega que tenía una en Renca, que era de adobe. Se habla de las casas como bienes culturales y nadie se pregunta, o piensa, que son bienes familiares. En fin. No dejan de repetir que es todo un privilegio que esté enterrado acá. El alcalde tuvo que hacer un decreto especial para sepultarlo en el patio de su casa, no es llegar y enterrar a alguien en la casa, dicen.

Mientras me hablan me sorprendo pensando en el Parra de los 80′. El profesor de La Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, el que llegaba a hacer clases con el chaleco roto. Y que una vez, un alumno preocupado por la situación, le llevó de regalo un chaleco Rolly Go, que Parra rechazó diciéndole que él postulaba y creía firmemente, que la ropa debía deshacerse en el cuerpo. Ese es el antipoeta que me gusta. Uno puede elegir el Parra que guste. Hay muchos y todos sirven. El Parra de los poemas: Se canta al mar, Hay un día Feliz o El Hombre Imaginario. El de los Discursos de Sobremesa. El traductor, que recurre a la señora que lo cuida, para preguntarle cómo resolver cuestiones del lenguaje cotidiano. El Parra sentado en la silla de playa, frente a la puerta de entrada de su casa rayada con spray. El Parra que firmaba y dedicaba sus libros con una ene y una pe gigantes. El provocador. El que insistentemente le decía a Violeta, su hermana, que escribiera una novela, porque solo ella podía escribir la gran novela latinoamericana.

Mientras tanto el Escarabajo sigue fuera de su casa. Como una escultura, como si fuera un hito callejero que él mismo se encargó de edificar. La brisa y el aire marino se apoderan de la carrocería. Lo carcome, lo pule, lo desintegra silenciosamente. Los vecinos barren la vereda, desean saber qué va a pasar con la seguridad. La idea del abandono ronda. Y no me parece extraño. Vivir en la playa es un poco eso. El verano es una ilusión que dura dos meses. Luego todo es abandono

Los que vivimos en la playa nos refugiamos en verano. Las casas son desvalijadas por los delincuentes santiaguinos. También hay robos de autos. Llegan más carabineros de Santiago a reforzar el contingente y hacen controles y pasan partes hasta por estornudar. En esta época se paga por los estacionamientos. En los patios de las casas de veraneo hay conciertos sinfónicos de reggaetón. La fruta y el pan suben de precio. Las dos únicas peluquerías del pueblo están llenas. Los puestos artesanales se multiplican como las hormigas y en los semáforos, mientras dura la luz roja, promotoras pasan repartiendo publicidad inmobiliaria.

En los meses de verano esto es un antibalneario, donde uno puede pasar unas lindas antivacaciones. Pero sigo pensando en el Volkswagen Escarabajo de Nicanor estacionado frente a su casa, carcomido por la brisa marina. Observo el óxido por un instante, y antes de irme le pregunto a mi amigo Pablo, el algarrobino, si sabe qué fue lo primero que dijo Parra cuando llegó al cielo.

No, dice – ¿Qué?

Un dos tres por mí y por todos mis compañeros.

Intentamos reírnos, pero no podemos. Se ha muerto Nicanor Parra y creo que el Escarabajo es el símbolo de todo. La intemperie. La descomposición, el paso del tiempo. La muerte.

David Bustos