Avisos Legales
Opinión

Cultura de la violación, malas víctimas y causal violación

Por: María Ignacia Veas Guerrero y Ana Paula Viñales Mulet | Publicado: 04.05.2018
Cultura de la violación, malas víctimas y causal violación | / Agencia Uno
¿Qué pasará con la causal violación en una cultura donde la única víctima posible es esa? ¿Qué pasará con la causal violación en una cultura donde toda otra víctima pareciera ser culpable y merecedora de aquel castigo? ¿Qué pasara con una víctima de violación en una cultura donde el sometimiento, la humillación, la inercia y lo servil en la mujer es parte de la sexualidad normativa y hegemónica?

El domingo 29 de abril, una mujer de 28 años fue violada por cinco hombres cerca del metro Ñuble. Este ataque nos recuerda a “La Manada” en España y la reciente e indignante sentencia. ¿Cómo puede ser posible? La penetran entre cinco, de forma anal, oral y vaginal y la justicia española descarta violación. Los cinco agresores son condenados bajo la figura de abuso sexual, la responsabilidad se diluye. Parece inverosímil, pero algo más incómoda, ¿podría esto haber pasado en Chile? Claro que sí. La determinación de los jueces españoles en el caso “La Manada”, no es más que una respuesta a (de) el imaginario social y cultural que toma el cuerpo de las mujeres como espacio y propiedad pública y la consecuente e impactante normalización de la violencia sexual. Cultura de la que nuestro país no está libre en ningún caso y se hace presente no solo en la violencia sexual misma sino en cada fallo en causas de violación.

Para empezar a pensar el problema es necesario preguntarse: ¿qué se entiende por violación? Parece imprescindible visibilizar esto, en tanto la violencia sexual no es un hecho aislado que rompe con un supuesto pacto social que nos protege de la violencia, no sólo concierne a ataques brutales por parte de un viejo del saco, monstruo enfermo, personaje psicopatológico, o al degenerado que apareció entre las tinieblas de una calle desolada. Escena que se evoca al hablar de violación, escena en la que se presume esa mujer ha intentado defenderse, correr, golpear, poniendo en riesgo su vida con tal de no ser violada. Si bien pasa, y todos los días, la violación no siempre ocurre mediante una agresión física brutal, también nos violan cuando nos emborrachamos, cuando dormimos e incluso nos drogan para violarnos, muchas veces no hay resistencia. El violador casi nunca es el viejo del saco, el violador puede ser un grupo de zorrones autodenominados “La Manada”, deportistas bien, estudiantes progresistas, el pololo de años, el marido y el padre o tío protector.

Por otra parte, el imaginario de la víctima es también consecuencia de esta cultura patriarcal en la cual la mujer que es violada es despojada no sólo de su virtud sino de su valía, ya que no habria podido hacerse valer y respetar. De esta forma la víctima, el imaginario de lo que debe ser una víctima, es aquella que intenta quitarse la vida al resultarle insoportable seguir viviendo tras una violación, que llora desconsolada al relatar la agresión, de la víctima que tomó todas las medidas posteriores de autocuidado, que se alejó del violador, que denunció inmediatamente, etc. Imaginario que se contrapone a las innumerables “malas víctimas”, de las que habla Leonor Silvestri, quienes “consintieron” ser violadas para no morir, que transaron el sexo por la vida. La chica que ha sido atacada por “La manada”, ha indicado respondiendo a un Juez, que deja de resistirse “porque tenía miedo”, porque no quería morir. ¿Le era acaso posible defenderse?, ¿Debía dejarse golpear y matar para proteger “su honra”? Su resignación fue su resistencia, fue su única arma para (sobre)vivir. Pero para los jueces ha sido su error, pareciera que debía elegir morir.

¿Es posible hablar de consentimiento en esas circunstancias? Lo preocupante es que un alto porcentaje de agresiones sexuales ocurren bajo este efecto, un consentimiento obligado, bajo un abuso de poder. Resulta que en una agresión sexual es eso lo que se pone en juego, el abuso de poder, la opresión, la reducción de la víctima en términos no solo físicos sino psicológicos. Sin embargo, para el sistema judicial estas victimas no lo son tal, pues el imaginario de la “buena” victima está profundamente instalado. Sin entender, como muestra Rita Segato, la agresión sexual como un acto moralizador y castigador hacia la mujer que transgrede, su cuerpo como campo de prueba de la potencia masculina. Como diría Virginie Despentes en Teoría King Kong, “una mujer viciosa no puede ser violada”.

¿Qué pasará entonces cuando bajo estas circunstancias una mujer decida abortar de manera legal? Si en el sistema judicial chileno resulta más efectiva una causa por maltrato habitual que abarca la violencia intrafamiliar en general, que una denuncia por violación en el mismo contexto, si en el sistema judicial chileno suelen caerse las causas en que la víctima se encontraba en un estado alterado de conciencia, poniéndose en duda entonces el lugar del consentimiento.

Todo lo anterior resulta preocupante en tanto la Norma Técnica de Acompañamiento pareciera sostener un talante traumatizante y victimizante, pensando la agresión sexual como la excepción, dando por sentado que la mujer que acudirá a abortar tras una violación es esa buena víctima, la víctima del viejo del saco, que se resistió físicamente hasta casi morir y que luego no soporta seguir viviendo.

¿Qué pasará con la causal violación en una cultura donde la única víctima posible es esa? ¿Qué pasará con la causal violación en una cultura donde toda otra víctima pareciera ser culpable y merecedora de aquel castigo? ¿Qué pasara con una víctima de violación en una cultura donde el sometimiento, la humillación, la inercia y lo servil en la mujer es parte de la sexualidad normativa y hegemónica? ¿Qué pasará con las víctimas de violación en una cultura donde la educación sexual está a cargo de la pornografía, donde las mujeres son presentadas como objetos y donde el consentimiento se entiende como pasividad? ¿Qué pasará con la causal violación, en una cultura donde esto es la regla y no la excepción?

María Ignacia Veas Guerrero y Ana Paula Viñales Mulet