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«Gracias por mi libertad»: Las anónimas hazañas de Andrés Aylwin

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 21.08.2018
«Gracias por mi libertad»: Las anónimas hazañas de Andrés Aylwin 5b78eba6cd49b06f97419e43 |
Lorena Pizarro era una niña cuando vio a Andrés Aylwin por primera vez, alegando en tribunales por la desaparición de su padre. A Carmen Hertz la acompañó en los días posteriores al asesinato de su esposo Carlos Berger, exigiendo recuperar su cuerpo. No fueron las únicas: muchas historias anónimas dan cuenta del osado rol que jugó el abogado, movido por un compromiso férreo con la defensa de los derechos humanos.

Lorena Pizarro conoció a Andrés Aylwin cuando era una niña. Por esos días, acompañaba a su mamá a tribunales para exigir información sobre el paradero de su padre desaparecido, el militante comunista y ex dirigente nacional de la Federación Textil, Waldo Pizarro. En medio de la búsqueda y la terrible espera, el abogado fue el primero en alegar la causa ante la justicia y le dejó un recuerdo claro.

«Me acuerdo, siendo niña, haber ido a tribunales y aparece este caballero que se parecía al Quijote. Entramos con mi mamá y varios familiares del grupo con el que desapareció mi papá y él alegó y otro abogado por sus libertades. Tengo el recuerdo de él hablando de Waldo Pizarro y los demás y los ministros con chales en las piernas dormitando. Siempre recuerdo ese momento», cuenta la presidenta de la Agrupación de Familiares Detenidos Desaparecidos.

Para la dirigenta, el fallecido abogado de 93 años siempre estuvo al lado de los familiares y la agrupación. «Nunca con una conducta que contraviniera sus creencias, sus convicciones, a pesar de un origen tan distinto. Él era DC hasta el día de su muerte, firmó la carta de los 13 que se opusieron al Golpe pero no solo se quedó en firmarla, él activamente se puso al servicio de la defensa de los derechos humanos y en la transición siguió jugando ese rol pese a lo inconveniente que hubiese sido incluso por un un tema familiar», añadió.

Como tantas y tantos tras la noticia de su muerte, Pizarro recuerda con emoción la coherencia y convicción que primaban en la actitud de Andrés Aylwin. «Ese poema de Bertol Bretch que dice que quienes luchan toda la vida son los imprescindibles, yo creo que él era uno de esos, sin duda», recalca.

En las horas previas a su muerte, la partida inminente de Andrés Aylwin provocó que un grupo de personas improvisaran una velatón frente a su casa, en la comuna de Providencia, acompañándolo en su despedida. En redes sociales, muchos le dieron las gracias y se encargaron de ir contando a otros -sobre todo a los más jóvenes, que en su mayoría desconocían su historia- quién era realmente el abogado que fue capaz de firmar junto a 12 militantes de la DC una misiva que rechazó el golpe y el derrocamiento del gobierno democrático de Salvador Allende.

Y no sólo eso, recuerda Lorena. Hoy su hazaña crece de la mano de los testimonios de quienes recuerdan haber recibido su ayuda en los momentos más oscuros, una preocupación que mantuvo una vez retornada la democracia: «En los años de la dictadura fue relegado y exiliado, pero también, posteriormente, como abogado defensor fue perseguido. Él arriesgó su vida y le significó represión. Cuando se inicia la transición democrática uno pensó que él se iba a ubicar en el espacio donde se ubicó la inmensa mayoría de quienes tenían más poder, más vínculos, pero él se ubicó del lado de la defensa de los derechos humanos. Nunca claudicó. Cuando digo que murió un imprescindible, de verdad lo creo».

Carmen Hertz: «Él me acompañó durante todos esos días»

Corrían los últimos días de octubre de 1973. La abogada y actual presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, Carmen Hertz, acababa de enterarse del asesinato de su esposo, el periodista Carlos Berger y otros de sus compañeros en Calama, en manos de la Caravana de la Muerte.

Desesperada porque las autoridades militares se negaban a entregar sus cuerpos, Hertz volvió a Santiago y Andrés Aylwin fue la primera persona a la que le pidió que le ayudara. Apenas había transcurrido poco más de un mes desde la irrupción de los militares en el poder.

«Él me acompañó durante todos esos días, todos los días, hasta que yo viajé a Buenos Aires con Germán (su hijo, quien tenía apenas once meses de vida). Con él hicimos todo tipo de gestiones para intentar que entregaran el cuerpo de Carlos, con la Cruz Roja, con sus hermanos, con el presidente del Colegio de Abogados que en ese momento era Alejandro Silva Bascuñán, hasta con Jorge Alessandri hablamos en ese momento. Me acompañó a la embajada Sueca, en fin. Estamos hablando de octubre de 1973, fue de inmediato», relata la diputada.

La abogada recuerda con claridad los casos que él llevó adelante. Por ejemplo, la representación de los familiares de los campesinos de Paine asesinados, un hecho que lo conmovió tanto que llegó a llorar de impotencia ante los jueces y el público. O también «la investigación que hizo Carlos Cerda durante los 80 del Comando Conjunto, donde Andrés fue abogado querellante. Fue relegado, más encima estuvo afuera, en el exilio», señala.

A juicio de Hertz, Aylwin era realmente «un tipo fantástico, toda la vida con una humildad enorme, una de las personas más decentes que he conocido en mi vida. Era de esas personas animados solo por las convicciones, así fue siempre, un tipo de persona que no se da ahora por la sociedad que hemos construido. Completamente al servicio de los demás, siempre».

«Él estuvo siempre al lado del movimiento de derechos humanos, con todas las arremetidas que hubo durante la transición a favor de la impunidad. Fue un luchador contra la impunidad«, añadió la diputada comunista.

La parlamentaria, quien también cuenta con una trayectoria en defensa de los derechos humanos, asegura que habló con él dos días antes de que cayera inconsciente. «Estaba enterado de todo, me dijo que estaba muy contento por lo que estaba haciendo. Siempre estaba estimulándote, incluso solo 48 horas antes de que cayera inconsciente, apenas podía hablar además. Pero quiso conversar y estaba al tanto de todos los acontecimientos».

La abogada que llegó a rendirle homenaje al ex Congreso Nacional enfatiza que el relato de Andrés Aylwin se ha invisibilizado con los años: «Las personas que han luchado por la verdad, la justicia y la construcción de la memoria colectiva siempre han sido invisibilizadas por intereses muy poderosos. Andrés estuvo siempre en función de algo colectivo. Yo diría que la palabra dignidad es lo que más lo refleja, porque involucra muchas cosas: la decencia, el coraje, la bondad, todo eso que tenía Andrés», cierra.

«Llevé mi cartel para darle las gracias»

Ximena Depaux comenzó a militar a los 13 años en la Democracia Cristiana. Se inscribió junto a su padre y mantiene recuerdos desde entonces de Andrés Aylwin, con quien compartió los aniversarios del partido en Melipilla, donde vivía su familia. Por esos años, nunca imaginó que más tarde, ese mismo señor delgado y de cabello canoso le devolvería su libertad.

Corría el año 86 y Ximena trabajaba como profesora de Educación Básica en la localidad de María Pinto. Se vivía el llamado a una marcha pacífica contra la dictadura y en medio de ese escenario, un compañero de partido se le acercó y le contó que no había alcanzado a tirar todos sus panfletos y no sabía qué hacer. «En ese tiempo era muy difícil conseguir materiales y panfletos para pegar en las paredes. Teníamos que hacer mucho sacrificio para eso», recuerda.

La docente, quien sufría de amigdalitis por esos días, debía viajar a Santiago para ir al médico así que se ofreció a lanzarlos. «Pero tendrías que tirarlo por acá en Melipilla, porque no sirve de nada tirarlos en el camino», le advirtió su camarada. Entonces llenaron su mochila de panfletos y Ximena se subió al bus al otro día. Se sentó en el último asiento, contrario al chofer, y comenzó a tirar un montón de afiches por la ventana apenas se inició el recorrido.

Sin embargo, cuando el bus estaba por doblar camino a la capital, Depaux lanzó otro manojo de afiches con muy mala suerte. «Justo me pilla un paco de civil en bicicleta, que recibió todos los panfletos. Persiguió el bus, lo hizo parar, empezó a revisar. como era en ese tiempo, uno tenía que mostrar todas sus cosas. Yo me quedé ahí no más porque ya no tenía posibilidades de nada, no podía esconderme ni botarlos. Cuando abrí la mochila me dijo ‘ya, vamos’. Yo alcancé a decirle a unas monjas mi nombre y que avisaran», recordó.

Primero la llevaron a una comisaría en Melipilla, donde un carabinero la golpeaba con una luma en su estómago. Cuando le volvieron a mostrar la mochila, no sólo habían afiches: también contenía un cuaderno con una especie de plano que no era suyo. «Me preguntaban por el cuaderno, yo decía que no era mío y ahí era cuando más me pegaban», añade.

Aunque estando detenida reconoció a un médico que era cercano a su hermana y le pidió que le avisara a su familia, él nunca la ayudó. Pasó todo el día en el cuartel y luego fue trasladada en furgón a Santiago, a una subcomisaría en la comuna de Independencia. No durmió esa noche producto del miedo: la amenazaban constantemente con unos calabozos que se encontraban detrás del lugar. Todo cambió cuando una de las mujeres de la Clínica Dávila, quien visitaba en el lugar a una de sus amigas, le ofreció enviar un papel para pedir ayuda. Ella se lo hizo llegar a Raúl Carter y Andrés Aylwin llegó rápidamente a asistirla.

«Ahí estuve 4 días hasta que me trasladaron a la Cárcel de San Miguel. Ahí una estaba más tranquila, porque sabías que no te iban a llevar a otro lado. Ahí había una parte especial para las presas políticas, que me recibieron, me contuvieron y ahí estuve 98 días. Yo jamás había estado detenida. Don Andrés y su hijo Pedro me iban a ver todos los días. Se hicieron cargo de mi caso», recuerda Ximena Depaux.

La profesora recuerda que Aylwin le comentó, en su estilo, el grave error que cometía la jueza al no dejarla en libertad. «Me dijo: ‘¡Tonta la señora, po! Porque ya va a llegar la democracia y ella va a querer estar ahí trabajando'», contó. Esa vez, ordenaron consulta a la Corte de Apelaciones para revisar su caso.

«Entonces él, con el panfleto en mano, me defendió en la Corte de Apelaciones. Dijo: ‘¿Cómo es posible que se encarcele a alguien si llama a una protesta pacífica, quien puede estar en contra de la paz?’ Ahí me dieron la libertad después de 9 días. Él inscribió mi caso en la Vicaría de la Solidaridad», describe Depaux.

Años después, la hija de Ximena le recomendó que inscribiera su caso en la Comisión Valech. Ella sentía que no era necesario, que otros habían enfrentado cosas peores. Pero finalmente se decidió a dar su testimonio, que fue corroborado por los datos entregados por Aylwin a la Vicaría.

«Gracias a eso me reconocieron en la segunda lista de la Comisión Valech. Él estuvo presente en muchas épocas bonitas y en otras oscuras, de gente de Melipilla, de Paine y tantas partes que representó como diputado». Por eso, cuando se enteró de su muerte el pasado lunes, Ximena llegó hasta el Ex Congreso para despedirse. «Llevé mi cartel para darle las gracias por mi libertad», cierra.

«¿Cuántos comunistas ha defendido usted?»

El 13 de enero de 1978, el abogado fue detenido junto a un grupo de 12 militantes de la falange, por órdenes de Augusto Pinochet. «Los DC que enfrentábamos la dictadura éramos muy pocos, era básicamente la gente que seguía al grupo de los 13. Nos vinculábamos a través de la Comisión Chilena de Derechos Humanos y ese tipo de ambientes. Estábamos siendo seguidos», recuerda el sociólogo Juan Claudio Reyes, quien por entonces dirigía el CORREME (Comisión Reorganizador del Movimiento Estudiantil).

Mientras se preparaban para dar apoyo a los dirigentes sindicales que convocaban a paro nacional, un contingente de CNI y PDI irrumpieron en la oficina donde estaban reunidos. «Había un trato diferenciado, nuestra detención fue con mucha prensa, lo cual era una cierta seguridad de que uno no iba a desaparecer. Cuando nos bajaron del ascensor, Andrés salió gritando: ‘¡Esto lo hacemos por Chile!’. Eso nos motivó a todos y esa era la esencia de su personalidad», describe.

Los detenidos, incluido Andrés Aylwin, quien superaba los cincuenta años, fueron llevados a una aldea aymara llamada Guallaitire, a 4.500 kilómetros de altura en la frontera con Bolivia, donde permaneció relegado entre enero y marzo de 1978: ahí sufrió la puna y el frío y se salvó solo gracias a la gestión de un sargento de Carabineros que insistió hasta que lo trasladaron a un pueblo cercano, en Molinos.

Algunos pasajes de esa experiencia están descritos por el propio Aylwin en el libro «8 días de un relegado», donde incluso relata uno de los interrogatorios que vivió: «¿Cuántos comunistas ha defendido usted»?, le preguntaron en esa ocasión. «Soy abogado», respondió, aunque su interrogador insistió: «Pero por algo los comunistas lo buscan a usted como abogado». Entonces, el detenido le precisó que «a veces porque no existe otro profesional que quiera defenderlos. Toda persona tiene derecho a alguien que lo defienda».

Juan Claudio Reyes recuerda que, cuando llegaron a Guallaitire, el día 15, hacía un frío del demonio. «Los tres carabineros que estaban tan relegados como nosotros nos esperaban con un picante de llama y un café, pero Andrés se para como siempre, con su andar quijotesco y les dice: ‘mire, los que me han mandado hasta aquí tendrán que buscar mi cuerpo porque me declaro en huelga de hambre’. Yo, que venía cagado de hambre pasé buena parte de la noche convenciéndolo de que no lo hiciéramos».

Los habían dejado en una sala vacía, sin ninguna banca disponible para dormir ni menos algo con qué taparse de las temperaturas bajo cero. Sin embargo, apunta Reyes, «lo único que lo convenció de suspender la huelga de hambre era la posibilidad de comunicarnos con los relegados de otros pueblos y así pudimos volver a comer al otro día. Te lo digo porque eso muestra cómo era Andrés, de una integridad superior».

El sociólogo, quien compartió esos días de prisión junto al abogado, recalca que él «empezó a presentar recursos de amparo al otro día del golpe y a buscar la integridad jurídica de sus adversarios». Porque, hasta ese momento de la historia, Aylwin había sido diputado de oposición al presidente Salvador Allende.

«Él sale a defender a sus opositores, sin ninguna otra consideración que el valor superior de los derechos humanos. Eso no lo tranzó nunca. Dicen que presentó cerca de 7 mil recursos de amparo en todo el periodo», señaló Reyes. De hecho, la Vicaría de la Solidaridad prestó atención jurídica a más de cuarenta y cinco mil personas, además de patrocinar más de nueve mil quinientos recursos de amparo y de asistir a 92 mil personas.

Además, en octubre de 1973, Aylwin pidió una entrevista con el presidente de la Corte Suprema, Enrique Urrutia, para consultarle sobre las arbitrariedades que se cometían. El juez, partidario de la Junta Militar, le respondió: «Lo que tú no entiendes es que aquí hay una guerra y que si ellos hubiesen obtenido la victoria, estaríamos muertos. Pero ellos no triunfaron».

A juicio de Reyes, para el abogado «era imposible procesar a personas por pensar distinto y en eso fue inclaudicable. Era muy modesto desde el punto de vista humano, no aspiraba a nada que no fuera defender lo que le parecía correcto. Tipos como él es muy difícil ver, muy difícil», apunta. Entonces mantenía una diferencia de edad de más de 30 años con Aylwin cuando ambos fueron relegados. «Yo era un joven idealista que lo miraba como uno de nuestros grandes referentes», reconoce. Su figura creció mucho más tras el tiempo compartido: «Él nunca estuvo en la medida de lo posible, nunca creyó en eso», cierra.

Si tuvo miedo tras su detención y exilio, Aylwin no lo demostró y al regreso retomó su trabajo como abogado de presos políticos y participó en el Comité de Cooperación para la Paz en Chile y la Vicaría de la Solidaridad. Más tarde se convirtió en el presidente de la Agrupación de Abogados Pro Derechos Humanos y luego en director de la Comisión Contra la Tortura, enfrentando a la tiranía y a su propio círculo familiar. Los reconocimientos a su figura vinieron más tarde: premios del Colegio de Abogados, del Servicio Paz y Justicia, de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos, de la Cámara de Diputados y de organizaciones de DDHH. Hasta fue candidato al Nobel de la Paz. Los abogados de su línea fueron pocos: también destacó el trabajo de Roberto Garretón y de Fernando Guarello, quienes anónimamente se organizaron para prestar ayuda en múltiples casos.

«Me involucré con el alma en la tragedia de la detención y desaparición de personas», reconoció en sus entrevistas. Hoy, más allá de los homenajes que le rinden los diversos partidos políticos, su figura recibe la gratitud de todos aquellos anónimos y anónimas a las que asistió en días oscuros, ayudándoles a zafar de un destino incierto, de la tortura, de la muerte y la desaparición. Y todavía hay quienes lo recuerdan por los bombones de cereza con licor que llevaba de regalo en sus cientos de visitas a la cárcel.

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