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Opinión

Las izquierdas como vecindario sin templos

Por: Javiera Vallejo Dowling | Publicado: 20.06.2018
Las izquierdas como vecindario sin templos Marcha de Estudiantes |
No es necesario quebrar con lo viejo, el desafío es revolucionarlo y ahí nos sirve retomar a Marx más que a Weber, volver a la voluntad genérica y construir el vecindario.

Hace unos días se publicó la columna de un gran compañero de organización que replanteaba un cuestionamiento sobre el identitarismo de izquierda. Cuestionamiento que viene picoteando las discusiones de las organizaciones progresistas desde fines de los ’90 y tristemente hasta hoy. No es menor pasar 20 años en la misma.

Sin querer reducir su columna, mi buen compañero plantea la legítima -más no novedosa- duda sobre si “¿no será que el viejo-nuevo izquierdismo se transformó en tierra infertil para proyectos exitosos en el siglo XXI?”. Esta reflexión me parece absolutamente necesaria, pero es más compleja que las dicotomías ahí planteadas. Esto porque requiere más que enunciados, que son el gran problema de la perplejidad de los proyectos políticos de las organizaciones emergentes como a las que pertenecemos y que hoy componen el Frente Amplio. Es muy difícil que hoy las izquierdas defiendan abiertamente los dogmas que la sustentaron durante el siglo XX, sobre todo porque significaría una ceguera ante la realidad continental, las disputas que pone en el tapete el feminismo, el ecologismo y porque la complejidad del desarrollo del neoliberalismo del siglo XXI ha logrado agudizar el cuestionamiento sobre la sustentabilidad de la vida, que requiere más que solo reivindicar la conciencia de clase sustentada en la contradicción del capital trabajo.

Es compleja esta discusión porque requiere mucha responsabilidad al plantearla. No es suficiente agradecer irónicamente las conquistas de la izquierda del siglo pasado -que hoy parecen ser derechos dados- como para decir gracias y adiós, sino más bien reconocer aspectos de las líneas estratégicas históricas de este sector que no se reducen sólo a identidades. Me preocupa en particular porque he visto a algunos compañeros defenderse detrás de lo poco cool y crítico que es ser de izquierda hoy, para asumir con liviandad el despojo neoliberal e individualista de la conciencia internacionalista y latinoamericanista, así como también de lo importante y significativo de la solidaridad entre los pueblos. El reconocimiento a las luchas de las izquierdas del siglo XX no solo pasa por sus ganadas sino también por el acumulado histórico que, para muchas y muchos de nosotros, está implicado en la construcción de un proyecto transformador.

En el contexto histórico de hoy, en el que las feministas estamos viviendo esta ola, es muy importante no obviar el trabajo y los avances con perspectiva estratégica que las compañeras del siglo pasado levantaron y consiguieron, sobre todo considerando que, paralelo a esto, el avance de los fundamentalismos en el continente y la arremetida contra los proyectos progresistas responden a un claro objetivo político de las derechas. Me parece que es un ejercicio que se debe replicar en otras esferas también.

El compañero habla de romper con El Vaticano y me parece absolutamente necesario romper con la visión estática y atemporal, con los nombres por sobres los fondos. Sin embargo, es necesario que dejemos de hablar de sentido común de forma vacía y empecemos a caracterizarlo, a disputarlo, a observar cuánta irradiación tenemos realmente al jugar en las reglas de la hegemonía y cuánto avanzamos de acuerdo a nuestros objetivos estratégicos. Parte de la perplejidad que tenemos hoy y de la falta de proyecto político, responde también a una tendencia medio inconsciente, proveniente de nuestra fascinación por el confort, de no entrar en demasiado conflicto con la elite, de no caer muy mal, de tener audibilidad bajo las mismas lógicas que la derecha y los mass medias comprenden a la audiencia. ¿Habrán sido esas lógicas las que levantaron la gran masa de obreros por mejoras laborales a comienzos del siglo pasado? ¿Las que consiguieron el derecho a sufragio por parte de las mujeres? ¿Será la audibilidad la que movilizó a una región completa y a la capital por la defensa de los ríos en Aysén? ¿La que constituyó ese 2011 en una movilización con repercusiones internacionales que le dijeron no al lucro en educación? ¿Será la audibilidad la que hoy tiene a las compañeras movilizadas contra la violencia de género y cuestionando una de las bases más temibles de nuestra sociedad: el patriarcado?

Tenemos que, de una vez por todas, dejar de hablar del malestar como una sensación y empezar a reconocerlo, revisar dónde se produce. Democratizar estas discusiones radicalmente pero no deshistorizarlas, sin dejar de situarlas en el contexto nacional e internacional que hoy estamos viviendo. Dejar el facilismo de desprenderse de la mochila de nuestras y nuestros antecesores sin revisar qué es lo que lleva dentro. Sin esto, es muy probable que vayamos levantando nuevos vaticanos en nuestros colectivos que asuman posiciones vacías pero inamovibles, legitimadas por ejercicios de poder.

No es necesario quebrar con lo viejo, el desafío es revolucionarlo y ahí nos sirve retomar a Marx más que a Weber, volver a la voluntad genérica y construir el vecindario.

Javiera Vallejo Dowling