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Extrema derecha: Libertad de expresión como elemento opresor

Por: El Desconcierto | Publicado: 19.05.2018
Extrema derecha: Libertad de expresión como elemento opresor kast | Foto: Agencia Uno
El discurso de José Antonio Kast resalta la indivisibilidad de la palabra y la acción y esto lo podemos ver desde ambas veredas, entre quienes fervientemente gozan cuando insulta a mujeres como Daniela Vega o cuando recalca que está seguro que Pinochet votaría por él y entre quienes simplemente sucumben ante la palabra destructiva y caen en el juego sicológico de quien busca ser agredido para dar fuerza a su discurso de odio, falsamente disfrazado de libertad de expresión.

De un tiempo a esta parte, la extrema derecha ha tomado un rol preponderante en distintos países de Europa, en Estados Unidos y también en Chile. La migración es el caballito de batalla en casi todos los discursos nacionalistas y también las crisis económicas vividas en el viejo continente han contribuido a polarizar la política de aquellos países. No es azaroso escuchar mensajes similares por parte de Le Pen, Nigel, Trump e incluso Kast. Pero lo peligroso de todo esto no es el hecho que una fuerza política irrumpa con fuerza y encante a quienes hace años se han sentido dejado de lado por los políticos tradicionales, lo peligroso es el mensaje oculto en su discurso, el populismo convocante cargado de odio hacia las minorías y el conservadurismo extremo, todo esto bajo el alero de una falsa libertad de expresión, una figura carismática que “dice lo que piensa” un ser avasallador que sin tapujos construye destruyendo a quien se le cruce.

Cuando la tolerancia se utiliza principalmente para la protección y conservación de la normalización, y de la constitución de una sociedad represiva, para neutralizar y disciplinar a la diferencia, y por lo tanto petrificar e inmunizar al hombre frente a mejores formas de vida, entonces la tolerancia ha sido degenerada. Las condiciones materiales y discursivas para que la tolerancia sea un punto de fuga, una fuerza liberadora y humanizadora están aún por crearse.

En el momento en que la tolerancia opera bajo una lógica de negación ontológica, se constituye una tolerancia vacía, que en su contenido no abre sino que cierra, en función de la dominación oculta y de la opresión naturalizada, la tolerancia se haya distorsionada de su sentido constitutivo. Hoy la manera en que opera la violencia, no necesariamente se presenta de manera física, directa y desatada, sino que se manifiesta fenoménicamente en el mundo normalizando y homogeneizando todo tipo de encuentro con la diversidad de los modos de vida. La mecánica del poder cuando persigue a la disparidad, no pretende suprimirla sino que construye un relato en que la hunde, la desliza bajo conductas y la constituye en razón de ser, orden natural del desorden. La negación de la identidad de los sujetos se construye desde el verbo modal negativo: «no-poder». Por lo tanto, cuando la tolerancia y su respectivo vehículo de la libertad de expresión se utilizan como un dispositivo de control, de negación, de exclusión sobre la diversidad de los individuos, teniendo como consecuencia la normalización de la subjetividad y la supresión de la potencialización de los modos distintos de desempeñar nuestra individualidad, entonces la tolerancia y la libertad de expresión ha sido pervertida, ha sido usurpada.

En suma, si esta perversión comienza en el espíritu del individuo, en su conciencia, en sus necesidades, cuando intereses heterónomos se apoderan de él antes de que pueda sentir su servidumbre auto-impuesta, manifestada bajo el discurso ilustrado de la “auto-gobernanza” y en un ideal de autonomía abstracto que es correlativamente dependiente de la materialidad económica del sujeto; entonces, cuando nos enfrentamos a discursos de deshumanización que están disfrazados de la formalidad in-utilizada de la democracia y que se auto-legitiman en la subjetividad vacía carente de reflexión, los esfuerzos por contrarrestar su deshumanización deben empezar en su lugar de entrada, allí donde la falsa conciencia toma forma y se crea en sí, se debe comenzar a suspender los valores, ritos, imágenes e ideas que alimentan y monstrúan aquella conciencia. Esto es, desde luego, censura, incluso censura previa, pero abiertamente dirigida contra la censura más o menos solapada que impregna el dispositivo normalizador del ejercicio desenfrenado del poder. La libertad de expresión y su respectivo deber de tolerancia, no puede descansar en el piso mínimo de la mera expresión contingente de la intuición subjetiva, el fundamento de validación no puede constituirse en la forma, sino en su contenido. La perversión opera en el contenido concreto del discurso, no en su forma. El problema real no es que exista una contraposición en la formación de los discursos, sino que el contenido del relato personal forma un imaginario social de la exclusión, creer que la palabra, la literalidad está totalmente desprendida de consecuencias fácticas en el mundo, es débil. Tal como menciona Arendt, la acción y la palabra están estrechamente ligadas debido a que el acto primordial y específicamente humano que debe siempre contener, “la manifestación de “quien es alguien” se halla implícita en el hecho de que, en cierto modo, la acción nula no existe, o si existe es irrelevante; sin palabras, la acción pierde el actor, y el agente de los actos solo es posible en la medida en que es, al mismo tiempo, quien dice las palabras, quien se identifica como el actor y anuncia lo que está haciendo, lo que ha hecho, o lo que trata de hacer”.

Como piensa Marcuse donde la “falsa conciencia” representada por la relación del poder, llega al comportamiento común o “popular”; se traduce casi instantáneamente en prácticas cotidianas, y como dice Arendt, en acciones. Es por eso que se formula un “sentido común”, que pretende separar fácilmente, sin tapujos un límite firme y consistente entre ideología y realidad, entre pensamiento represivo y acción represiva, entre la palabra destructiva y el hecho destructor, se reduce peligrosamente la arbitrariedad de aquel hecho distintivo entre ambas dimensiones, no se pone en auto-cuestión, no se piensa a sí mismo. La tolerancia debe ser un espacio para emanciparnos, no para oprimirnos, no para crear una palabra que habilite una acción de persecución e intolerancia.

Es por ello que en nuestro país y bajo esta tolerancia no cabe un José Antonio Kast. Su discurso resalta la indivisibilidad de la palabra y la acción y esto lo podemos ver desde ambas veredas, entre quienes fervientemente gozan cuando insulta a mujeres como Daniela Vega o cuando recalca que está seguro que Pinochet votaría por él y entre quienes simplemente sucumben ante la palabra destructiva y caen en el juego sicológico de quien busca ser agredido para dar fuerza a su discurso de odio, falsamente disfrazado de libertad de expresión y terminan pateándolo y tirándole tierra en las afueras de su universidad para acallar la acción represiva de su palabra que solo demuestra su propia deshumanización. La democracia no puede ser utilizada como elemento inhabilitador, como un escudo que me permite decir o hacer lo que se me antoja, como un subterfugio para tapar lo que históricamente ha sido la barbarie.

Y eso es precisamente reflexionar sobre el sentido relativo y absoluto de la política, la promesa de la política es de trascendencia, no de inmanencia, es por aquella razón que se debe re-descubrir la conciencia humanizadora, se le debe quitar aquel velo de maya. En razón de lo anterior, y como vuelve a reflexionar Marcuse, el quiebre en la falsa conciencia puede aportar el punto arquimedeano para una vasta emancipación, es un acontecimiento que abre la posibilidad del cambio, es una fisura que no restringe, sino que incluye, es posicionarse en disposición de mutación.

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