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Cámara lenta: Ver el mundial y estar fuera

Por: David Bustos | Publicado: 30.06.2018
Cámara lenta: Ver el mundial y estar fuera argentina | Foto: Agencia Uno
Ver el Mundial en cámara lenta es triste, si uno se pierde el gol de Croacia, da lo mismo, uno no se queda a ver la repetición. En cambio, cuando fuimos al Mundial de Brasil (2014), todo era en cámara rápida. El primer gol de Vargas y el de Aránguiz (El Príncipe) a España, el gol de Alexis y los golazos de Valdivia y Beausejour. Los comentarios en la radio de Guarello, cualquier dato extraoficial se saboreaba como un caramelo. Los asados en las casas, el tema obligado de conversación donde fueras.

Nos tocó ver el mundial en cámara lenta. Otros países acceden a la emoción de la cámara rápida, que de tan rápida necesitan detener el cuadro, sobretodo, cuando hay una jugada que tiene los merecimientos de ser detalladamente repetida. Por ejemplo cuando muestran en cámara ultra lenta el gol de Messi a Nigeria. El control en el aire, como apura con un leve toque el balón y después, con un zapatazo se la cruza al otro palo del arquero.

Ver el Mundial en cámara lenta es triste, si uno se pierde el gol de Croacia, da lo mismo, uno no se queda a ver la repetición. En cambio, cuando fuimos al Mundial de Brasil (2014), todo era en cámara rápida. El primer gol de Vargas y el de Aránguiz (El Príncipe) a España, el gol de Alexis y los golazos de Valdivia y Beausejour. Los comentarios en la radio de Guarello, cualquier dato extraoficial se saboreaba como un caramelo. Los asados en las casas, el tema obligado de conversación donde fueras.

Vivir en cámara lenta un mundial, es como si tuviéramos que escarbar en la memoria afectiva para sentir algo, para que el partido que están dando te corte, aunque sea de manera artificial, la respiración.

Estamos en plena fiesta del fútbol, pero se nos ha negado el relámpago. Sin gracia y con el rostro ausente seguimos a los equipos sudamericanos en Rusia. Neymar nos parece alharaco, Cavani y Suárez un par de laucheros. Y Messi un paciente crónico bipolar, un nostálgico sin idealismo.

Este es el mes en que respiramos a fondo la lentitud de la vida. Se siente la velocidad de la alegría en los países que aún siguen en competencia. En cambio a nosotros, el frío hielo de las horas perdidas nos visita. Padecemos de la quietud del que no está jugando y que fue transferido a la soledad de su derrota.

Aunque nos esforzamos, no tenemos el temple para adoptar a última hora algún equipo. En ese descampado afectivo, lo único que tintinea en la oscuridad es Sampaoli. La costumbre de verlo tantas veces dirigir, nos conecta a un reflejo irracional por seguirlo, en su caminata obsesiva por el borde de la cancha. Nos esforzamos por leerle los labios, y que la lucidez lo conmueva para que demuestre porque ganó todo lo que ganó aquí en Chile. Pero Sampaoli de cierta forma también ha quedado fuera, no del mundial, pero sí del equipo, de la selección argentina. Es difícil saber si vive un sueño o una pesadilla. Cuando terminan los partidos se va rápido al camarín, como si no quisiera estar ahí. No se ve ningún abrazo o muestra de afecto de algún jugador hacia él. Es un prisionero de su propio sueño. Es como si Sampaoli quisiera ser parte de lo que le pasa, pero queda fuera. Como nosotros, los chilenos, que vemos el mundial desvanecidos en los efímero, como diría Gonzalo Rojas.

David Bustos