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Opinión

La consigna vacía de un «Mar para Bolivia»

Por: Felipe Ramírez Sánchez | Publicado: 30.03.2018
La consigna vacía de un «Mar para Bolivia» |
Este amor por la cultura y el país propio no implica la rivalidad o enemistad con los pueblos vecinos, como puede ser interpretado desde la óptica nacionalista, sino el respeto por los otros pueblos, y la identificación de las metas comunes que compartimos en un mundo que se ve desgarrado por el auge de conflictos, guerras y extremismos de ultraderecha.

Tal como ha sido la tónica desde que Bolivia demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya en 2013, durante los últimos días se repitió el ciclo de estallido nacionalista en ambos países aprovechando las diferentes etapas del proceso judicial.

En esta oportunidad, los dos equipos hicieron sus alegatos orales finales ante los jueces, defendiendo su caso en un último intento por convencerlos para que el fallo final, que se entregará en unos meses más, se incline hacia sus defendidos.

Sin duda la reivindicación nacionalista se ha dejado sentir más en el vecino país que en Chile, habida cuenta de que son ellos los que tienen la aspiración de avanzar en su más que centenaria demanda de una salida soberana al Océano Pacífico. Banderas gigantes, marchas, y la inédita visita de un presidente a La Haya son sólo parte del gran despliegue preparado por Bolivia durante la semana.

En contraste, en Chile si bien el nacionalismo ha hecho ruido, el despliegue no ha sido ni de lejos similar. Probablemente lo que más ruido ha causado ha sido la adhesión de algunos parlamentarios del Frente Amplio a la consigna de “Mar para Bolivia”, y la publicación de algunas encuestas que afirman que sólo un 7% de la población respalda aquella posición, muestran un escenario que pareciera hacer innecesario agitar el nacionalismo, debido a lo contundente del respaldo a la posición oficial.

Sin embargo, incluso en el “peor” escenario para Chile, es poco lo que puede pasar realmente en caso de perder en el Tribunal con sede en Holanda. La demanda boliviana se presenta de tal manera que lo que se está discutiendo no es si Chile debe ceder o no territorio, sino si debe o no negociar respecto a la mediterraneidad, sin que la finalidad de ese proceso pueda ser adelantado por la Corte.

Aunque Bolivia presentara ese resultado como un triunfo, su importancia sería simbólica, y de igual forma para el nacionalismo chileno, que podría aprovechar la ocasión para reforzarse, el fallo no implicaría nada nuevo. Ambos países se han juntado numerosas veces a discutir una amplia diversidad de temáticas, incluidas el acceso al mar por parte de La Paz, siendo esta última parte la que se ha negado a cerrar dichas conversaciones.

Lo cierto es que para ambos nacionalismos es útil mantener en el tiempo este conflicto, ya que es un recurso fácil para disciplinar a la oposición interior ante un escenario en el que el sentido común dictaría que se debe “cerrar filas” para defender el “interés nacional”, aprovechando la coyuntura para sacar provecho. Evo Morales consolida una posible reelección, el gobierno de la derecha chilena puede impulsar su agenda agresivamente (reforma a la ley antiterrorista, nueva fuerza policial anti-mapuche, se impugna en el TC la negativa al lucro en educación, se desnaturaliza la ley de aborto en 3 causales etc.) y la izquierda chilena se enreda en consignas.

Sea cual sea el resultado, la desorientación y falta de una propuesta concreta por parte de la izquierda vuelve a ser el escenario, atrapada entre dos nacionalismos y la consigna vacía de un “Mar para Bolivia” que no sólo es rechazado por buena parte de la población chilena, sino que es impracticable debido a la necesidad del acuerdo peruano, y a la existencia de poblados chilenos hasta casi la frontera norte del país, estableciendo como única posibilidad un enclave en la Región de Antofagasta.

Nuestra propuesta: integración e internacionalismo

La experiencia histórica nos dice que cualquier esfuerzo por avanzar en la integración a nivel regional debe partir no sólo de la buena fe, sino que también de la disposición a superar simbólica y políticamente conflictos anteriores, para combinar las fortalezas de las partes involucradas para un avance conjunto.

Así fue en un primer momento en la confluencia de distintas naciones y pueblos en la Unión Soviética, y también lo fue en el proceso de confluencia de la Comunidad Económica Europea (hoy UE), iniciada por dos adversarios de larga data: Francia y Alemania.

Ante maniobras que buscan atizar lo que nos divide para sacar beneficios internos, resulta fundamental que pongamos sobre la mesa una propuesta que sitúe la discusión de una superación del conflicto en una agenda de integración de mediano plazo, que nos permita aprovechar la riqueza de nuestros países para beneficiar a nuestros pueblos, en un mundo en el que los pequeños y pobres Estados nacionales de América Latina somos vistos permanentemente como una periferia a disputar por grandes potencias mundiales, como mercados capturados por los intereses foráneos, o campos en disputa por grandes capitales.

Libre circulación de personas, mercaderías y capitales, colaboración en el combate al narcotráfico, contrabando y trata de personas, cooperación a nivel de educación superior, investigación, innovación y desarrollo, inversiones en infraestructura, proyectos de desarrollo regionales en áreas estratégicas y cooperación en materia de derechos de los pueblos indígenas, son sólo algunas de las materias que podemos comenzar a trabajar en una agenda conjunta que permita unir a nuestros pueblos.

Sabemos que nuestro continente estuvo plagado de guerras entre nuestros Estados hasta bien avanzado el siglo XX, que fueron conformando las identidades nacionales “centrales” de cada uno y estableciendo tensiones entre nuestros países, pero también es claro que las fronteras nacionales son límites porosos, con vínculos culturales, sociales e incluso familiares a ambos lados de ellas.

Esa base material, que nos ha dado ejemplos notables e incluso épicos de esfuerzos de integración desde las mismas comunidades como en las “caravanas de la amistad” de los ’50 entre Iquique y Oruro, es la que sustenta nuestra propuesta de integración e internacionalismo, entendido como la proyección de nuestro patriotismo, de nuestra indeclinable defensa de los intereses de las masas populares del territorio que habitamos, y que hoy se encuentra dividido entre unos pocos grandes grupos económicos.

Este amor por la cultura y el país propio no implica la rivalidad o enemistad con los pueblos vecinos, como puede ser interpretado desde la óptica nacionalista, sino el respeto por los otros pueblos, y la identificación de las metas comunes que compartimos en un mundo que se ve desgarrado por el auge de conflictos, guerras y extremismos de ultraderecha.

Es por ello que el patriotismo va unido al internacionalismo: la colaboración es el único mecanismo que nos permitirá enfrentar los enormes desafíos, cada vez más globales, que se nos presentan. Porque como dijera Víctor Jara pocos días antes de su martirio: “Patria es el amor a mi hogar, mi mujer y mis hijos. Es amor a la tierra que me ha ayudado a vivir; es el amor a la educación y al trabajo; es amor a los demás que trabajan por el bienestar común; es amor a la justicia como instrumento del equilibrio para la dignidad del hombre; es el amor a la paz para gozar de la vida; el amor a la libertad, no al libre albedrío, no a la libertad de unos para vivir de otros; sino la libertad de todos. La libertad para que yo exista y existan mis hijos, y mi hogar y el barrio y la ciudad y los pueblos y todos los contornos donde nos ha correspondido forjar nuestro destino. Sin yugos propios ni yugos extranjeros”.

Felipe Ramírez Sánchez