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Opinión

Desde los movimientos sociales: RD en los próximos 2 años

Por: Óscar Pereira y Tomás Leighton | Publicado: 24.03.2018
Desde los movimientos sociales: RD en los próximos 2 años rd | Foto: Agencia Uno
A toda costa hay que evitar que la institucionalización signifique para la gente una traición, una homogeneidad con los políticos del status-quo. Una respuesta posible a aquel riesgo es centrar estos dos años en trabajo con los movimientos sociales, no sólo como oposición a Piñera sino como promotor de discursos que impugnen el modelo.

El 19 de noviembre del 2017 se cerró una importante fase para Revolución Democrática y el Frente Amplio por el objetivo de emerger como actor en el tablero de la política institucional fue cumplido con creces. Fueron electos 21 parlamentarios y Beatriz Sánchez estuvo a 2,46% de los votos de pasar a segunda vuelta, convirtiéndose en la lideresa indiscutible del Frente Amplio hacia el 2022. Sin embargo, la hegemonía electoral de la ultra-derecha es una realidad compleja que atravesará todos los objetivos que nos propongamos de aquí a 4 años.

Desde el 2016, todas las fuerzas vivas de RD, sin discriminar tendencia o estrategia, empujaron el objetivo de la emergencia institucional. El diagnóstico se basaba en la necesidad de organizar la resistencia contra el neoliberalismo en un nuevo referente político que fuera depositario de la esperanza de los desencantados y desencantadas. Precisamente, para multiplicar la fuerza que en algún momento ostentó el movimiento estudiantil era necesario convertirnos en una alternativa electoral.

Cómo en cada coyuntura, hubo grupos que se resistieron, algunos esgrimiendo argumentos como que no era el momento y otros defendieron la posibilidad de un pacto futuro con el bacheletismo. No obstante, cuando la junta de firmas parecía un imposible para Revolución Democrática, el músculo acumulado fue suficiente para lograr constituirnos como partido, y las diferencias se fueron disipando. De alguna manera, la meta proporcionaba dos cuestiones fundamentales: el aseguramiento de cuotas de poder, ya sea para ejercerse desde el estado o aún simbólicamente; y, por otro lado, la independencia de la Nueva Mayoría como conglomerado y actualización del pacto político-empresarial que cubrió la transición.

Con todo, hoy la pregunta es: ¿Qué hay después de la emergencia lograda? En líneas generales se abren tres posibilidades: posicionar nuevos referentes públicos desde el Congreso, preparar la campaña municipal 2020, y promover la visibilidad de conflictos sociales que hagan sentido. Evidentemente, los tres son objetivos necesarios, pero vale la pena ordenar las prioridades y darles un sentido.

En primer lugar, no sería provechoso repetir la fórmula Jackson-Boric y usarla con otros parlamentarios recién electos, pues si los liderazgos de los ex dirigentes estudiantiles hoy están instalados no fue exclusivamente por sus virtudes en la labor como diputados, sino a causa de una biografía arraigada en lo que significó el movimiento estudiantil para Chile. Hoy el trabajo parlamentario debe estar en función de las luchas sociales y su visibilización, porque son estas las que tienen capacidad de generar sentido y, en definitiva, mayorías que enfrenten a la derecha. Evidentemente, con luchas sociales no nos referimos a cualquier causa de protesta, sino siempre a reivindicaciones anti-neoliberales, anti-imperialistas y anti-patriarcales.

En segundo lugar, nadie niega que ganar las elecciones municipales el 2022 es prioritario, si queremos evitar un segundo gobierno de Chile Vamos. Las experiencias Sharp-Jadue, entre otras, nos muestran cómo se puede hacer contra-hegemonía en los territorios. En el caso del FA es también importante porque debemos ejercer cuanto antes el poder, en vez de solo criticar y recomendar, por lo que será un gran aprendizaje y un nuevo punto de vista. Pero la preparación anticipada de lo electoral en esta disputa no tiene nada que ver con posicionar candidatos, se trata de tejer redes territoriales y robustecer el tejido social en base a conflictos que puedan resultar estratégicos. Hoy requerimos un trabajo muchísimo más planificado de incidencia territorial, pero solo tiene sentido en la medida en que impugnemos el modelo subsidiario y patriarcal, sólo tiene sentido si existen prioridades y distinciones. Debemos transformar el lugar común de la territorialización en una acción política orientada.

En tercer lugar, y con especial énfasis, la centralidad política del partido de aquí a dos años debe ser promover la visibilidad de conflictos sociales que hagan sentido. Decimos conflictos en plural porque evidentemente RD no se ha abocado nunca ni se abonará a un conflicto específico. A su vez, tampoco pensamos que un partido político por sí solo pueda activar un un conflicto social. Pero lo que es claro es que debemos poner todos nuestros recursos al servicio de construir nuevos sentidos comunes, que se anclen en las contradicciones que están surgiendo en la sociedad. Lo distintivo en este caso es hacerlo en una articulación desde los movimientos sociales, participando en ellos, y no desde la lejanía del aparato burocrático de nuestro partido.

A toda costa hay que evitar que la institucionalización signifique para la gente una traición, una homogeneidad con los políticos del status-quo. Una respuesta posible a aquel riesgo es centrar estos dos años en trabajo con los movimientos sociales, no sólo como oposición a Piñera sino como promotor de discursos que impugnen el modelo. La razón no es que los movimientos sociales sean buenos sin más, en una imagen estática, sino que para esta fase no basta con más de lo mismo: el riesgo de engordar en el Congreso durante 12 años, sin una seguidilla de ganadas concretas, exige desplegarnos en la sociedad y no enclaustrarse en el Congreso. La batalla comunicacional en los medios, que deviene siempre cultural, no puede darse en un terreno donde los adversarios ponen las reglas (sin el ejecutivo, sin mayoría parlamentaria, sin incidencia en los medios de comunicación).

Debemos nosotros manejar el debate y la forma de hacerlo es manteniéndonos activos. En ese sentido, deberíamos inclinarnos por una política de “trincheras” desde la sociedad civil, con acuerdos profundos con las organizaciones en lucha, y vocerías conjuntas entre parlamentarios y dirigentes sociales.

Óscar Pereira y Tomás Leighton