«Salirse del sistema»: La historia de una familia que se fue de Santiago, practica el trueque y vive con el sueldo mínimo

Por: core | Publicado: 06.02.2018
«Salirse del sistema»: La historia de una familia que se fue de Santiago, practica el trueque y vive con el sueldo mínimo / /Fuente: Revista Paula
Jessica y Álvaro cultivan la tierra en su jardín para obtener frutas y verduras, tienen maceteros con yerbas medicinales –no van al médico–; ellos mismos hacen su pan, tallarines, y hacer trueque con productores locales de huevo, miel y legumbres.

Fue en 2013 cuando la familia de Jéssica (39) y Álvaro (44) decidió “bajarse del tren del consumo» y dejar de ganar dinero para bienes innecesarios a cambio de tiempo y calidad de vida. Por eso, se alejaron de la vida en Santiago y se instalaron en Cartagena, lugar en que viven hasta hoy junto a sus tres hijos, y donde cultivan las verduras que consumen, hacen su pan y practican el trueque. Incluso se las arreglan con poco más del sueldo mínimo y les alcanza hasta para ahorrar.

Luego de casarse, en 1999, Jessica y Álvaro se instalaron por primera vez a 8 kms de Cartagena, donde se convirtieron en empresarios del campo, con 8 mil gallinas ponedoras y mucha gente trabajando para ellos. “Salía a las 8 de la mañana a vender a Santiago y volvía a las 12 de la noche. Pasaba por un hipermercado a comprar unos juguetes a mis hijos, a los que solo veía por fotos”, contó Jéssica a Revista Paula, y relató que durante esa época el tiempo se le hacía tan escaso que no alcanzaba ni siquiera a cocinar, por lo que compraba comida en restoranes.

Eso duró hasta 2007, cuando subió el petróleo, el maíz se fue a las nubes y el negocio dejó de ser rentable, por lo que Álvaro debió comenzar a trabajar como contratista para mantener el estándar de vida. De hecho, decidieron irse a vivir a Llolleo para estar más cerca del colegio de los niños y arrendaron una casona de 400 metros cuadrados, con 5 mil de terreno en el mejor barrio de la ciudad.

Sin embargo, con el pasar del tiempo, empezaron a notar que algo no estaba funcionando. “Seguíamos en el sistema para generar y generar lucas”, contaron. Jessica se trasladó a Santiago mientras su marido seguía en el rubro de la construcción, viajando por todo Chile y sin tiempo para pasar con su familia, mientras de a poco se fue acrecentando la crisis familiar, “y todo por mantener un estilo de vida que nadie nos estaba pidiendo tener”.

Fue un viaje a Isla de Pascua el que finalmente terminó determinando el giro que darían: Jéssica se fue, en un comienzo de vacaciones por tres meses, pero ellas se fueron alargando por un año. «Recogía de la basura los muebles y utensilios. Los niños andaban todo el día sin zapatos, íbamos a la playa después del colegio, jugaban felices y sentía que me estaba haciendo cargo de mi vida», relató sobre la época, en que trabajó como costurera ganando 4 mil pesos diarios y lograba sobrevivir.

Vivir con menos y de forma sustentable

A la vuelta, Jessica ya no quería saber nada de Santiago, que la plata siguiera siendo el centro de sus vidas ni meter a sus hijos en un colegio de «chaqueta y corbata». Supieron de un colegio que tenía educación alternativa en Cartagena, compraron una casa de de 95 metros cuadrados construidos a la que primero se fue Jessica y sus tres hijos, y que Álvaro visitaba porque necesitaba arreglos.

Pero después se contagió de la visión de Jessica: «No todo era trabajar para tener. Me di cuenta de que estaba perdiéndolo todo: mi familia, mi mujer, mi gusto por vivir”, reconoce, hasta que se decidió. «Le dije: ‘Ya no quiero ser más contratista, me quiero salir del sistema, no quiero seguir trabajando así, quiero hacer lo que me gusta’”. Comenzó entonces a hacer jardines, a estudiar Permacultura (modelo ecológico que cuida la tierra, la gente y pretende un reparto justo) y dar clases de Biología en el colegio de Cartagena.

Hoy ahorran en todo lo que consideran innecesario, se compran ropa en la feria, no van a restoranes, no tienen auto, andan en bicicleta o a pie. Jessica, que hace clases de yoga, no acepta ningún trabajo donde tenga que tomar locomoción. “Queremos decirle a la gente que no es necesario irse a vivir al Cajón del Maipo para cambiar la forma de vida”, dicen enfáticos en los talleres de cosmética y alimentación sana que realizan en su cocina recién remodelada con sus propias manos, donde resalta la madera nativa de un tronco del sector.

Álvaro y Jessica cultivan la tierra en su jardín para obtener frutas y verduras; tienen maceteros con yerbas medicinales –no van al médico–; hacen trueque con los productores locales de huevo, miel, verduras, legumbres, quínoa o avena, y fabrican en casa su pasta de dientes, detergente, jabón, champú, desodorante y cremas. Ellos mismos hacen su pan, tallarines y las colaciones de los niños.

En el supermercado sólo compran aceite, papel higiénico, servilletas, arroz y harina. Y de los artículos más caros consumen poco: pollo, dos kilos una vez al mes, carne, en alguna oportunidad y al pescado le dan una opción a la semana. Incluso, pueden ahorrar para hacer arreglos en el hogar. Decidieron sacar todo el cemento que rodea la casa para poner plantas y su próximo proyecto es proporcionarse por completo el consumo eléctrico (hoy pagan $ 13.000 mensuales) e incluso tratar de venderle al sistema interconectado los watts que les sobren como familia.

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