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“Las vírgenes de burdel» de Cristián Bofill: Normalizador, binario y patriarcal

Por: core | Publicado: 02.05.2018
“Las vírgenes de burdel» de Cristián Bofill: Normalizador, binario y patriarcal cristian bofill |
Es un concepto que fija, desde una perspectiva masculina, dos espacios posibles para ser mujer: de un lado están las mujeres “respetables” y del otro las “no respetables”.

No es posible quedar indiferentes a las palabras de Cristian Bofill en Twitter, donde señala que, si bien no es amigo de Herval Abreu, nunca supo nada del acoso y abuso sexual que ejerció contra actrices trabajadoras de Canal 13, mientras él (Boffill) era su director ejecutivo (2014-2016). Sin embargo, y a pesar de declarar “no saber”, se permite la licencia de asquearse frente a la reacción de personas que, siendo amigas del productor de teleseries, han manifestado su apoyo a las víctimas en las redes sociales.

Para desacreditar la reacción espontánea contra Abreu, y en apoyo a las víctimas, recurre a la imagen arquetípica de “la virgen de burdel”, donde da rienda suelta a toda la misoginia que existe detrás de ese concepto.

El concepto hace referencia a la hipocresía, a la falta de verdad detrás de la palabra de las trabajadoras sexuales, y de paso, de todas las mujeres, por tanto, a pesar del retracto de Bofill, donde indica que este es un concepto que no tiene género, demostraremos que sí lo tiene, que es femenino y que es misógino.

“Virgen de burdel” es un concepto normalizador, binario y patriarcal, porque fija, desde una perspectiva masculina, dos espacios posibles para ser mujer: de un lado están las mujeres “respetables” y del otro las “no respetables”. Ambas no se tocan socialmente, ni pueden coexistir en una misma mujer, pues son figuras arquetípicas contrapuestas y contrarias y, sin embargo, parte del mismo modelo, ya que una no puede existir sin la otra.

Las mujeres “respetables”, en su definición histórica, son las que cuidan su honor, depositado en la castidad, y dentro de ellas se pueden incluir las vírgenes, a las casadas fieles y monógamas, a las madres abnegadas que se postergan por sus hijos y a las mujeres que se realizan puertas adentro en el cuidado de los otros (experiencias de vida femenina que deben concurrir idealmente en ese orden). En definitiva, las que no salen a “callejear”, las que no reclaman, las que no interpelan.

Por su parte, las mujeres “no respetables” han sido asociadas históricamente a la promiscuidad sexual y a la prostitución, es decir, las que no tienen honor, independientemente que sean casadas, madres, jefas de hogar, etc. Asimismo, las mujeres “no respetables” han sido mujeres sin voz, desacreditadas socialmente para dar testimonio, debido a su poca credibilidad por su falta de honor. Condición altamente conveniente en un escenario donde los principales responsables de la pérdida del honor femenino han sido los hombres y los contextos sociales creados para ello.

El honor femenino, entonces, ha residido en el lugar de la vergüenza, de los fluidos, los olores y de las enfermedades e infecciones de transmisión sexual. Por su parte, el honor masculino reside en la cabeza, el lugar de los laureles y de la inteligencia.

Las mujeres violadas y abusadas sexualmente, según este modelo, entrarían en la categoría de “no respetables”, especialmente las mayores de edad, las que frecuentaban fiestas o espacios públicos en horarios desaconsejables para cuidar el honor y la virtud, las que visten ropas consideradas provocadoras, las profesionales que irrumpen en el espacio laboral masculino, y en este caso en particular, las actrices, guionistas y trabajadoras de la televisión que han denunciado a Abreu.

Siguiendo la lógica de Bofill, como el honor y el deshonor son transmisibles mediante las redes sociales, y forman parte de la reputación e imagen social de una persona, el apoyo hacia personas que no han demostrado ser creíbles, y por tanto “respetables”, también pondría en cuestión nuestra propia honorabilidad, palabra y credibilidad.

En consecuencia, todas ellas, antes de obtener nuestro apoyo, deberían demostrarnos que en el momento del abuso eran altamente vulnerables, que no hicieron nada indebido para “provocar” la reacción del abusador, que tienen secuelas psicológicas, idealmente mostrarse destrozadas emocionalmente y, por cierto, justificar muy bien por qué esperaron tanto tiempo, en algunos casos más de 10 años, para denunciar. Es decir, comportarse como las víctimas perfectas.

Y a todas nosotras/os nos está prohibido creerles y apoyarlas públicamente mientras no se demuestre que su palabra tiene juicio de valor y criterio de verdad. De lo contrario, seremos catalogadas/os como “vírgenes de burdel”, oportunistas que, al hacer defensa de las víctimas, nos contaminamos con su mala reputación.

¿El objetivo? victimizar al abusador, perpetuar el silencio de las mujeres, desacreditar a las que denuncian y, de paso, acallar a las personas que apoyan a las víctimas.

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