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Filósofa feminista Sayak Valencia y las trans-fronteras como políticas de la desobediencia

Por: Jorge Díaz | Publicado: 18.03.2018
Filósofa feminista Sayak Valencia y las trans-fronteras como políticas de la desobediencia vale 4 |
Sobre su tesis del capitalismo gore, la narcocultura, las políticas del Internet, los estudios de las masculinidades, el transfeminismo y las estrategias de la desobediencia cuir desde el sur global conversamos con Sayak Valencia, filósofa feminista de Tijuana quien vino a Chile a dictar un curso sobre la cultura visual del narcotráfico y también, a estrechar lazos con activismos locales. Antes que abandonara la frontera de esta isla sureña en la que vivimos, nos juntamos una mañana de primavera con el activista Marcial Parraguez y dialogamos con ella. Amante de la poesía chilena y de la música de resistencia a la dictadura, sabe leernos muy bien y aclara, en cita a Nicanor Parra, que vivimos “en un frío imaginario”.

Conocí a Sayak Valencia -filósofa feminista, activista cuir y poeta lésbica- en su ciudad, Tijuana. “La última esquina de Latinoamérica”, como le gusta llamarla. Esta ciudad es el ingreso al norte de México desde los Estados Unidos, con la blanca ciudad de San Diego, California, como vecina. Tijuana es una ciudad bilingüe y multicultural que ha llamado la atención de muchos teóricos latinoamericanos.

Me encontraba haciendo una pasantía científica en San Diego y partimos con un par de amigxs y activistas queer a cruzar la frontera. Recuerdo que la primera imagen al llegar a Tijuana fue un auto a toda velocidad tirando fuego por sus ruedas. Así es esta ciudad: intensa, peligrosa y con mucho chile picante, baile, balas, muertes y tequila.

Ahí estuvimos con Sayak presentando nuestros activismos a la comunidad disidente y dialogando sobre nuestras apuestas trans-nacionales. Su libro “Capitalismo Gore”, una profunda investigación sobre la violencia ejercida en México desde los estudios visuales y el cine, lleva ya varias ediciones y está pronto a salir su versión en inglés.

Impulsora de proyectos y resistente en la academia, ha trabajado sobre los estudios de la masculinidad, siempre tomando como referencia el feminismo chicano que impulsó Gloria Anzaldúa y Cherrie Moraga, escritoras del “tercer mundo viviendo en el primer mundo”.

Recuerdo una tarde caminando por la frontera, esa frontera que ha matado a miles de mexicanos que quieren cruzar a los Estados Unidos con el objetivo de alcanzar el tan mezquino “american dream”. En esa caminata me contó que fue su padre quien la llevó por primera vez a la sección “feminismos” en una biblioteca. Y son aún esos libros con escrituras encarnadas las que inspiran su habla generosa y barroca, textos que generan puentes en la espalda de quien vive entre lenguas y lenguajes.

—Tus preocupaciones como filósofa siempre han estado de la mano tanto de la narcocultura como de un transfeminismo situado. ¿De qué manera podríamos entrelazar las preocupaciones de las comunidades disidentes sexuales con la narcocultura? ¿De dónde nace esta preocupación?
Mi lectura es que la narcocultura está construida sobre la base de un machismo, completamente espectacular, que va muy en concordancia con los ideales biopolíticos y sexuales de la masculinidad necropolítica, esa que induce la muerte. La masculinidad en México se construye desde el estado-nación, entonces, esa masculinidad que está creada como una máquina de guerra y de frustración, tiene unos valores aspiracionales que lo emparentan con el hombre que se hace a sí mismo, con el macho proveedor, con una serie de despliegues de la masculinidad que se verifican con otros hombres. El problema es que ya no hay condiciones materiales favorables para poder cumplir con estas demandas de proveeduría, por ejemplo. Y ahí aparece el narcotráfico, como una empresa transnacional, que desde “el lado b”de la economía, o desde el doble distópico de la violencia, les da espacio de enriquecimiento, porque los emplea, les da trabajo. Pero este es un trabajo que consiste en matar. Es como una economía de muerte. Entonces hablamos de sujetos precarios que esta cultura criminaliza y victimiza al mismo tiempo. A pesar de estar construida a partir de sujetos precarios, pobres y desempleados, esta narcocultura masculinizada produce feminicidios en muchas poblaciones, transfeminicidios, homicidios a poblaciones feminizadas en general. La idea es hacer una crítica radical a estos sistemas que en realidad producen muerte, para no disculpar a este tipo de masculinidades que dicen que están vulneradas, que son precarias y que buscan reafirmarse matando como mandato. Los maricones, las lesbianas, los trans, les trans, transfeministas y todas estas multitudes que han sido asesinadas sistemáticamente por una disidencia constante y un desafío a los mandatos del género, que innevitablemente también se vinculan con el estado-nación y las economías de la muerte, hemos sobrevivido y no hemos tenido que matar a nadie para poder sobrevivir. Esa es la crítica. No nos vengan a decir a nosotrxs que no hay más salidas, porque hemos sobrevivido a la violencia explícita y a la violencia injustificada durante miles de años.

—Tú has dicho que tu libro Capitalismo Gore surgió a partir de un poema. Entender la escritura como una práctica que necesita de romper fronteras parece ser una de tus posiciones políticas siempre. Tu además vives en una frontera, Tijuana, “la última esquina de Latinoamérica” como se le ha dicho. ¿Nos puedes hablar qué significa para ti vivir en la frontera? Una frontera geográfica pero que también está atravesada por fronteras de género, literarias, de investigación, de activismo.
Que significa para cada habitante vivir en la frontera van a estar muy determinado por qué fronteras vive. No es igual vivir en una frontera entre Suiza y Alemania, que vivir en la frontera del norte de México, o en la frontera al sur de México. Vivir en la frontera norte de México representa cómo la construcción de la subjetividad está atravesada por el bilingüismo, por lo bicultural o lo multicultural. Diciendo un poco esto, se estaría hablando del sueño neoliberal, donde justamente se cristaliza lógicas de mucha exclusión y mucha segregación Pero también lógicas muy exuberantes que sortean todas estas desventuras. Esto permite crear códigos simbióticos entre las relaciones de poder súper desiguales entre el primer y el tercer mundo. La frontera, a pesar que parece que divide, en realidad abre posibilidades de conjunción de varios ecosistemas, tanto económicos, como simbólicos y políticos, incluso sexuales. Yo creo que vivir en la frontera significa ser anti-dogmático. Y ese es uno de los aprendizajes que he tenido, como traducirte a otras lenguas y no pensar que la única lengua que habla el patriarcado, o que habla la política, o que habla la literatura, o que habla las ciencias duras, es la única lengua posible. Porque en realidad estamos todo el tiempo hablando en lenguas. Entonces para mí es muy importante pensar que vivir o sobrevivir en las fronteras sobre todo tiene que ver con crear una imaginación política, que no se rinda a las lógicas vicarías de las alimañas bárbaras que nos dicen que el único camino es ser destruidos o unirnos a la destrucción.

—Nos gustaría conocer tu opinión sobre los activismos que se dan en relación a Internet. Sobre esta configuración que nace a través de estas plataformas y la manera en las que se articulan. Y cómo desde ahí podríamos darnos cuenta que la estructura heteronormativa también se replica. Cómo es que pese a que Internet es un lugar donde podríamos encontrar distintos tipos de géneros y sexualidades, se sigue reproduciendo, no siempre, pero si muchas veces, una lógica patriarcal.
—Hablar del Internet es hablar de una historia política de las tecnologías de la guerra militar, que son tecnologías de espionaje y que de alguna manera se han domesticado, que se ponen en el espacio del uso cotidiano para vigilarnos y, también, por supuesto, para unirnos. Asimismo, son interferencias posibles dentro de esta hegemonía discursiva, visual, heteropatriarcal. Por otro lado, está la idea que hablar de redes sociales es solamente hablar de redes sociales virtuales. Como que espectralizando prácticamente todo, la idea de relación social queda desdibujada, porque parece que el único tipo de red social que puedes tener es una red social virtual. Existe una vida online y una vida offline, pero actualmente parece que todo se hace en el online. Y eso no es verdad. Lo realmente potente de estas redes sociales virtuales es que son redes sociales transnacionales corporales. De alguna manera hay que apropiar estas luchas y hay que tenerlas, pero no pensarlas de manera binaria, sino más como un contínuo. También me parece muy potente que, a pesar que nos vigilan mucho, son lugares de construcciones afectivas posibles para gente como nosotras que, por nuestra condición sexual de disidentes o de activistas o de feministas, estamos constantemente amenazados en los entornos más cercanos. Pienso en la importancia del Internet para jóvenes que saben que son lesbianas, gays, queer o trans en un pueblo donde la gente es complemente reaccionaria. Ahí la web es una ventana de aire fresco en la que pueden respirar y no volverse locos o ventarse por la ventana o darse un tiro. A veces el cuerpo social con el te toca crecer no es el cuerpo social que está preparado para tener un diálogo no violento contigo. Entonces también me parece que son espacios de seguridad muy importante que debemos cultivar. Creo que hay una potencia política muy interesante en las redes, siempre y cuando no se capture el concepto de redes sociales como solamente virtual.

—Escribes poesía al mismo tiempo que escribes teoría, mezclando lenguajes en tus textos y acciones. ¿Cuál es la potencia política que ves en la poesía para la transformación social de los movimientos feministas a nivel latinoamericano? A partir de esta pregunta, nos gustaría saber tu opinión sobre el por qué estas escrituras más promiscuas que nosotras hacemos para el activismo de disidencia sexual no son bien recibidas en los espacios académicos. ¿Cuál es el conflicto con esta escritura que genera resistencias dentro de las disciplinas universitarias y también en ciertos activismos feministas?
—Por un lado, la potencia política de la poesía, como política y acción transformadora, es la apropiación del discurso para escribir otras cosas que no se puedan decir. Por eso lo que me parece importante de la potencia política de la poesía es la desobediencia. La desobediencia, incluso en la forma, implica poesía. Puedes hacer decasílabos, puedes hacer séptimas, décimas y sonetos. Puedes hacer lo que tú quieras con la poesía, porque la poesía es ampliamente flexible. Entonces, el problema con la academia y no recibir nuestras poesías, nuestras escrituras, es que les rompes el canon. El canon es un canon político, epistemológico, ontológico y sobre todo económico. Si no le haces al juego del capitalismo académico, no te vuelves transparente, traducible y hablas “en blanco”, eres un peligro. Porque no te están decodificando. Y como no te pueden decodificar, no te pueden reapropiar inmediatamente. Nosotres podemos escribir en una mesa, podemos hacer un graffitti, podemos hacer un meme, porque los cánones de escritura y circulación de la escritura poética ya no son solo a nivel estético. Esa transgresión de la poesía me parece el desafío a la academia. La poesía está ahí, para crear algo que no estaba ahí. Justamente eso es lo que hace el dispositivo lenguaje y sobre todo la poesía: construir una memoria, una palabra y un futuro vivible.

—Sabemos que trabajas en estudios de masculinidades. Nosotrxs tenemos el diagnóstico que a estos estudios, al igual que a los “estudios de género”, les ha costado mucho menos ingresar a la academia que a los estudios feministas. Hemos visto que ya tienen un nicho académico importante, a diferencia de lo ocurre con los estudios feministas dentro de la universidad. Y ahí rescato una frase de la filósofa feminista Alejandra Castillo quién dice que entre hablar de género y de feminismo hay una diferencia política…
—Y neoliberal

—Y neoliberal, también. Nuestra crítica es que los estudios de las masculinidades tienden a pensar la masculinidad solo en los cuerpos de los bio-hombres, de los varones, sin entender que la masculinidad puede ser también una tecnología de género que adoptan muchos cuerpos diferentes. Entonces la pregunta es si compartes este diagnóstico y cuál es la potencia que tú ves también al estudio de la masculinidad en los cuerpos más allá de los varones.
—Como masculinidades femeninas.

—O trans. O la masculinidad no en el cuerpo que debería ser asociado.
—Mi crítica a los estudios de la masculinidad es que trabajan sobre el sujeto universal. En realidad, dicen que son masculinidades, pero se asocian a un intervalo muy estrecho. Lo que me parece fuerte de esto es que hacen descubrimientos terriblemente básicos y pareciera que aprendieron que los hombres también lloran. Hay que evidenciar el privilegio desde el que trabajan muchos de los estudios de masculinidad cuando hacen una conexión entre género, sexualidad y cuerpo biológico, como si fuese una triada indisoluble. Y muchos hombres heterosexuales que trabajan masculinidad lo hacen de esa manera. Esto me parece muy del capitalismo académico: utilizar todo el aparataje teórico y crítico de los feminismos, sin decir que estás trabajando sobre referencias feministas. Si hay una mujer trabajando en estudios de masculinidad, ella siempre hace un acercamiento desde los estudios de género. Parece que debes tener un pene para escribir estudios de masculinidad. A mí me dijeron un día «¿y cómo sabes si los grupos focales con los que trabajas te están diciendo la verdad? Eres una mujer». Lo que me pareció fuerte es que pusieran en duda mi investigación por ser una mujer que está investigando a los hombres, cuando los hombres desde siempre han investigado a los grupos minoritarios y nadie les dice nada. Yo no necesito su certificación. Los únicos masculinólogos que conozco y que han sido interesantes, han abandonado la figura de la masculinidad. Igual que nosotras deberíamos abandonar la figura de la feminidad como víctima y como sujeto político genital. El feminismo es otra cosa. Habría que enfocarse en las masculinidades femeninas o desobedientes. Y también me gusta la masculinidad femenina trans y no trans, porque las mujeres que se quedan en el terreno de la indecidibilidad del género ponen en tensión todo el rollo de la perfomatividad del género. Sino es otra vez a adscribirte y obedecer. Además la masculinidad no siempre se exterioriza. Porque a las mujeres nos quitaron las virtudes de hablar en público, ser fuerte, resistente, valiente y gritar. Hay muchas mujeres que ni siquiera se ven con una masculinidad femenina pero que tienen todas esas características. No se les dice que son mujeres masculinas sino que regañonas, histéricas, feminazis. Pero esa masculinidad que construye un interior constitutivo también tiene que ver con la disputa sobre ciertos ejercicios de perfomatividad, que desnaturalizan la masculinidad como un original. Y que también desesencializa la feminidad como un lugar de victimización.

Intervención de Lx Jotx nostrx, grupo que junto a otras activistas activa espacios en Tjuana

—¿Qué nos podrías decir sobre tu visita acá en Chile? ¿Qué es lo que quisieras decir a lxs activistas de disidencia sexual y feministas de Chile antes de cruzar la frontera?
—A mí me da mucho gusto estar acá, conversar, compartir y aprender. Creo que he aprendido muchísimo con las preguntas que me han hecho en todos estos días. A Chile es la segunda vez que vengo, pero tengo una relación afectiva, emocional, de activismos, de amor. Para mí no es un lugar tan desconocido. Estar materialmente aquí me ayuda a resolver varias cosas, porque las preguntas que me han hecho, disparan cadenas de pensamiento que están muy atadas a mi cabeza, pero cuando las exteriorizas, van haciendo relaciones como un ejercicio de elaboración. Lo otro que me gusta mucho es que sean tan beligerantes. Pienso que hay que mantener la tensión y la pugna y también la alianza posible a través del disenso y el conflicto. Pero de un manera que también permita cuidarnos más. Este es un país que pese a ser muy neoliberal, es un país muy politizado, porque no se han podido borrar la insurgencia acá. Eso es muy bueno. Me he quedado con mucho gusto de verlos y compartir con otros grupos. Ver que se puede transitar desde diferentes lugares. Y en ese sentido yo me siento como una malinche, como una traductora que conecta ciertos mundos y que, de alguna manera, aprende de todos esos mundos. Porque aprende a hablar en esos lenguajes. También me he dado cuenta que soy una persona muy barroca, que ya lo sabía, pero con la exuberancia local verbal que tienen ustedes, que piensan que son pocos exuberantes, han reforzado esta parte de mí. Me gustan mucho también todo los regionalismos y las hablas chilensis. Exuberantes y atenuadas, por esa seriedad y el frío imaginario en el que viven.

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