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Maquillaje y libre mercado: La obligación de gustar

Por: Daniela Escárate | Publicado: 07.02.2018
Maquillaje y libre mercado: La obligación de gustar alicia keys | La cantautora Alicia Keys decidió en 2016 no volver a maquillarse nunca más
¿Cuánto tiempo y recursos gastamos en embellecernos por fuera y cuánto destinamos a un nutritivo descanso y alimentación? Decimos que hay cosas que hacemos por nosotras mismas y no por agradar a otros, pero ¿cuántas mujeres ocupan tacos en sus casas? ¿Con cuántos complejos cargamos porque no nos gusta una o más partes de nuestro cuerpo? ¿Nos sentimos lindas sin maquillaje? ¿Cuánta energía gastamos en automarketing por medio de las redes sociales, en comparación con la destinada al autoconocimiento y al fortalecimiento de nuestra autoestima?

“Enséñale a rechazar la obligación de gustar”. Esta es una de las quince sugerencias que la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie entrega en su libro Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. “Su trabajo no es ser deseable, su trabajo es realizarse plenamente. Enseñamos a las niñas a gustar, a ser buenas, a ser falsas. Y no enseñamos lo mismo a los niños”, afirma la autora que se ha vuelto una referente luego de su charla TED (que también se convirtió en libro) titulada Todos deberíamos ser feministas.

Adichie, quien se define como “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”, es también una entusiasta de la moda. De hecho, Dior lanzó una polera que lleva estampado el título de su famosa charla. La escritora lo explica así: “si le gusta el maquillaje, deja que se maquille. Si le gusta la moda, deja que se arregle. Pero si no le gusta ni una cosa ni la otra, déjala tranquila. No creas que criar una feminista consiste en rechazar la femineidad”.

Sin embargo, además del peligro de asociar moda y maquillaje con “femineidad”, es estéril centrar la discusión en una supuesta incompatibilidad entre la belleza y moda y el feminismo. Tampoco se trata de “avergonzarse y disculparse de los intereses que tradicionalmente se consideran femeninos, tales como la moda y el maquillaje”, según sugiere Adichie. Lo interesante no es centrar el debate en si somos más o menos feministas por interesarnos en estos aspectos, sino cuestionar los cánones de belleza y las presiones que, consciente o inconscientemente, ejercen sobre nosotras.

Paralelamente, tampoco podemos seguir evadiendo todas las consecuencias que estos productos tienen sobre nuestra salud, el planeta y animales no humanos. Esto especialmente considerando que las grandes empresas nos invitan a renovar cosméticos y ropa una y otra vez, en un ciclo que se lleva muy bien con el crédito y muy mal con el medio ambiente.

Reflexionar sobre este tema puede parecer superficial en una época donde el interés mediático se ha centrado en los abominables casos de femicidios y abusos sexuales. Pero mientras aplaudimos a las mujeres que denuncian y seguimos con interés las discusiones legislativas, hay mucho que podemos hacer nosotras mismas por desestabilizar, en todos sus frentes, al sistema patriarcal (o la mente patriarcal, de acuerdo a Claudio Naranjo, para quien sería la raíz de todos nuestros males).

Y es que junto con denunciar la violencia ejercida por otros, de forma simultánea también es necesario que recordemos que el patriarcado no es externo a nosotras. Por lo tanto, también es liberador que nos cuestionemos nuestras propias prácticas cotidianas y cuánto nos oprimen, en un país donde la libertad se tiende a confundir con la libertad de elegir cómo consumimos (y nos endeudamos).

Para comenzar, podríamos hacernos algunas preguntas incómodas: ¿cuánto tiempo y recursos gastamos en embellecernos por fuera y cuánto destinamos a un nutritivo descanso y alimentación? Decimos que hay cosas que hacemos por nosotras mismas y no por agradar a otros, pero ¿cuántas mujeres ocupan tacos en sus casas? ¿Con cuántos complejos cargamos porque no nos gusta una o más partes de nuestro cuerpo? ¿Nos sentimos lindas sin maquillaje? ¿Cuánta energía gastamos en automarketing por medio de las redes sociales, en comparación con la destinada al autoconocimiento y al fortalecimiento de nuestra autoestima? ¿Por qué nos sorprendemos frente a una burka mientras ocupamos plataformas y tacones que nos elevan y vuelven inestables a 10 o 15 centímetros sobre el suelo? ¿Es eso elegante? ¿Y qué pasa con los hombres? ¿Por qué nunca han necesitado maquillaje para sentirse más lindos o para ir a trabajar? ¿Hasta cuándo los medios de comunicación destinados a mujeres seguirán fomentado la triada moda, belleza y pareja como un tema que nos concierne por ser mujeres? ¿Cuándo incluirán una sección de economía o política?

“Al capitalismo le conviene que no seamos demasiado felices: nuestra insatisfacción permanente y nuestro dolor nos hacen más vulnerables”, afirma la escritora Coral Herrera. Es precisamente esta insatisfacción crónica, principalmente con nuestro cuerpo, la que explota la industria de la cosmética y la publicidad. Si nacimos en Latinoamérica es probable que tengamos determinadas características físicas que nos acercan más a los países vecinos que a los del hemisferio norte. ¿Por qué entonces ese afán por parecer más altas, delgadas y rubias? ¿Hasta cuándo vamos a admirar a modelos blancas antes que a mujeres indígenas o mestizas? De acuerdo a un estudio de la Universidad de Talca, un 57,9% de los encuestados considera que el pelo rubio es “más distinguido” que el negro. Según la misma investigación, un 70,6% afirma que los mapuches no son atractivos físicamente.

Por otro lado, ¿cuál es el sentido de atormentarnos con el envejecimiento? ¿Cuándo dejaremos de interesarnos en las/os millennials para preguntarnos mejor por nuestras abuelas/os? ¿Por qué nadie se ríe de la figura del suegro? ¿Cuándo terminaremos con los chistes sobre la suegra para comenzar a empatizar con sus dolores y entender el contexto histórico y social en el que se desarrollaron como mujeres?

Una vez más: el asunto central no es juzgarnos ni disculparnos por ocupar o no maquillaje u otro tipo de accesorios, ni por tener rituales de belleza. Las sufragistas estadounidenses se pintaron los labios como forma de protesta, para las mujeres transgénero los cosméticos pueden ser importantes para su transición e incluso se podrían ocupar como medio de expresión para un mensaje feminista. No obstante, lo importante es cuestionarnos cuánto hemos naturalizado prácticas que, en el fondo, parecen más impuestas que escogidas libremente. Así lo entiende también la escritora egipcia Nawal Al Saadawi, quien considera al maquillaje como un tipo de velo impuesto por la televisión y el libre mercado. O como dice Naomi Wolf, autora del libro El mito de la belleza, lo que en realidad se está prescribiendo es el comportamiento y no la apariencia.

No hay mejor consejo de belleza que querernos a nosotras mismas, además de dormir y alimentarnos bien. La manzanilla puede resultar más efectiva que cremas caras para tratar el acné. El matico es un gran cicatrizante y la caléndula es buena tanto para la piel y pelo, como para regular la menstruación. Más pasiflora y menos prozac. Pero eso no le conviene a las cadenas farmacéuticas ni a las grandes empresas de retail, interesadas en sembrar deuda antes que otra cosa. Nos prefieren inseguras y sin tiempo, pero con el dinero suficiente para garantizar el acceso a maquillaje, tinturas, tacos, manicure y una crema que nos prometa “borrar las líneas de expresión” (“borrar los años de la cara de una mujer es borrar su identidad, su poder y su historia”, argumenta Naomi Wolf).

Pabla Pérez, en su libro Manual Introductorio a la Ginecología Natural, lo resume así: “perdemos nuestro tiempo y autonomía creyendo que la cosmética y la agroindustria podrán revertir nuestros malestares, cuando en realidad solo llenan un vacío temporalmente, con aditivos que terminarán por atraparnos en un círculo de compradoras enfocadas en cumplir los estereotipos publicitados antes que pensar en nuestra propia y singular vitalidad, que se alimenta de amor propio y autocuidado”.

Esta propuesta no tiene nada de extremista o radical. Radical es un sistema que gira en torno al dinero y el consumo. Extremas son la anorexia y bulimia. Extremos son los casos, cada vez más frecuentes, de niñas que hacen dietas con fines estéticos y no de salud, antes incluso de cumplir 10 años. No permitamos que el “libre” mercado determine qué debemos comprar y ocupar para sentirnos lindas. En un contexto hostil para las mujeres y el medio ambiente, hay cosas que nos dan rabia y otras que duelen, pero también existen otras que (nos) hacen bien. Liberarnos de la “obligación de gustar” y de acatar los cánones de belleza y sus productos asociados, es una de estas. Más que una crítica es una invitación: a amarnos y cuidarnos mejor.

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Daniela Escárate