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Descolonizando el amor: Más allá de la jerarquía racial del deseo

Por: El Desconcierto | Publicado: 14.02.2018
Descolonizando el amor: Más allá de la jerarquía racial del deseo manet2 |
El Desconcierto reproduce parte de un ensayo publicado por VersoBooks donde la escritora egipcia Dalia Gebrial examina los patrones coloniales que inscriben a las personas dentro y fuera del amor. En los discursos que constituyen a este último –sobre el deseo, trabajo emocional, apoyo y compromiso– están los códigos de valorización social asignados a determinados cuerpos. ¿Cómo imaginar un «amor decolonial»?

¿Qué significa ser amado? ¿Quién es (y no es) merecedor de formas particulares del amor? ¿Cómo se reproduce y codifica el amor? ¿Qué y quién están ausentes en las representaciones del amor?

Existe un lento pero constante crecimiento de un corpus dedicado a explorar lo que Averil Clarke denomina “las desigualdades del amor”. En su libro, Clarke utiliza datos del censo y entrevistas etnográficas para profundizar en las singulares dificultades que tienen las mujeres negras con educación universitaria cuando están en busca de romance y matrimonio, en comparación con sus contrapartes blancas y latinas. En el 2014, OkCupid publicó datos que demuestran cómo la “tasa de respuesta” a sus perfiles está muy influenciada por la manera en que éstos son racializados. Hay muchos blogs y ensayos –escritos en su mayoría por mujeres negras– donde se registran experiencias traumáticas y degradantes durante las citas y el sexo que ocurren específicamente a través y de la mano con su racialización. El escritor Junot Díaz –quien acuñó el término “amor decolonial”– explora en su Monstro las dinámicas de una chica, mitad dominicana y mitad haitiana, que busca el amor en un mundo que tiene el deber de garantizar que a las chicas pobres y de raza como ella no las quieran. Está de más decir que obtener atención en un sitio de citas –o casarte– no son sinónimos de ser amada. Sin embargo, lo que cuentan estos datos y narrativa es que la raza estructura profundamente tus experiencias de deseo, compromiso y respeto.

Lo que suele omitirse en los registros sobre las dinámicas raciales del “amor” es una comprensión del lugar de donde vienen estos códigos (a quién amar, a quién no amar y el amor que importa). ¿Por qué es que tenemos una gramática racial del deseo, tan robusta y universal, al punto de que el porno está literalmente clasificado de acuerdo a tópicos raciales?

Incrustado en los discursos constitutivos del amor –sobre el deseo, trabajo emocional, apoyo y compromiso– están los códigos de valorización social asignados a determinados cuerpos. La Venus de Hottentot y el harem citados en «Más allá de la venus negra», un ensayo de Sandra Ponzanesi, son dos paradigmas diferentes de la mirada deseante. El harem suele representarse con varias mujeres desde la perspectiva del voyeur; la tensión se crea a partir de la insinuación de que su sexualidad en potencia está “bajo llave” –vestidas y sin tener conciencia de que están siendo espiadas–. El erotismo es generado desde la tentadora posibilidad de la posesión. En contraste, las representaciones de la mujer de Hottentot son un ejemplo de la cosificación: el énfasis está en los pequeños, invasivos y deshumanizantes detalles del cuerpo femenino. El caso más emblemático es el de Saartjie Baartman, una mujer Khoikhoi sudafricana, que fue llevada por varios circos europeos durante el siglo XIX para exponerla como la representación de la “esencia” de la mujer africana debido a su particular fisonomía, y como objeto de una fascinación enferma de Europa. Aún después de su muerte en 1815, la misoginia y el racismo de la mirada europea no le dieron descanso: su cerebro, esqueleto y órganos sexuales permanecieron en exhibición en un museo de París hasta 1974.

En un ejemplo más contemporáneo, el intento de la estrella pop Miley Cyrus por reinventar su estilo niña-Disney hacia una personalidad más fuerte y provocadora involucró estratégicos cambios de imagen: ropa y letras más osadas y –en una historia tan vieja como el Imperio– el uso de bailarinas negras. Cuando se le señaló que este gesto podía ser visto como instrumentalización, no dudo que ella se sorprendió genuinamente: “Ellas no son mis accesorios. ¡Son mis homies!”. Dentro de su marco conceptual, así es como se expresa el amor a las mujeres negras.

¿Qué hacemos, entonces, cuando intentamos imaginar un “amor decolonial”? Los problemas de deshumanización y fetichización no comienzan en las relaciones individuales –salen a la luz dentro de contextos románticos o sexuales– y tampoco terminan ahí. Empiezan en un sistema de representación nacido de una relación de poder, una relación que se dio con el propósito de la explotación material y la extracción de recursos. Más adelante, las políticas de migración, prácticas laborales y la distribución de bienes también se alimentaron de esta jerarquía racial del deseo. El trabajo de descolonizar estos paradigmas es estructural e implica entrar en su historia material. Para creer en la posibilidad del amor, como dice Frantz Fanon, debemos entender el hecho de que no nos enamoramos de manera inconsciente, sino que estamos codificados dentro y fuera de él, y que sus consecuencias van más allá de nuestras experiencias individuales.

Revisa el ensayo completo en este enlace.

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