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Opinión

El madurismo y la obligación de los demócratas

Por: Tomás Manuel Fábrega | Publicado: 06.02.2018
El madurismo y la obligación de los demócratas |
Las diferencias entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro no sólo son de accionar político, también han demostrado ser de apreciación histórica, mientras Chávez citaba permanentemente a Trotsky y a la idea de la revolución permanente, Maduro en la Feria Internacional del Libro de Venezuela en su versión del 2015 al ver la figura de Stalin se limitó a decir “el camarada Stalin, el que venció a Hitler.”

Subieron las arepas, subieron los cigarros,
subieron los pasajes de autobuses y de carros;
el cinturón yo me lo amarro
y no he caído, porque me agarro
ya casi no me baño, porque el agua es puro barro
y subí de peso con tanto sarro
no puedo ni afeitarme no hay agua en el tarro

***

Si acaso me enfermo, destino fatal,
o la clínica me arruina o me mata el hospital,
cucharadas y pastillas cuestan tanto rial que
hay más plata en la farmacia que en el banco nacional.
Si por desgracia los doctores no pueden con mi mal
tengo que sacar más plata pa’l funeral,
porque la agencia más humilde, urna sin cristal,
por llevarme al cementerio me quita un dineral,
¡y me muero igual! ¡y me muero igual!”

Uno pensaría que las letras con las que partimos corresponden a un rap del presente venezolano, ya sea un texto inédito de Canserbero o la última canción de Akapellah. Nos equivocamos. Esta canción se escuchaba en las calles de Venezuela en 1980 y es la “cotorra criolla” de Perucho Conde, denunciadora de la crisis económica de Venezuela y la falta de democracia a fines del siglo pasado. Es la tragedia de Venezuela.

Escribo esta reflexión desde la observación de que Venezuela ha dejado de ser la obsesión de portadas y noticieros centrales de medios de comunicación. Se puede entender que los centros de “desinformación” tengan sus pautas e intereses, lo irrisorio, es que las ciudadanías latinoamericanas nos quedemos en silencio ante las calamidades que pasa el pueblo venezolano y no sólo mientras vemos algunas imágenes por televisión y por ahí, algo nos golpea en la conciencia, no, todos estos últimos años, todos los días y durante las veinticuatro horas. Venezuela inicia el año con la peor inflación del gobierno de Maduro, con una crisis política abierta, con un chavismo crítico que empieza a crecer, con el nacimiento del madurismo como cultura política. Definir si es o no es una dictadura es a todas luces un debate absurdo cuando todas y todos no podemos dejar de aceptar que sí, que existe autoritarismo.

El propio ministro del Interior, Tareck El Aissami, señaló que desde diciembre del 2017 hasta el presente mes subieron los precios de algunos productos en un 1.000% y 1.500%. Venezuela lleva años siendo el país con mayor inflación en el mundo, y esto no se explica solo por sanciones o boicots de parte de Estados Unidos, no, el gobierno venezolano ha sido tremendamente irresponsable en materia económica, puesto que por mucho tiempo ha dependido en cerca del 90% de su Producto Interno Bruto en los vaivenes de un solo producto: el petróleo. Lo que se traduce básicamente como una actitud suicida permanente.

La crisis económica que vive Venezuela es injustificable. Por todos es conocido que el país caribeño cuenta con unas de las mayores reservas de petróleo en el mundo, pero, obviamos decir que también las tiene muy importante en oro y tiene una geografía privilegiada que por un lado le extiende el mar Caribe a lo ancho y también les deja unas enormes llanuras desde donde la ganadería y la agricultura pudiesen abastecer a Venezuela completa una, dos o tres veces. Como bien recuerda Henrique Capriles en muchas de sus intervenciones, es mentira que la crisis de los precios del petróleo haya pulverizado el gobierno de Nicolás Maduro, por la simple razón que esta implosionó en 2014 y las tasas de inflación exacerbada y el desabastecimiento ya atacaba la vida de los venezolanos en 2013.

La devenida autoritaria

Es cierto que en la presidencia de Hugo Chávez hubo signos de autoritarismos, pero aquello estaba acompañado de una masa organizada, fortalecida y muy participativa. Es que en los años de Chávez cualquier chileno podía sentirse envidioso de la cantidad de Juntas de Vecinos activas, su despliegue y las competencias que ellas tenían. El presidente Lula da Silva llegó a decir que en Venezuela cuando no había elecciones, Chávez inventaba algún tema para que se enfrentara al escrutinio popular. Sin embargo, con la entrada al gobierno de Nicolás Maduro, el sistema político se ha alejado progresiva y sustantivamente de la participación popular y ciudadana.

El historiador Robert Paxton, en su Anatomía del fascismo, sostiene que uno de los métodos propios del fascismo que el mundo conoció en el siglo XX para vaciar a la democracia, era consolidar y fortalecer organismos paraestatales. Es decir, la construcción permanente de instituciones paralelas que llevaran al absurdo a las instituciones oficiales, ejemplos de ellas son CorpoMiranda y las milicias bolivarianas. Esto ocurre en Venezuela y, a decir verdad, ocurrió, aunque a niveles imperceptibles durante Chávez. Hoy Maduro, cuando pierde alguna gubernatura, inventa una institución paralela a la cual le otorga incluso mayores recursos. Otras iniciativas de este tipo son el levantamiento del “carnet de la patria” que en un principio sirvió para testear la movilización chavista, después sirvió para acceder a las misiones sociales y hoy se requerirá hasta para acceder a becas estudiantiles. Toda una cédula de identidad paralela.

La ciudad de Caracas tiene una división básica, en el Oeste viven las clases populares y en el este las medias y altas. En total hay siete municipios y antes de las últimas elecciones municipales – en las cuales la oposición formal decidió no participar – seis alcaldes de los siete no estaban ejerciendo funciones, es decir, todos salvo el de Municipio Libertador del Oeste gobernado por un chavista. Ellos estaban o en el autoexilio, inhabilitados o presos. Para nadie es creíble que todos ellos fueran golpistas, sediciosos o corruptos. Ocurre que el madurismo no sólo apela a condenas de dudosa legitimidad como la que se dictó contra Leopoldo López, sino que recurre mediante variados métodos como la inhabilitación para ejercer cargos públicos por dictámenes exprés de la contraloría.

Madurismo, incipiente cultura política

¿Por qué decimos madurismo? Pues porque hoy los lazos que unen al gobierno del fallecido Chávez son mucho más de parentesco que de una coherencia proyectual. En común, podemos decir que Maduro ha heredado lo peor de Chávez, estos son los rasgos autoritarios y, por ejemplo, la retórica agresiva demostrada en la descalificación personal de los adversarios como herramienta política. A su vez, el carácter socialista del proyecto ha perdido terreno, el madurismo ha firmado contratos con Rusia y China por conceptos de deuda venezolana que se han mantenido en el más absoluto hermetismo, además, para extraer oro se ha permitido la entrada de empresas de dudosa reputación en asuntos ecológicos. En términos gráficos, si Chávez decía “socialismo” 100 veces, Maduro repite la palabra en 10 ocasiones.

Las diferencias entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro no sólo son de accionar político, también han demostrado ser de apreciación histórica, mientras Chávez citaba permanentemente a Trotsky y a la idea de la revolución permanente, Maduro en la Feria Internacional del Libro de Venezuela en su versión del 2015 al ver la figura de Stalin se limitó a decir “el camarada Stalin, el que venció a Hitler”. Por cierto, han existido manifestaciones de un preocupante culto a la personalidad, no sólo hacia Chávez y Simón Bolívar, sino que hacia el propio presidente en funciones. Estas diferencias dan pie para pensar que el madurismo es algo distinto a la mera continuación del chavismo.

Maduro, más allá de cualquier juicio que podamos hacer acerca de su gestión, es un extraordinario estratega político. Entre sus jugadas maestras están convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, que hasta hace un par de meses era una de las banderas de lucha del sector más conservador de la oposición liderado por María Corina Machado; junto con demostrar que era posible cambiar la Constitución Política de 1999, a la cual Chávez llamaba su “hija, su niña bonita”, terminaron siendo movimientos propios del ajedrez, que descolocaron a la oposición y reconfiguraron el escenario político venezolano.

Evidentemente, el madurismo no se ha constituido oficialmente en una forma de hacer política en Venezuela, más aún, nadie se declara madurista en público. Es por todos sabido que los corpus políticos no siempre se normativizan en su pleno momento de desarrollo. Pero la convergencia en torno al líder es un hecho, al punto que ni se discutió en las bases la postulación de Nicolás Maduro para las elecciones presidenciales, supuestamente programadas para fines de este año.

Izquierda condescendiente

Ante este panorama lejos de encontrarnos con una izquierda latinoamericana que ha denunciado la traición al proyecto de Hugo Chávez o el caos económico y humano que viven los venezolanos, hemos sido testigos de una izquierda complaciente, silente y obediente a los deseos del madurismo. Salvo esfuerzos como los de Giorgio Boccardo y Sebastián Caviedes de Nodo XXI, pocos esfuerzos se han realizado para criticar abiertamente la regresión madurista. Por ejemplo, en el Frente Amplio, salvo las vocerías del Partido Humanista y el Partido Liberal, poco y nada se ha hecho por enfrentar la situación venezolana.

Hay una izquierda que cumplirá 60 años defendiendo al gobierno cubano. 60 años con muchos logros en ciertas materias sociales, con una revolución que se planteó como de liberación nacional y en ese sentido hay poco reproche por hacer, pero, 60 años -y buena parte de ellos- con partido político único, prensa única, elecciones indirectas, criminalización de la disidencia. De esa izquierda no podemos esperar mucho, para ellos, Maduro pese a todos sus desastres sigue siendo inocente y piadoso con su oposición.

Pienso que Alberto Mayol era preciso cuando decía que no había que entrar en un debate acerca de definiciones sobre el “terrorismo” presente en La Araucanía, resulta igual de absurdo decir si Venezuela es o no es una dictadura. La izquierda latinoamericana que se siente partícipe de la “década ganada” que permitió que el continente tuviese la década más virtuosa en indicadores económicos y de redistribución de la riqueza, al menos desde la implementación neoliberal, y que tuvo en sus países –mayoritariamente- gobiernos pertenecientes al arco de la centro-izquierda y la izquierda, ha denunciado  a través de diversos voceros la existencia de nuevas modalidades de golpe de Estado, ya que se destituyen gobierno a través de los parlamentos o las cortes judiciales. Parecen obviar que, así como el Golpe de Estado clásico de tanques y ríos de sangre ha dado pasado a golpes renovados, los autoritarismos del siglo XXI difícilmente se parecerán a las dictaduras del XX. Seguramente no habrán Estado de excepción constitucional, pero actuarán al borde de la legalidad, no eliminaran las elecciones, pero la vaciaran de sentido como mecanismo democrático, no clausuran toda libertad de expresión, pero la reducirán a un punto exagerado. Pablo Iglesias llamó a la izquierda española que no entendía el proyecto de Podemos y lo descalificaba per sé, como los “pitufos gruñones” de España. Pues bien, la izquierda que nos recriminará que cualquier crítica al gobierno venezolano favorece a los intereses de Estados Unidos, actúa a la manera de pitufos gruñones. Ellos juegan el papel de Octavio Paz cuando Mario Vargas Llosa argumentó que el México manejado por el PRI era una dictadura perfecta, en ese entonces señaló “Mario ha sido impreciso, aquí hemos padecido la dominación hegemónica de un partido, no una dictadura”. Está bien que las ciencias sociales pretendan establecer marcos de conversación serios, pero todos sabemos que una dictadura es ausencia de democracia y es un autoritarismo de alta intensidad. Lo demás es usar las ciencias sociales para los eufemismos.

 

Tomás Manuel Fábrega