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Opinión

La desobediencia de Deadpool

Por: Nicolás Ried | Publicado: 29.05.2018
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Su desobediencia inherente es lo que le hace rechazar consistentemente la invitación de integrar la institución formal de superhéroes llamada X-Men. Deadpool rápidamente se hace de aliados, precisamente porque está solo, y no se somete a la disciplina de ninguna organización por la misma razón. Pero, a la vez, es un héroe que goza de la ironía millennial, al reírse de la seriedad con que son abordadas las películas de superhéroes, que están conformadas por un ciclo repetitivo e interminable de peleas en que el bueno termina derrotando al malo.

Las películas de acción en verdad son películas de información. En sentido estricto, no hay películas de pura acción, ya que siempre la acción (que técnicamente se reduce a las peleas y batallas entre buenos y malos) está destinada a resolver algún asunto en la trama. No hay películas de taquilla en que las peleas y batallas no cumplan un rol informativo, como es decirnos quién se vengará de quién, quién será el nuevo líder de un bando, o qué técnica servirá para derrotar al villano de turno; en definitiva, las escenas de acción sirven para mostrar quién gana y quién pierde, siendo por eso tan castigada en nuestros días la acción de hacer un spoiler.

Esa cuestión es más patente en un tipo de películas de “acción”, como son las películas de superhéroes, en las que las escenas de peleas funcionan como un reloj que marca los tiempos en que se revela la información relevante: una primera pelea que muestra las habilidades y bondades de nuestro héroe; una segunda pelea donde el villano muestra sus capacidades y derrota momentáneamente al héroe; una pelea de entrenamiento, donde el héroe alcanza el nivel para derrotar al villano; y, finalmente, la contienda definitiva, donde el héroe derrota al villano. Por supuesto que en esta simplificación se pierde una cuestión relevante, que diferencia radicalmente las películas de acción de los ’80 y ’90, de las que podemos ver ya pasado el año 2000, y es que esa idea de una lucha del bien contra el mal, de héroes contra villanos, es cada vez más confusa.

En una interesante opinión publicada en el periódico inglés The Guardian, el crítico Chris Edwards sostiene que los superhéroes ya se cansaron de combatir contra el capitalismo, y en cambio lo han adoptado para ellos. Ejemplos evidentes, como el caso de superhéroes que son dueños de grandes transnacionales involucradas en el mercado de las armas y el mercado negro como Iron Man y Batman, son contrastados con filmes de los ’80 como Robocop o Total Recall en los que el súperhéroe era precisamente el que combatía a esos cuyo verdadero superpoder era más que el dinero. Sin embargo, el crítico Edwards confunde muy rápidamente la idea de combatir al capitalismo y la de combatir la autoridad, lo que se evidencia de manera clara cuando vamos a los cómics que dan argumento a la actual oleada de películas de superhéroes, en especial las producidas por Marvel. Si ponemos de ejemplo la historia de los X-Men, tenemos una clara analogía entre el sometimiento de una clase de personas mutantes que son oprimidas por una autoridad intolerante y racista, tal como ha ocurrido desde casi siempre en la historia estadounidense con el sometimiento de los negros. Lo que se ha perdido en las películas no es estrictamente el modo de enfrentarse al capitalismo, sino el modo de enfrentar a la autoridad: las películas de la saga X-Men muestran como trasfondo la lucha de los mutantes por ser aceptados, pero lo relevante es cómo los X-Men combaten contra los villanos para ser aceptados por quienes los discriminan. Lo anterior se ve repetidamente en la saga de Deadpool, cada vez que Coloso le repite a Deadpool que los X-Men no deben matar a nadie, para que los mutantes no sean vistos como asesinos. Desde este punto de vista, a los superhéroes ya no les importa combatir la autoridad, sino respetarla y modificarse a fin de ser aceptados como uno más.

Deadpool, precisamente, puede ser uno de las más destacadas excepciones, ya que es un anti-héroe que se presenta como crítico de toda autoridad en un sentido más profundo que los superhéroes de otras décadas, al ser incluso crítico de la idea de “superhéroe”. Deadpool no tiene nada ni a nadie, más que un potente cáncer múltiple, lo cual no provoca que sea un gruñón solitario, sino que al contrario le permite asociarse con cualquier otro. Su desobediencia inherente es lo que le hace rechazar consistentemente la invitación de integrar la institución formal de superhéroes llamada X-Men. Deadpool rápidamente se hace de aliados, precisamente porque está solo, y no se somete a la disciplina de ninguna organización por la misma razón. Pero, a la vez, es un héroe que goza de la ironía millennial, al reírse de la seriedad con que son abordadas las películas de superhéroes, que están conformadas por un ciclo repetitivo e interminable de peleas en que el bueno termina derrotando al malo. Y esa distinción, entre buenos y malos, es también una tercera característica de la saga Deadpool, ya que no sólo es ambiguo quién es el bueno y quién el malo, sino que además Deadpool es quien cuestiona constantemente esa distinción, al criticar los medios por los cuales los autodenominados “buenos” llevan a cabo sus planes: Deadpool se diferencia de los antiguos pistoleros que en los westerns discutían en torno a una fogata de noche qué es lo que era la justicia y a quienes debían matar y por qué razones una vez llegado el amanecer; Deadpool usa la acción (cruenta y sangrienta, no por nada los españoles los tradujeron como Masacre) para cuestionar la idea que los buenos deben seguir medios buenos. Deadpool es el verdadero superhéroe al cuestionar a los autodenominados superhéroes y sus formas; es el héroe que trae de vuelta la única pregunta relevante para los superhéroes, que es la pregunta desobediente por la justicia.

Sin embargo, volviendo a la pregunta del crítico inglés, sobre la ausencia del capitalismo como villano ejemplar, habría que estar de acuerdo con él en que el capitalismo ya ganó, pero ganó el partido desde antes del comienzo, al comprender que las películas de superhéroes ya no se instalan como una profunda reflexión moral sobre nuestros tiempos, ni como una crítica social que funciona como la analogía de una opresión cotidiana: las películas de superhéroes, en general, hoy no son más que una nueva manera de vender información.

Nicolás Ried