Avisos Legales
Opinión

Tres anuncios por un crimen contra los defensores de la humanidad

Por: Nicolás Ried | Publicado: 05.02.2018
Tres anuncios por un crimen contra los defensores de la humanidad |
«Tres anuncios por un crimen» es un filme interesante. Ya sea porque abre diversos planos de lectura, porque pone en entredicho cierta sumisión del cine a contar una historia o porque, siendo una producción de la industria cinematográfica, presenta una lectura de las relaciones humanas.

Definitivamente, hay quienes se sienten muy humanos, tan humanos que cualquier atentado contra la humanidad les afecta de manera directa. Como ese juez que en 1975 condenó a la censura la última obra de Pasolini porque “atentaba contra la humanidad”; o ese crítico que escribió que Tarkovski no tenía “ningún respeto por la humanidad de los actores” por cumplir con su capricho de filmar con ellos tras obligarlos a trotar por una hora y aprovechar así sus rostros cansados; o esos que decían que el arte de vanguardia rusa, tipo Vertov o Malevich, no era más que el afán comunista por eliminar todo rastro de humanidad en el arte.

Se podría escribir una historia acabada sobre estos defensores de la humanidad, defensores que no hacen mucho más que denunciar en otros la falta de eso que los hace pertenecientes a esa inmensa masa de almas bellas y limpias que es la humanidad. Una historia que puede ir desde el primero de los censores que inspiraría el uso de la palabra “humanitarista” hasta Ascanio Cavallo. En su breve reseña a la más reciente y premiada entrega de Martin McDonagh. Tres anuncios por un crimen (2017), el estable crítico de cine de El Mercurio alaba la relación entre el guión y la película, calificándola como “una película de guión”, una buena película cuyo guión la hace destacar. Una y otra vez el crítico anuncia que es un filme de guión, para terminar criticándolo como un filme en el cual su director expresa todo su odio por la humanidad. Escribe Cavallo: «De modo que hay bastante buen hacer, un guion milimétrico y momentos de sorpresa, pero ¡cuánto desprecio por sus personajes, cuánto afán por contrastar la inteligencia de esos sujetos con la del realizador, el guionista, el director, el artista que está detrás de todo! ¡Cuánta superioridad moral, como a menudo en Godard, Kubrick, los Coen, los Kaurismäki! ¡Cuánta vergüenza por la especie humana!». ¿Qué es lo que ve el crítico Cavallo para reprochar al director del filme, y otros tantos de paso, esta vergüenza por la especie humana?

«Tres anuncios por un crimen» es un filme interesante. Ya sea porque abre diversos planos de lectura, porque pone en entredicho cierta sumisión del cine a contar una historia o porque, siendo una producción de la industria cinematográfica, presenta una lectura de las relaciones humanas. Mildred Hayes es una madre cuya hija fue asesinada, violada y quemada a las afueras de Ebbing, Missouri, un pequeño pueblo protegido por un departamento de policías que no se afana por perseguir la justicia. Ante la inactividad de la policía por desvelar el misterio sobre el criminal de Angela Hayes, su madre Mildred decide tomar la iniciativa, realizando una especie de instalación artística: contrata tres letreros gigantes al borde de un poco recurrido camino para instalar, sobre fondo rojo sangre, una espina en las manos de los policías y del pueblo.

Violada mientras moría / ¿Y todavía no hay arrestos? / ¿Cómo va, jefe Willoughby?

Mildred aparece en la TV comentando su intervención, obteniendo la atención necesaria para que la policía comience a tomarse en serio el trabajo. Esto inicia un enfrentamiento entre Mildred y el departamento de policía, liderado por el comisario Willoughby. Mildred no da marcha atrás, mientras que los policías se niegan a dejar tranquila a la autora de la protesta, desatándose una especie de lucha viva de todos contra todos, encarnando un infierno en el pequeño pueblo. Y esto es lo que ve el crítico Cavallo: una historia de venganza, donde unos y otros se hacen daño por demostrar su punto, sin jamás ponerse de acuerdo. Es por eso que el crítico agrega en su lectura del filme que existiría una superioridad moral del autor respecto de sus personajes, porque estos no sabrían comportarse como buenos ciudadanos que confían en las instituciones y realizan sus labores, a diferencia del director que se ríe de ellos haciendo esta película. Me imagino que es lo mismo que el crítico piensa de Godard, Kubrick, los Coen y Kaurismäki: autores que representarían a los humanos, a esos insignes representantes de la humanidad, para reírse de ellos y demostrar su propia superioridad moral. Pero ese es el mayor problema que enfrenta quien hace crítica de guiones: cuando se aburre de hacer el cálculo matemático de si este o aquel es buen o mal guión de acuerdo a si los personajes están bien acabados, si las escenas son coherentes, si los diálogos revelan la información necesaria para que el estúpido espectador comprenda, y si el clímax está puesto en el momento preciso del orgasmo pre-catártico, el crítico para entretenerse empieza a imaginar cómo es que él hubiese hecho la película, y cada vez que la película real se aleje de la imaginaria, resulta un castigo.

Probablemente la película imaginaria del crítico Cavallo (quien aquí no es mucho más que una metáfora) no atentaría contra esa inmaculada cosa que es la humanidad, evitando reírse de cosas tan serias como poner tres letreros al borde de una carretera.

Pienso en ese libro inexistente de Aristóteles, que supuestamente decía que los humanos eran animales que se reían, porque no es que McDonagh se siente en la torre de la superioridad moral, sino en el valle llano de los aldeanos que reímos de todo cuanto podemos. Probablemente Cavallo piensa en ese otro libro de Aristóteles, en el que dice que el guión es el elemento esencial para contar una historia.

Nicolás Ried