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Se creen dueños

Por: Alicia Gariazzo | Publicado: 14.06.2018
Se creen dueños feminismo |
En un futuro no muy lejano, el matrimonio actual lleno de violencia, represión e infelicidad, dará lugar a comunidades andróginas, donde formas de amor más avanzadas y plenamente solidarias con la diversidad, compartirán las necesidades reales del ser humano y donde las mujeres seremos nuevamente respetadas.

Es estimulante y esperanzador ver a nuestras jóvenes protestando por nuestros derechos. Entre ellas una de mis nietas. Todo esto junto a cinco nuevos femicidios y a un novio despechado que no solo asesinó a la novia, sino también a su madre. También a muchas desaparecidas que seguramente deben haber sido asesinadas. Entre la indignación y la impotencia pensamos en el rol que juegan las drogas y el alcohol, pero también en el hecho de que los hombres creen que son nuestros dueños debido a la historia de nuestra organización familiar.

Actualmente, la población femenina mundial es de 3.660 millones, un 49,6% del total de los habitantes del planeta. Solo 143 de los 195 países existentes garantizan la igualdad entre mujeres y hombres en sus constituciones. Pero, en estos, una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual, en la mayoría de los casos de parte de sus parejas. En 29 de los 143 países, que garantizan la igualdad de género, el hombre es designado cabeza de familia por ley. Pese a las políticas de apoyo a la mujer impulsadas por los gobiernos y las campañas educativas, la CEPAL ha constatado que la violencia contra las mujeres continúa golpeando a nuestra región de manera dramática. De esta forma, durante 2011 se registraron 466 muertes de mujeres ocasionadas por sus parejas, o ex parejas, en 12 países de la región, entre los que Chile ocupa el cuarto lugar en el ranking del número de casos de este tipo de delito, con 40. En 2018 ya va un número superior a 50. Chile solo es superado por República Dominicana, con 127, Colombia, con 105 y Perú con 61 casos.

Esta violencia comienza con el desaparecimiento de la sociedad matriarcal. Lewis Morgan investigando la sociedad primitiva demostró que el machismo y la monogamia nacen con la propiedad privada. Antes de esta, la sociedad vivía en comunidades matriarcales, se permitía el ejercicio libre de uniones, separaciones, la poliandria y la poligamia. La madre definía la consanguineidad y el parentesco, reafirmándose la certeza ya ancestral de que la mujer es la que da la vida, la única capaz del amamantamiento y por tanto de la sobrevivencia del ser humano. En dicha sociedad no había violencia ni asesinato.

El hombre primitivo, incapaz de procrear, cuando pasó de la guerra a la labranza, comenzó a valorizar la importancia de la mano de obra familiar y, por tanto, de la propiedad de la prole. Al disminuir las guerras, disminuían los enemigos vencidos que pasaban a esclavos de los vencedores y se necesitaba mano de obra en los campos. Al ser dueño de la fuerza física y las armas, le fue fácil imponer la vida en pareja para apropiarse de los frutos de sus mujeres y hacerlos trabajar en la labranza. Así terminan las uniones libres.

Desde ese momento, la fidelidad era imperiosa, porque garantizaba la propiedad. Solo el hombre podía romper lazos y repudiar a su mujer, reservándose el derecho a la infidelidad. El Código de Napoleón lo concede expresamente “mientras no tenga a la concubina en el domicilio conyugal”. Si la mujer recordaba las antiguas prácticas sexuales y quería revivirlas, era sancionada o castigada como nunca antes ocurrió en la historia.

Actualmente a ello se agrega que el desarrollo intelectual y profesional de la mujer no es compatible con la sociedad patriarcal. En los últimos treinta años en Chile, la mujer ha comenzado a cumplir un papel en el mantenimiento del hogar pudiendo combinar la obtención de ingresos con el cuidado de los hijos, los niños con capacidades especiales, los enfermos, los viejos y los discapacitados de la familia. La mujer campesina ha pasado de ser inquilina a temporera agrícola o agroindustrial. El trabajo de las obreras de la manufactura ha sido reemplazado por las importaciones asiáticas y por el trabajo individual a destajo en el hogar. El servicio doméstico es más libre, gran parte concentrado en empresas de aseo. Prácticamente desapareció el trabajo doméstico puertas adentro y han aparecido una serie de trabajos temporales, desde la venta de ropa usada en ferias callejeras al teletrabajo. Ello, junto a la presencia incalculable de las múltiples tarjetas de crédito entregadas a sola firma, ha llevado a un número importante de mujeres de sectores populares a no depender del marido proveedor. Más aún, con la precariedad en el trabajo y los bajos salarios, cada vez son más necesarios los ingresos de la mujer para financiar a la familia.

Pero, este cambio en las condiciones materiales de la mujer, solo ha llevado a que muchos hombres se sientan disminuidos en su papel. Desaparece el macho protector, cuando ya no existe el proveedor único, especialmente en los sectores de bajos ingresos. Muchos de ellos dejan el peso de la familia en las esposas para sentirse más libres para dedicarse a los vicios y a la infidelidad. A otros niveles sociales, las mujeres, aunque en algunos casos reciban menores salarios, se destacan por su eficiencia y pueden fácilmente competir con los hombres. La mujer no solo ha logrado la libertad sexual, sino que cada vez es más libre e independiente, especialmente por ser capaz de sostener a su familia sola. Eso es insoportable para el macho que antes llegaba a la casa exigiendo que se le atendiera por ser quien traía la plata.

Debido a ello, ha surgido un nuevo tipo de familia extendida. En sectores populares surge un grupo familiar cada vez más generalizado, que es el conformado por una Jefa de Hogar sola, con un número importante de hijos de distintas parejas, que puede incluir nietos de las hijas mayores también con diferentes parejas ausentes. En cárceles y Juzgados se observan infinitos casos de hombres que al separarse se desentienden de sus hijos material y emocionalmente.

Estas nuevas realidades no solo causan femicidios, sino que muestran diversos síntomas de que el matrimonio patriarcal y la familia nuclear están en crisis. Las uniones son cada vez más tardías e incluso muchas jovencitas congelan sus óvulos para tener hijos cuando ya estén maduras.

Es raro que un matrimonio permanezca unido hasta la muerte, confirmando lo que diversos filósofos sostienen acerca de que el amor y la pasión en las parejas no dura más de cinco años. El culto al pene, acerca del cual Freud acusaba a las mujeres, se hace ostentoso en ancianos de la tercera edad que se juegan la vida por una erección, rindiendo culto a las mujeres jóvenes e impregnándose de viagra. La discusión que han impuesto los jóvenes sobre el respeto a la diversidad, el matrimonio igualitario, las parejas transgénero y su derecho a la adopción, nos muestran la necesidad de generar nuevos tipos de familia. También el aumento de la longevidad, que obligará a muchos hijos, e incluso a nietos, a hacerse cargo de los viejos.

Todos estos elementos hacen evidente que el matrimonio patriarcal no se adapta a las nuevas realidades. Quizás las formas actuales de convivencia sean menos solidarias, más individualistas que las que proporcionaba el matrimonio y la familia nuclear, pero también es claro que hay mayor libertad para la mujer y para cientos de jóvenes de sexualidad diferente que debían esconderse para no ser agredidos o asesinados.

No tenemos que sufrir por defender instituciones ya caducas. Si esta libertad se combinara con mayor comprensión y respeto por el otro, se podrían estar generando las condiciones para el surgimiento de un nuevo tipo de familia y organización social. Una mezcla conformada por las Jefas de Familia que acogen a sus hijas mayores con sus nietos, con las constituidas por parejas gay o bisexuales que quieran colaborar en la crianza de los hijos de amigos o hermanos. Familias donde desapareciera el macho agresor y prepotente y los hombres pudieran desarrollar su parte femenina reprimida por los mitos de la sociedad patriarcal. Donde se compartiera, en igualdad de condiciones, el trabajo doméstico, el presupuesto familiar y el cuidado de los hijos.

En un futuro no muy lejano, el matrimonio actual lleno de violencia, represión e infelicidad, dará lugar a comunidades andróginas, donde formas de amor más avanzadas y plenamente solidarias con la diversidad, compartirán las necesidades reales del ser humano y donde las mujeres seremos nuevamente respetadas.

Alicia Gariazzo