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Mejor no hablar de ciertas cosas

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 17.05.2018
Mejor no hablar de ciertas cosas |
Hay una célebre canción que tiene esta frase, que al parecer adquiere la calidad de mantra para algunas personas: es difícil hablar de las cosas que nadie quiere hablar. El último tiempo me ha llamado la atención cómo cuesta quebrar esa barrera, ese tabú, ese mantra que resuena en el tema particular del abuso, en su amplio espectro. Me obsesiona cómo hemos normalizado por tanto tiempo la invisibilización de un tema, que quienes han vivido requieren de procesos de reparación y sanación que son difíciles de llevar en el silencio.

Pienso en esto porque es el mutismo en el que se vive en abuso, el que ayuda a su reproducción y perpetuación, y de alguna forma hay que comenzar a agrietarlo. Me llama la atención que no haya tanta producción al respecto, aunque quizás es lo más obvio. Sí, está presente quizás como tema incidental, como indicios dentro de un cuadro más grande, o de forma académica. Hay mucho testimonio, desahogo necesario y valioso que tristemente refresca, en tanto muestra la verdad no dicha, y en tanto nos recuerda nuestros propios episodios. Requiere una valentía que es dura, que es dolorosa y que no debería por qué ser así.

Recorriendo nuestra propia galería del horror, esa que nadie quiere exhibir, veo nítidamente la negación de una realidad aún mayor. Callamos muchas veces porque el abuso se ha vuelto normal, en esa galería tan personal muchas mujeres encuentran un hito de su infancia, como un recuerdo difuso, empolvado, pero que evoca la sensación concreta y demasiado nítida de la primera herida, del comienzo de una resistencia o de la caída libre.

Viendo las noticias siempre vuelvo a pensar en esto. Niñas abusadas, violadas, mujeres asesinadas por parejas que durante años han ejercido violencia sobre ellas. Pienso en la sorpresa de la familia, de los vecinos, de los amigos, cómo es tan usual que nadie sospeche. Pienso en el silencio. Veo cómo hiere de manera tan intensa a la sociedad darse cuenta de esta realidad, que siempre ha estado entre nosotros, compartiendo nuestras mesas y respirando el mismo aire, para luego dejarla ahogada bajo la alfombra. Hasta otra noticia, otra niña, otra mujer. Y pienso en cuántas más no salen en pantalla, cuántas más respiran al lado nuestro. Me imagino a mí misma diciendo en la tele que nunca sospeché nada mientras la cámara de algún noticiario me apunta. Pienso en el silencio.

Me cuesta pensar en más de un par de libros, más de un par de canciones, más de un par de películas que nos conecten con la perspectiva de quien ha sufrido abuso, más aún desde la infancia, que es generalmente donde comienza. Y lo que me viene a la cabeza son producciones de tipo autobiográfico, autoayuda o psicología; o es un dato accesorio, una insinuación dentro de otras historias de los personajes que viven sus vidas en algunos libros. Me llama la atención que el modo de nombrar del abuso sea tan difuso que sea tan raro encontrar otras maneras de contarlo.

De nuevo con el silencio, con el no decir, y me doy cuenta que cuando algo es muy terrible uno se responde “no tengo palabras”, o cuando alguien sufre demasiado algunos dicen “sufrió lo indecible”. Me doy cuenta de que se hace costumbre algo físico, eso que pasa cuando quieres enunciar algo horrible. Y es que al parecer hay algo entre el dolor y las palabras, como si las últimas nunca pudieran pillar al primero, como si todas juntas no bastaran para recrearlo. Creo que es verdad. Y que es mentira.

Es verdad porque el dolor te anula, te domina, te aplasta, te cambia. Tu manera de ser, de vivir, de existir, suele dejar de ser la misma, sutil o drásticamente. El dolor te nubla, te marea, te ahoga. No entiendes o no quieres entender. Subsistes. Es muy difícil explicar lo que no se entiende. Es difícil explicar lo que no sabes qué es. El dolor nace, crece y madura, evoluciona, se mueve, no es algo fácil de aprehender. Es difícil explicar lo que no entiendes.

Es mentira porque aunque el mismo dolor no se pueda reproducir, si no se pudiera nombrar jamás lloraríamos leyendo un libro, viendo una película, escuchando una canción. Las cosas que nos rodean se cargan de las sensaciones que tenemos cuando las vemos por primera vez, o cuando se hacen presentes en un momento importante. Los significados mutan y no viven solo en nosotros. No se necesita ver tu mismo dolor para que ese mecanismo se active dentro de ti. A veces en dolores diversos podemos reconocer el propio y empatizar, sentir que se sintió lo mismo, o que se sintió distinto, pero que se sintió sincero, y que ese otro sentir tiene algo compartido con el tuyo. No es importante que sea el mismo dolor, es importante poder sentirlo.

Creo que decir lo indecible es una manera de construir un camino hacia un mundo donde ser víctima de abuso no te deja mudo para siempre; contar historias diversas, amplias, tristes o esperanzadoras, resueltas e inconclusas, es necesario para aliviar el peso que tiene vivirlo en soledad. Ese no entender tiene tanto que ver con que tu dolor no lo puedes asociar con nadie más, no ves a nadie que pueda empatizar contigo. Es necesario tener un espejo donde mirarte, tener con qué identificarte en el dolor.  Es importante escribir sobre el abuso porque constituye la construcción de identidad de tantos niños, de tantas mujeres, que dejarlo en lo no dicho es negar una dimensión de la experiencia humana, es negar esa construcción de identidad, que solo profundiza la soledad que impone el silencio. El silencio por no entender, el silencio por vergüenza, el silencio por amenazas, el silencio por miedo

Es importante seguir contando historias al respecto, de todas las formas posibles, porque siempre es mejor hablar de todo, nunca es mejor callar. Calladas nos quieren quienes quieren seguir abusando de nosotras, para aislarnos de los demás y de nosotras mismas. Siempre es mejor hablar y reconocernos, la representación también es importante para estas cosas.

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