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La ciudad cercada, el derecho a la ciudad y la ciudad común

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 14.02.2018
La ciudad cercada, el derecho a la ciudad y la ciudad común estatua | Foto: Agencia Uno
La rebeldía frente a las usurpaciones y cercamientos privatizadores de los bienes comunes urbanos se hace cada vez más necesaria. Oponerles usos comunitarios y ciudadanos a calles, plazas y barrios es un primer paso.

“Cercamientos de los comunes” (commons enclosures) es una expresión que da cuenta de la apropiación privada de los bienes comunes acaecida desde los comienzos del capitalismo. Los cercamientos fueron un “conjunto de prácticas expropiatorias enmarcadas dentro de la Bills for Enclosures of Commons ejecutadas entre 1773 y 1845 por el Parlamento inglés, gracias a las cuales los señores feudales y eclesiásticos se apropiaron de las tierras explotadas bajo régimen comunitario”, como afirma Bru Lael. Pero los cercamientos no son hechos pasados, sino prácticas actuales y permanentes de desposesión que las diferentes formas de propiedad privada con la ayuda siempre pronta y servil de los Estados nacionales.

Hace unas semanas el centro de Santiago de Chile fue literalmente cercado por dobles o triples barreras metálicas que impidieron la normal circulación de sus habitantes en zonas centrales de la ciudad (antes había sido por la visita del Papa). El ePrix de Chile de la Fórmula E (automóviles eléctricos) implicó aumentar “los cortes de tránsito y desvíos” en una parte importante de la ciudad. Durante varios días, los santiaguinos estuvimos sometidos a molestas interferencias como resultado de decisiones que alguien tomó sin tener en cuenta a una parte de la opinión ciudadana que de forma tímida y fragmentada se manifestó en contra.

La ciudad fue vendida a las empresas privadas que están detrás del evento ya sea como fabricantes, organizadores o patrocinadores. Este tipo de espectáculos no tienen nada que ver con el deporte, son diseños publicitarios invasivos destinados a irrumpir en la cotidianeidad ciudadana para instalar mensajes y ganar notoriedad de marca por parte de grandes empresas nacionales e internacionales. Todo este inmenso despliegue de recursos para una carrera de 55 minutos en un recorrido de doce vueltas…

La Federación Internacional de Automovilismo (FIA), organización empresarial detrás de eventos como la Fórmula 1 y la Fórmula E, lanzó la iniciativa con la “intención de fomentar la experimentación y desarrollo de automóviles eléctricos y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”, dijo la prensa. “De esta forma, en cada temporada podemos evidenciar parte de lo que podrían ser las futuras innovaciones de transporte eléctrico”. Así, se enunciaba la típica justificación de sostenibilidad ambiental de un evento que, evidentemente y sin paliativos, trajo congestión vehicular y, por lo tanto, mayor gasto energético, ciudadano y público, lo que, a su vez, traerá mayor contaminación. Los cálculos ecológicos empresariales son siempre falsos. Las “externalidades negativas”, no están incluidas en sus cómputos. Pero sí lo están las ingenuidades e ignorancias de sus anfitriones.

El director de la Formula E, “cansado de las críticas” afirmó que «si no nos quieren, nos vamos» asegurando que hay más de 105 ciudades que estarían encantadas de recibir el evento. En pocas ocasiones el poder neo-colonial se muestra en toda su desnudez.

Como en el caso del Rally Paris-Dakar, estas absurdas competiciones abren heridas en cada territorio que atraviesan. En general, son recibidas con los brazos abiertos por las colonias y neo-colonias del sur que ofrecen gustosas sus ciudades, ecosistemas y recursos para que los horaden las máquinas infernales del norte. El primer gobierno de Bachelet recibió con entusiasmo la inclusión del territorio chileno dentro del recorrido del rally. «Necesitamos tener competencias de este nivel, porque además de promover valores deportivos esenciales, también Chile puede ser conocido en muchos lugares, por los paisajes y bellezas realmente invaluables que tenemos como país, pero también por la calidez de nuestra gente, de nuestra capacidad organizativa, de nuestras ganas de ser parte importante de grandes competencias como ésta», se dijo en su momento.

La rebeldía frente a las usurpaciones y cercamientos privatizadores de los bienes comunes urbanos se hace cada vez más necesaria. Oponerles usos comunitarios y ciudadanos a calles, plazas y barrios es un primer paso. Por ejemplo, mientras la máquina destructora y excluyente de la Fórmula E cerraba la Alameda, frente al Centro Cultural Gabriela Mistral y dentro de él, docenas de jóvenes desarrollaban sus bailes en pequeños espacios entre los intersticios de los edificios. Tal como lo vienen haciendo desde hace años, dándole un uso distinto a los vidrios de los edificios, usados ahora como espejos, muestran un brillante ejercicio de re-significación arquitectónica. O en el Parque Bustamante, centenares de jóvenes celebraban, auto-organizados y sin permiso, una competencia bulliciosa y alegre de rap freestyle.

Estas re-apropiaciones comunitarias, anti-jerárquicas y espontáneas expresan una realización del “derecho a la ciudad”. Es decir, son prácticas virtuosas desde una motivación lúdica y festiva, pero con un gran componente de aprendizaje, democrático, entre pares. Son experimentos de ocupación efímera del espacio que evidencian tipos o modos colaborativos de interacción a contracorriente de los procesos de individualización y competencia dominantes en la ciudad. Son algunos ejemplos, entre otros, de la posibilidad de potenciar y expresar comunes, confianzas y colaboraciones en entornos urbanos fragmentados y desconfiados. Es decir, aperturas en las grietas de la “ciudad neoliberal” dentro de una lógica de “producción de lo común. Son hermanas de prácticas colectivas como la construcción de huertos comunitarios y escolares, las escuelas libres barriales, las cooperativas de producción y consumo de productos orgánicos, etc. Estas expresiones muestran modos muy embrionarios, de reconstruir el tejido social desmantelado por el aluvión institucionalizante de la dictadura y la Concertación. Forman parte del mismo espíritu de construcción de un “abajo” participativo que tienen las organizaciones enmarcadas dentro de las economías solidarias, las redes de comercio justo, las economías de trueque, entre otras.

Jordi Borja en La ciudad conquistada muestra las posibilidades de refundar la ciudad sobre una ciudadanía activa que utiliza sus espacios compartidos con el objetivo de construir una vida mejor. Borja plantea la necesidad de superar la visión negativa o pesimista sobre la ciudad caracterizada por la acumulación de problemas sociales, la segregación o el temor y propone la urgencia de “hacer ciudad” (“hacer ciudad común”, agregaríamos nosotros) entendida como la afirmación de una nueva ciudadanía activa, con derechos específicos, que, mediante la reapropiación de los espacios privatizados, establezca las bases de una nueva forma de vida urbana.

David Harvey señala, por su parte, que “hay múltiples prácticas dentro de lo urbano dispuestas a desbordarse con posibilidades alternativas”. No todo está perdido en la agresiva ciudad neoliberal: hay resistencias, posibilidades, exploraciones, utopías, espacios y prácticas de cooperación, de apoyo muto, de altruismo. Espacios y prácticas que redefinen las cercanías y las distancias con los “otros”, transitando de la “otredad enemiga” a la “otredad amiga” para dibujar una “nosotredad” virtuosa e incluyente, hecha de pequeños vínculos insubordinados.

Adolfo Estrella