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Perderse un poco: Crónica de un congreso de biología

Por: Jorge Díaz | Publicado: 05.05.2018
Perderse un poco: Crónica de un congreso de biología bio2 |
Cuánto mal ha hecho la visión lineal del mundo, la idea que “el hombre” está en la cúspide de todos los troncos evolutivos. Así como vamos en 100 años más tendremos con suerte alguna bióloga abiertamente lesbiana. Porque homosexuales hay muchos, pero acomodados a la regla heterosexual a más no poder. Su silencio es la prueba.

En octubre del año 2017 se realizó la XXXI reunión anual de la sociedad de biología celular de Chile, uno de los más importantes eventos del mundo de la Investigación en ciencias biológicas de nuestro país. Esta sociedad que se formó el año 1978 sólo ha contado con dos mujeres como presidentas en sus más de 15 autoridades hasta la fecha. Ese año la doctora Francisca Bronfman, segunda presidenta de la sociedad, dio un giro al evento y propuso discutir, en plenaria abierta, entremedio de las charlas y las presentaciones, un asunto complejo y que jamás había visto se pusiera en el centro de la discusión, esto es, la baja participación de las mujeres en cargos y dirigencias de la investigación en Chile. Dejamos por un minuto nuestras rutas moleculares y nos enfocamos en discutir una problemática que no ha sido relevada ni solucionada como merece. El desarrollo del problema es el siguiente: en el inicio de las carreras científicas ingresan la misma cantidad de mujeres que hombres (sólo se leen esos parámetros) pero luego en los altos cargos de representación y toma de decisiones el número de hombres es casi el doble que el de mujeres. Fue interesante hacer el ejercicio, observar cómo esto se repetía, ahí mismo en el auditorio, al contabilizar estudiantes de doctorado y post-doctorado, investigadores jóvenes de la universidad y profesores titulares separados en tres grupos distribuidos en el salón. Yo que soy un joven investigador de post-doctorado y activista de la disidencia sexual, pude observar cómo en estos tres grupos distribuidos en la sala, el número de mujeres iba disminuyendo drásticamente a medida que avanzaban los años en becas, reconocimientos y fondos para la investigación.

Una de las explicaciones y que concentró la discusión fue el tema de la maternidad. Esta fue la aclaración del por qué hay una merma en la carrera de muchas mujeres científicas. Se estableció un interesante debate donde se expusieron ideas y medidas para afrontar este problema. Se habló del menosprecio de algunos jefes a las mujeres científicas, de lo costoso que era tener una estudiante embarazada, de lo estricto que son los plazos para recibir financiamiento entre el término del doctorado y el inicio de un proyecto independiente, del poco cuidado que realizan las parejas de estas científicas (todas heterosexuales) a las labores del cuidado de los hijos, e inclusive de cómo mujeres que han llegado a cargos importantes, rechazan o hacen la vida más compleja a otras mujeres en sus laboratorios. Parece que hasta hace poco en la ciencia comenzaron a existir las mujeres, algo que claramente no es cierto. Las brujas y curanderas fueron las primeras científicas que de la mano de la investigación del “pensar a través del hacer” iniciaron un camino de largo aliento. No todos los alquimistas fueron hombres.

Mientras ocurría esta discusión, pensaba que hay un problema con la representación y los modelos que existen porque de alguna manera todas quieren ser madres o ser madres es un problema. Hay una trampa reproductiva en la diferencia sexual. El mundo no se compone sólo de hombres y mujeres ni tampoco sólo de heterosexuales. Fue extraño porque al decirle eso a mis compañerxs de generación en ese auditorio, quedé con la abrumadora sensación de estar hablando solo, que no hay pares ni otros modos de afrontar el mundo de la biología. Una científica dijo que mi planteamiento corresponde al de una «minoría» (término muy de los años 90’s) y que las políticas públicas deben realizarse pensando en las mayorías reproductivas y heterosexuales. Algunos otros se me acercaron entre pasillos y dijeron que me encontraban razón, pero que no podían decirlo en público. Por ahora se discute la representación y los problemas de las mujeres que quieren tener hijos y lo demás es ciencia ficción.

Tampoco se ha hecho mucho, porque recién ahora se está visibilizando el problema, en la segunda década del siglo XXI, aunque parezca increíble. Viéndolo así, y en la lentitud con la que avanza la política identitaria, primero discutiremos sobre las mujeres educadas con deseos de hijos, luego las mujeres proletarias que no tienen acceso a la educación y en última instancia, los disidentes a la norma sexual. Creo que el problema sigue siendo la diferencia sexual, la manera de mirar el mundo de a dos, la escasa representación de otros modos de vida en la ciencia y en los espacios de producción de conocimiento. Cuánto mal ha hecho la visión lineal del mundo, la idea que “el hombre” está en la cúspide de todos los troncos evolutivos. Así como vamos en 100 años más tendremos con suerte alguna bióloga abiertamente lesbiana. Porque homosexuales hay muchos, pero acomodados a la regla heterosexual a más no poder. Su silencio es la prueba. Y pienso en todas las feministas que siempre han sido consideradas como locas, locas por pensar que el mundo no se divide en dos. Pero nunca estamos solos. Siempre hay alguien con quien resistir. Al terminar la conferencia, se presentó la bióloga Chilena Bárbara Saavedra, una brillante ecóloga que trabaja en la conservación de especies de nuestro sur austral. Ella cerró con una conferencia donde hablaba que nuestras historias como científicas latinoamericanas deben ser contadas, que precisamos de ellas, que las necesitamos. Presentó una charla muy diferente a las que escuchamos durante esos días, precisamente como una provocación a la adormecida y muy preparada audiencia del congreso a las 10 de la noche. Me gustó mucho escucharla en su rebeldía, me sentí un poco menos solo. Habló de Bruno Latour, de Virginia Woolf y de Hannah Arendt, recordándonos aquel episodio en el que la autora asiste al juicio de un criminal nazi que era el encargado de llenar carros con judíos para su exterminio. Este hombre siempre dijo que era inocente y apeló a que él solo cumplió al pie de la letra las órdenes que le fueron impuestas, mostrándose responsable, cumplidor y organizado. Algo muy similar a lo que nos enseñan en el camino científico donde el cuestionamiento a las bases de lo que hacemos casi no es permitido. Las ciencias, en su gran mayoría, son dispositivos disciplinarios que están atentos a los marcos de contención de sus bien reconocidas hipótesis o formas protocolares. Importa mucho no desviarse, no perder el camino. Siempre he visto que la idea de contaminación es algo que rechazan la gran mayoría de los científicos con los que he trabajado, quizás porque les atemoriza la idea de no vivir seguros, en identidades fijas y con vidas pre-fabricadas.

Bárbara nos habló de la conservación de las especies endémicas, del cuidado que debemos hacer de los ecosistemas donde no habitan humanos, recordándonos que en Chile no solo existe la Escherichia coli, esa bacteria gram negativa que es el modelo bacteriano más estudiado a nivel mundial. Apeló a una ciencia situada, mostrándonos imágenes con una belleza sobrecogedora de plantas, sistemas acuáticos y danzas migratorias. Se refirió e interpeló a las científicas mujeres, a aquellas niñas que ya ordenan conchitas en sus viajes a la playa y dijo que el futuro de la ciencia es femenino. Yo, que tengo nombre de varón, me sentí absolutamente interpelado por su visión de mundo, siento que me habló a mí también, en mi devenir mujer sostenido. Dijo que este cambio en el paradigma masculino de la ciencia requiere “de mirar más allá de su quehacer propio y de su mandato del momento. Requiere mirar desde dónde vienen sus preguntas, y hacia dónde se dirige el resultado de sus investigaciones. Requiere aspirar el aire que existe fuera de la burbuja burocrática de las ciencias, y sus perversos y miopes sistemas de financiamiento y calificación, para conectar con el resto del mundo”. Porque para quienes hemos vivido en un mundo no binario, transgeneracional, no jerárquico, sin la necesidad de hijos, con la violencia ejercida sobre nuestros gustos o formas de expresión, el contaminarnos es una estructura de vida que ya hemos aprendido a incorporar y en cierta medida a desear también. Estos afanes contaminantes los he creído siempre necesarios. Observé que su charla causó escozor y me alegré de ello porque, al igual que en la novela Fahrenheit 451 del escritor de ciencia ficción estadounidense Ray Bradbury donde se quemaban los libros por considerarlos peligrosos, esta crónica de un congreso de biología celular en el sur del sur, habitado por una bióloga feminista como yo, quizás también debería ser quemada porque parte y termina desde el fracaso de quien está cada día más perdiendo el camino.

Jorge Díaz