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Entre libros y archivos quemados: Las bibliotecarias rebeldes contra la dictadura

Por: María Angélica Rojas y José Ignacio Fernández | Publicado: 11.09.2018
Entre libros y archivos quemados: Las bibliotecarias rebeldes contra la dictadura maria eugenia | Foto de María Eugenia Bustamante Sánchez, gentileza Archivo Fotográfico Archivo Central Andrés Bello.
En Puerto Natales una mujer se resiste a entregar sus libros. Es Mercedes Bejarano, Profesora de Historia, Encargada de la Biblioteca Pública N°14 de Puerto Natales. Como en la historia de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, aquellos agentes policiales tomaron el rol de Montag y entraron a destruir la “literatura marxista” por órdenes superiores que en este caso eran de Roque Esteban Escarpa Director de la DIBAM quien por decretos mandó a retirar de todo Chile los “libros prohibidos”, llegando hasta una alejada biblioteca pública en el extremo sur.

 “Y comprendimos cuán invisible es la historia de la rebeldía de las mujeres; en la historia de las luchas que hemos sostenido en contra de nuestra opresión social y cultural.” (Develemos nuestra historia)

Julieta Kirkwood en los ‘80 escribió sobre la invisibilización social de la mujer, sobre como acciones  realizadas por mujeres son vistas como “Excepcionales” si estás tienen notoriedad y no como algo normal. En medio de la guerra de la dictadura contra las mujeres, ellas desarrollaron desde el primer día múltiples acciones de resistencia, que también acontecieron en uno de los campos más arrasados por la dictadura, la memoria y el patrimonio, y que es necesario relevar por la carga ética que tuvieron estas acciones.

En este punto detenemos el tiempo, volvemos a las 10 de la mañana del 11 de septiembre de 1973, nos estremecemos con las últimas palabras del Presidente Salvador Allende por Radio Magallanes, y a lo lejos distinguimos la figura de una mujer bajar de su Ford Mercury y luego saliendo de la Biblioteca del Instituto Pedagógico. Ella era ni más ni menos que María Eugenia Bustamante la directora de la Biblioteca (la más grande de la U. De Chile en ese momento), quien al enterarse del golpe  de estado llegó a su lugar de trabajo, guardó tras una estantería los libros que consideró “estaban en peligro “, y acto seguido llevó en su auto, donde la esperaba su hija embarazada,  a escondidas a varias personas, incluso en el maletero con dirección a Plaza Ñuñoa. Dejaba atrás su amada Universidad de Chile, donde también hizo clases y donde nunca volvió.

Desde la Universidad Católica de Chile cuna de la reacción, donde habitaban civiles cómplices del golpe de estado, se llevaron a cabo otras acciones para cambiar el rumbo de las decisiones iniciales de apoyo a la dictadura. Si el Colegio de Bibliotecarios de Chile (el mismo que antaño se creara por una iniciativa de ley de los senadores Salvador Allende, Volodia Teiltelboim y Edgardo Enríquez), entregó su total apoyo días después del golpe a la “reconstrucción nacional” de la Junta, la misma semana en que se quemaron cientos de libros después del allanamiento de las Torres San Borja. Una década después el Colegio fue presidido por una mujer quien luchó por sus colegas y ayudó a hacer caminar a la orden gremial a contrapelo de la desvergüenza. Testimonios la recuerdan como quien “se acercó a los  colegios profesionales para realizar acciones conjuntas en protestas y declaraciones”, quien apoyó a personas exoneradas.

Esto no era nuevo, pues tiempo antes Marcia Marinovic ya abría su biblioteca en la Universidad Católica cuando le pedían cerrarla durante los paros organizados por la CODE y los colegios profesionales contra el gobierno del Presidente Allende.

En los archivos también se libraron batallas por la memoria. Quien había comenzado su recorrido como archivera en TVN a sus 20 años mientras aún estudiaba Bibliotecología en la Universidad de Chile, pronto se vería en medio de una encrucijada ética. Con el canal intervenido y los militares instalados permanentemente en sus dependencias, Amira Arratia recibió la orden del gerente general de TVN de borrar todo el material relativo Salvador Allende, Pablo Neruda y la Unidad Popular. Para ello le solicitaron todas las fichas descriptivas de estos archivos. Frente a la disyuntiva la joven bibliotecaria-archivera tomó conciencia de que la única forma de encontrar dicho material era a través de las fichas, y que sin ellas, sería imposible para los militares poder dar con el material que querían borrar: “¿cómo voy a borrar esa parte de la historia?”. Gracias a su acción, esas cintas sobrevivieron y fueron material fundamental para preservar la historia y realizar programas como “TVN 40 años. Tu historia es mi historia”: ““Estas imágenes las tenemos que guardar para el nunca más”.

Bibliotecaria de profesión, Alicia Azocar vivió en Antofagasta toda la Unidad Popular, donde residía con sus hijos y su pareja Victor Otero quien era Vicerrector de la UTE en la ciudad, y donde participó activamente de las JAP. Posterior al golpe se quedó con sus hijos en Antofagasta mientras su marido era exiliado y sufrió los allanamientos, la detención y los interrogatorios en el Regimiento Antofagasta. Salió al exilio y retorno en 1980. En 1986 cumpiló un rol desisivo en el intento de tiranicidio en lo que fue la Operación Siglo XX, donde como bibliotecaria del Colegio Altamira fue la fachada administrativa para montar una microempresa de empanadas en el Cajón del Maipo desde donde se preparó el atentado a Pinochet.

En Puerto Natales una mujer se resiste a entregar sus libros. Es Mercedes Bejarano, Profesora de Historia, Encargada de la Biblioteca Pública N°14 de Puerto Natales. Como en la historia de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, aquellos agentes policiales tomaron el rol de Montag y entraron a destruir la “literatura marxista” por órdenes superiores que en este caso eran de Roque Esteban Escarpa Director de la DIBAM quien por decretos mandó a retirar de todo Chile los “libros prohibidos”, llegando hasta una alejada biblioteca pública en el extremo sur.

Mercedes sufrió por esta osada resistencia y su amor a los libros la venganza militar. Fue secuestrada y torturada, el caso es parte del Informe Valech, pero su historia de resistencia se quedó para siempre en nuestras conciencias y en nuestros corazones, como una muestra de la ética y el amor hacia los libros.

Estos relatos no son casuales, ni son pocos, hay muchas mujeres que se atrevieron a cambiar la historia tomando roles protagónicos desde la cultura en este caso bibliotecas y archivos, no es “excepcionalidad”, la historia debe romper un silencio cómplice aceptado por años.

 

Fotografía de Koen Wessing

Fuentes:

  1. Julieta Kirkwood. Tejiendo rebeldías: escritos de Julieta Kirkwood. CEM La Morada, 1987.
  2. La heroína que salvó las imágenes de la dictadura. La Nación, 29 de noviembre del 2009.
  3. La historia de Alicia Azócar, la respetable señora que sirvió de fachada para el atentado a Pinochet. El Desconcierto, 7 de septiembre del 2018.
  4. El golpe al libro y a las bibliotecas de la Universidad de Chile: limpieza y censura en el corazón de la universidad. Rojas, Maria Angélica. Fernández, José Ignacio. Ediciones UTEM, 2015.
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