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Lorraine, defensora de las trans encarceladas: “Lo que le pasó a Zamudio lo vivieron decenas de compañeras mucho antes”

Por: core | Publicado: 05.02.2018
Lorraine, defensora de las trans encarceladas: “Lo que le pasó a Zamudio lo vivieron decenas de compañeras mucho antes” lor1 |
Es la activista trans más importante de la VI Región y desde hace cinco años capacita a funcionarios de instituciones estatales sobre identidad de género. Gendarmes, carabineros y la PDI conocen su carácter duro. En el 2006, siendo físicamente mujer, entró a la cárcel de hombres por cachetear a un fiscal y conoció el mundo de las transgénero recluidas. Desde esa época, se ha dedicado a denunciar abusos y discriminaciones, convirtiéndose en la voz de las que denomina compañeras. Pero antes de todo eso, Lorraine fue Javier Salvo, ingresó al Ejército, se salió por un accidente, quiso ser cura, fue acosada y terminó frecuentando discos gays donde conoció el transformismo.

“Soy la niña símbolo de la fiscalía”, cuenta riéndose Lorraine Salvo, 46 años, sentada en una plaza de Rancagua. Con orgullo, dice tener el récord de demandas por riñas en las calles de la ciudad, pero aclara que ninguna ha terminado con sanciones hacia ella. Los demandantes, habitualmente hombres que tomaron la pésima decisión de insultarla, optan por no continuar los procesos.

Lorraine camina por las calles de Rancagua como un coronel en su cuartel. Las incesantes miradas de desconocidos ya no la perturban. Cuenta que hace unos años andaba con una cadena y un candado en la cartera para defenderse de las burlas, pero asegura que los tiempos han cambiado. Ya no es necesario.

“Esa esquina -apunta con su mano- es de las chiquillas. En la puerta de allá trabajan las VIP, unas cabras universitarias”. Las “chiquillas” son sus compañeras trans, su mayor vocación. Algunas están presas en la cárcel de la ciudad, donde ella misma estuvo detenida un par de días en el año 2006. Al quedar en libertad comenzó su vida como una de las defensoras de transexuales encarceladas más importantes de Chile, para luego convertirse en capacitadora sobre identidad de género en instituciones estatales, rol que cumple desde hace cinco años.

Nacida en Lo Barnechea, Santiago, con el nombre de Javier Salvo, a los 18 años ingresó al Ejército. Un disparo en el pie por accidente la inhabilitó para seguir. Se salió. Entró a la iglesia San Francisco, frente al cerro Santa Lucía, anhelando ser cura. “Uno me dijo que si quería llegar lejos debía meterme con él. Eso no me gustó”, recuerda.

Frecuentó discos gays. Conoció transformistas. Se vistió de mujer. Ahí Javier murió para siempre, Aunque no para el Estado. Su carnet lo define como hombre, pero asegura que hace cinco años nadie en Rancagua la llama por su nombre legal. Cree que la Ley de Identidad de Género que se tramita en el Congreso es el primer paso para los cambios que ella y sus “chiquillas” necesitan. “En este país se encarcela la pobreza, como se dijo en la visita del Papa, pero también a los mapuches y a las trans. Somos lo que nadie quiere”.

Lorraine, con su metro ochenta, se dedica a pelear, literal y metafóricamente, para que se acabe la discriminación hacia transexuales. “La sociedad tiene mucho del mundo militar. Está encasillada en conceptos rígidos, inamovibles”, dice. Esos conceptos, explica, son los mismos que motivaron a su familia a dejar de hablarle hace más de tres años.

—En una entrevista dijiste que a los 15 años empezaste a sentir que eras un monstruo. ¿De dónde sacaste esa idea?
—Estaba muy pegado a la religión católica. Estudié en el colegio Teresianos de Lo Barnechea. Todo lo referente a la sexualidad se demonizaba. Los curas preguntaban en las ceremonias si nos tocábamos, porque eso era del demonio. En esa época no conocía el término homosexual, sólo maricones. Y no quería ser eso.

—¿Cuándo conociste el término y supiste que eras homosexual?
Cuando estuve en los milicos, a los 18 años, aunque no lo aceptaba ni lo asumía. Después de eso, cuando tuve el accidente del disparo en el pie, empecé a hacer mi vida. Me costó. No me atrevía, por ejemplo, a entrar a discos gays. La primera vez que lo intenté fui sólo a ver dónde era, la segunda hice la fila y cuando vi que estaban pidiendo carnet me devolví, y la tercera me atreví y entré.

—¿Qué pasó después?
—Con los milicos estuve dos años, a principio de los ’90. Cuando me salí, entré a los franciscanos para ser cura. Estuve un año y algo. Empecé a ver curas que estaban con compañeros míos. De hecho, un cura me pidió que le hiciera gancho con uno. Literalmente. Sin ningún tapujo.

—Cuando te sales te asumes como homosexual.
—Sí. Y cuando me asumí empecé a ir a discos gays. En esos años fui a una que estaba a la vuelta de la iglesia franciscana de la alameda y me encontré curas metidos ahí, con hermanos de otras congregaciones, bailando, besuqueándose.

—¿Sigues creyendo en Dios?
No, nada. Creo que venimos, morimos y se acabó. Lo que queda es lo que hagamos. Si el día de mañana me voy me recordarán por lo que fui.

—¿Qué te pareció la visita del Papa?
—En vez de venir a apagar el fuego, lo encendió con bencina con el discursito que dio sobre Barros. Eso es restarle importancia a las víctimas. Cuando uno es víctima de abuso, el abusador jamás va a asumir; es la palabra de él contra la de uno. En la vida que he tenido como trans he visto el doble estándar de la gente: los mismos que se ocupan con mis compañeras que ejercen prostitución, en el día cuando pasamos frente a ellos nos insultan. Cuando esa persona ocupa un cargo público, como carabinero, militar o cura, el daño es mucho peor. Se tapan mucho más fácilmente.

—¿Cómo apareció Lorraine?
El año ’94, empecé a ser amiga de transformistas que eran bien conocidas, que nos topábamos en las discos. Grupos emergentes de la música chilena, como Los Tres, Chancho en Piedra, Los Tetas, hicieron videos con nosotros. Por ejemplo, trabajé con todos los transformistas que aparecen en “Traje Desastre” de Los Tres. Leo Arcos, protagonista del video, fue mi mamá en el transformismo; él me llevó a eso. Una vez lo acompañé a un evento a una disco en Valparaíso. El organizador me miró y dijo “y esta, ¿por qué no la vestimos?”. Nunca lo había hecho. El Leo dijo que él me enseñaba y me arregló. Siempre recordaré que usé un vestido blanco, la peluca rubia y buen maquillaje. La gente cuando me vio actuando decía “oh, la Marilyn Monroe”, por la cara cuadrada y la caracterización.

—¡Nada menos! ¿Qué sentiste?
Me sentí bien. Crecí con el estigma de ser el pato feo. Me miraba al espejo y me sentía horrible. Cuando me vistieron de mujer cambió mi vida. Me sentí bonita y que no era yo, como que tomaba otra personalidad que de Javier yo no tenía. Ahí comienza a evolucionar el transformista a la transgénero que soy hoy. En ese mismo año, el ’94, hubo una competición internacional de transformistas. Acompañé a un grupo como parte de un show. Una de ellas, en el viaje, me dice que no estaba para pintarme, estaba para vivirlo. Me empezó a inyectar hormonas. Cuando volví a Santiago tras el viaje, no tenía trabajo y poco a poco me quedé sin amigos, porque comenzaron a verme de mujer todo el día.

—¿Cuándo te asumiste como trans?
En el ’95. Llevaba un año de transformista y me vine a Rancagua a trabajar a una disco. Ahí empecé a usar el pelo largo, a arreglarme. Ahí comencé a ser trans.

De las discos al activismo

A comienzos de 2006, Lorraine fue protagonista de una noticia reproducida en varios medios nacionales. El travesti de Rancagua que quiso hacer explotar un edificio, explicaban.

“No fue así. Estaba aburrida de que todo el mundo me molestara, que las vecinas estuvieran pendiente de mí. Di el gas de la cocina para terminar con mi vida”, confiesa.

Cuando la detuvieron, un carabinero la golpeó y ella respondió. Días después fue a la fiscalía militar a consultar cuál era su situación tras esa riña. “Le dije a la secretaria: qué pasará conmigo después de lo que pasó con un paco. Atrás mío había un señor que se metió a la conversación y dijo ‘¿perdón? Carabinero querrá decir’. Le respondí que un carabinero respeta las leyes, el que me agredió es un paco. Nos fuimos en esa discusión y el hombre terminó cacheteado”.

Lorraine no sabía que ese hombre era un fiscal. A los días carabineros la detuvo por una denuncia interpuesta en su contra. En un procedimiento que acusa irregular, la derivaron a la cárcel de Rancagua. Como su identidad legal es masculina, la llevaron a un módulo en donde hay hombres y transexuales.

“Cuando me van a dejar a la celda, veo que está la Laisa. Pido que no me dejen ahí porque me iba a cortar entera”, recuerda. La Laisa era una vieja conocida. En la disco de Rancagua donde Lorraine trabajaba, la mandaban a echar a los transexuales que querían entrar. Era una costumbre arraigada, cuenta, porque las consideraban agresivas. Cumpliendo esa labor se ganó el odio de varias trans, entre ellas la Laisa, a la que muchos respetaban.

Luego de su petición, los gendarmes respetaron su voluntad y la dejaron en una celda de aislamiento. A la noche una trans la visitó y le comentó que no fuera tonta, que no le harían nada. “Me atendieron muy bien. Hablé con la Laisa y nos hicimos amigas”, relata.

Al siguiente día se enfrentó al fiscal y le pidió perdón. Quedó en libertad.

Sin embargo, el paso por la cárcel la marcó. “Abusaron de mí. Un gendarme me dijo que si no se la chupaba me iba a meter en una pieza con 50 hombres y me iban a hacer de todo. Entre meterme con uno o con cincuenta preferí a uno. Después denuncié el hecho, al gendarme lo encontraron libre de culpa pero lo mandaron para Lota donde todavía ejerce”.

Ya en libertad, denunció un abuso a una compañera trans, a la que desnudaron y expusieron sus genitales frente a gendarmes para burlarse de ella. Tampoco hubo sanciones.

—Te has hecho respetar peleando, porque tienes tu carácter. ¿Qué pasa con los trans que no se atreven a pelear?
—¡Cuánto más abusan de las que no se defienden!

—¿Cómo llegaste a ser la activista que eres hoy?
—Luego de lo que viví en la cárcel, hice los reclamos correspondientes a las autoridades. No me tomaron en cuenta. Pero me sirvió para hacerme amiga de las chicas de adentro. Las visité desde 2006. Tras esas visitas yo daba la cara por ellas. Por ejemplo, hubo una actividad dentro por el día internacional del sida. Llevaron a todos los hombres. Cuando pregunté por qué no estaban las chiquillas trans, me dijeron que se pusieron agresivas y por eso no las habían llevado. Fui a hablar con ellas y me contaron que no, que incluso estaban arregladas y nunca las fueron a buscar. Las escondieron. Así me empecé a involucrar, intentando que las autoridades dieran respuestas a ese tipo de discriminación.

—¿Las charlas cómo empezaron?
En un principio pedía audiencia con la Seremi de Justicia y no me pescaban. Quería denunciar los abusos a las chiquillas. Alguien me dijo que si presentaba una carta en La Moneda ellos estaban obligados a atenderme. Era un derecho. Al primero que le envié fue a Ricardo Lagos. Eso hizo que los que se sentían omnipotentes en Rancagua me empezaran a llamar para decirme que me iban a recibir. Una vez, las chicas de la calle me contaron que un cliente militar las tomó y las llevó al pabellón de solteros de los milicos, después de tener sexo les puso una pistola en la cabeza y las echó sin pagar. Fui al batallón de Rancagua, di cuenta de esta denuncia y no me pescaron. Partí al edificio de la Armada frente a La Moneda. Hice la denuncia allá, no pasó un día y me dicen que el Coronel me recibiría. Al tipo lo castigaron.

—Así fuiste relacionándote con las instituciones.
Sí. Me empezaron a conocer de esa forma.

—¿Por qué asumiste este rol?
Porque no hay nadie más que lo haga. Las chiquillas tienen una vida de carencias, ni sus familias las defienden. La mayoría fuimos echadas por nuestra condición trans. En mi familia me dijeron que no me querían ver así. De hecho, tengo tres hermanos que no me hablan.

—Me contaste que has visitado otras cárceles. ¿Qué has visto? ¿Cómo defines la situación de las trans en estos recintos?
Las trans son el grupo de la población más olvidado. A nadie le importa. La reinserción o talleres son para los heterosexuales. Muy pocas veces se nos incluye.

—¿Qué tipo discriminación has visto?
El trato diario es lo más común. Los gendarmes las tratan de maricones, de caballos, de huecos. Se ha tratado de ir mejorando.

—Ahí entras tú. ¿A qué instituciones has capacitado?
—Gendarmería, carabineros, PDI, registro civil, Sename.

—¿Cómo son tus charlas?
Las hago dos veces al año; una a principios y otra al final. Nos reunimos en los auditorios y se invitan a funcionarios. Primero separo la identidad de género y orientación sexual, porque hasta hace no mucho a los trans nos trataban de homosexuales. Aclaro conceptos y voy derribando mitos y prejuicios.

—¿Qué te dicen los funcionarios?
Las reciben bien. Muchos preguntan. Se dan debates. En el Sename nos pasó que una señora dijo que cómo vamos a saber si los niños no cambiarán en el futuro, cómo vamos a aceptar que elijan ser trans desde tan pequeños. Ahí le dije que estaba confundiendo orientación sexual con identidad de género. La orientación se define en la adolescencia, a los 12 o 15 años. La identidad se define antes, a los 3 o 4 años los niños o niñas ya saben con qué rol se representa, masculino o femenino. La identidad de género no cambia.

Ley de Identidad de Género

—¿Qué te parece la Ley de Identidad de Género?
—Nos va a venir a dejar tranquilas en los trámites diarios. Es muy fome cobrar un cheque o llegar al médico y que te traten por un nombre que no es el tuyo. No tendremos que andar peleando con nadie. Podremos vivir legalmente. He peleado toda la vida por esto, incluso con mi familia.

—¿Por qué?
—Me alejé de mi hermana porque no me incluyó en su vida. Su hijo de 18 años hizo la confirmación en la iglesia católica. Invitó a mi papá, a mis hermanos, pero no a mí. Ese día, había hablado con ella en la mañana y no me dijo nada. Al otro día la llamé y le pregunté por qué no me había avisado. Me respondió que pensó que yo sabía. ¿Y cómo voy a saber si de la familia hablo contigo no más?, le contesté. Ahí le dije: invitaste a mi papá que tú misma dices que te debe 500 lucas y es aprovechador; a mi hermano que te busca para puros favores; estaba hasta tu marido que te jodió con cuatro tipas. No te importó que estuvieran ellos, pero sí que estuviera yo, porque te iban a preguntar quién soy, por qué estaba en la ceremonia. Después le dije que cuando estuviera preparada para aceptar a su hermana, que me hablara. Después de un año todavía no llama.

—¿A qué se debe tanta discriminación a las personas trans en este país?
—La condición trans está asociada a la prostitución, la delincuencia, la drogadicción. Gran parte de las trans han vivido eso, pero se da por la falta de oportunidades. Muchas terminan en la prostitución porque no hay nadie que las reciba. Tienen que parar la olla. He conocido trans que se han resistido a la calle y terminan de peluquera. ¿Y esas que no quieren ser peluqueras? Hay un caso de una trans, que cuando todavía su apariencia era de hombre, estudió para ser matrona. Al salir su apariencia era de mujer. Buscó trabajo y nadie la contrató. Terminó vendiendo pollos en un local de comida rápida.

—Por eso es tan importante que aparezcan personas como Daniela Vega, «la Mujer Fantástica».
—Absolutamente. Es un referente que abre un campo distinto. Se ve que una trans puede ser actriz y no una prostituta drogadicta. Nosotras debemos luchar contra los prejuicios. Por ejemplo, yo opté por no tomar. Mi mamá se murió preguntándole a mi hermana que si era verdad que no tomaba. La única vez que tomé me volví loca, y al que era mi pareja le di una sansa de palos, que ¡uy! Con trago me vuelvo mona, así que no.

—El primer paso es que se les reconozca por su nombre.
—Claro, lo primero es tener legalidad. Así podremos ayudar a muchas chicas a encontrar trabajo. Sin desmerecerla, pero la prostitución está llena de riesgos. La esperanza de vida de una niña que la ejerce no supera los 40 años. La Ley Zamudio se concretó por el ataque a un niño gay, siendo que lo que le pasó a él lo vivieron decenas de compañeras trans mucho antes. Y de las peores maneras, porque a las trans le meten cuestiones en las pechugas, en el traste para evidenciar que no son mujeres.

—¿Qué es lo más fuerte que te han hecho?
—Una vez me violaron entre ocho tipos. En Santiago, cuando recién estaba iniciando mi vida. Trabajaba en una discoteque que estaba en la Alameda. Me iba caminando desde ahí a mi casa en Quinta Normal. Esa noche caminé normalmente y se paró una vans a mi lado pidiéndome cambio de dinero. Le dije que no tenía. A la cuadra siguiente me dijeron que me podían llevar. De tonta accedí. Cuando me subo me ponen un cuchillo, me tiran para atrás y estaba lleno de tipos. Me desnudaron, me pegaron, me obligaron a tener sexo con ellos. Se estacionaron frente a la Quinta Normal. Habían carabineros ahí. Ellos abrieron la puerta de la vans y me tiraron. Estaba desnuda. Carabineros corrió a ayudarme. Cuando se dieron cuenta que la que de lejos parecía una niña era una travesti, me dijeron que para qué andaba hueveando, que yo tenía la culpa. Ahí me dejaron. No me socorrieron.

—¿Cómo sería tu vida si hubieses cambiado de identidad de género cuando niña?
—Me habría encantado. De partida, tendría más preparación. Siempre quise estudiar derecho.

—En la discusión de la Ley de Identidad de Género la derecha pedía que para cambiarse de sexo, las personas pasaran por exámenes sicológicos. ¿Qué te parecen esos argumentos?
—Ningún heterosexual pasa por un sicólogo para validarse o para tener una relación. ¿Por qué nosotros sí?

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