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Crónicas de una infiltrada XII: Vivir, disfrutar y seguir cambiando

Por: Alessia Injoque | Publicado: 21.09.2018
Crónicas de una infiltrada XII: Vivir, disfrutar y seguir cambiando alessia |
Siempre fui una persona individualista, convencida de que la sociedad me daría la espalda si se enteraban de mi secreto, así que también le di la espalda. Ya conectada conmigo misma pude conectarme con los demás, pude sentir en carne propia el dolor de las personas excluidas y discriminadas en el mundo de la diversidad sexual, siendo por fin parte del grupo de mis amigas pude escuchar sus historias, empatizar con ellas y me volví feminista, conocí niveles de carencia que no imaginaba y descubrí lo que significa la falta de oportunidades.

Después de mi salida del clóset pasé una noche tranquila. A la mañana siguiente desperté con entusiasmo, mi única preocupación era qué ponerme y me generaba un poco de ansiedad qué pensarían los demás cuando me vieran.

El primer saludo de cumpleaños fue el de Cossete, con un beso y un abrazo me regresó la calma que me hacía falta para caminar esa pasarela de entrada al trabajo mientras todos los ojos estaban sobre mí.

Me maquillé cuidando cada detalle, saqué la ropa de trabajo, esa que con entusiasmo había comprado para la ocasión hace semanas, y partí hacia la oficina.

Por allá las últimas 24 horas habían sido una locura. El chisme había recorrido toda la empresa y todos estaban atentos a mi entrada. Las preguntas más frecuentes eran ¿cómo se verá? ¿cómo se irá a vestir?

Al llegar entré con algo de nervios, bastante timidez, pero mirando de frente y sin esquivar la mirada. Llegando a mi sitio me sorprendieron, había una docena de compañeros de trabajo esperándome con globos, un peluche y los abrazos de cumpleaños no esperaron ¿pueden imaginar tanto cariño? habían anticipado mi vulnerabilidad y me estaban cuidando, imaginando mi timidez hicieron lo posible para que me sintiera cómoda.

–Así comenzó mi vida como Alessia–

Los siguientes días fueron algo extraños. Ante grandes cambios nuestro cerebro tarda en habituarse, y así, cada mañana al despertar, redescubría que ya era Alessia y volvía a festejar la libertad.

En la oficina las cosas fueron extrañas por algunos días, hubo algunas confusiones de nombre y, tengo que confesar, hasta yo me equivoqué con mi nombre un par de veces; algunos se enredaban entre darme la mano o saludarme de beso, pero las cosas fueron decantando solas y dejaron de ser tema en breve. Después de todo, el trabajo no nos espera y, de forma independiente de lo que cada persona creyera, teníamos que resolver problemas en equipo.

Unos días después todo regresó a la normalidad y ya con todo en calma publiqué en redes sociales:

Hoy fue un día común y corriente, trabajo, reuniones, lo de siempre. Pero hoy soy Alessia y soy feliz.

Sin embargo esa tranquilidad duró poco.

Me preparé un año para salir del closet en el trabajo enfocada en que, terminada la turbulencia que acompaña los cambios, podría regresar a mi vida tranquila –ese era el plan–. Con lo que no conté fue que unas semanas después me contactarían para dar una entrevista en la revista Qué Pasa ¿qué hago?

—Siento que la vida me dijo: eso que tanto pedías, pues ¡toma! Ahora ¿qué vas a hacer con eso?; todavía no sé, parece que romper prejuicios.

Así comencé a conversar con Nicolás Alonso sobre mi vida, mi trabajo, mi tránsito, mis miedos y mis sueños. Durante esas conversaciones yo imaginaba mi historia en alguna sección de curiosidades o, en el mejor escenario, como una historia bonita en un par de páginas… pero me equivoqué. El día anterior a la publicación Nicolás me escribió:

Hola Ale, ya estamos listos. En opinión de todos acá, quedó muy bonito ¡Ojalá te guste!

(Vas de portada) (y eres probablemente la primera persona no vinculada al poder que va de portada de Qué Pasa en 45 años).

(Y te ves linda, tranquila).

Tuve que leer varias veces ese texto para creerlo y, aun así, tuve que ver la portada impresa al día siguiente antes de poder contar la noticia. Ya con la revista en mis manos no pude evitar las lágrimas, pasé todo un año transitando con miedo y expectativas muy humildes esperando, ojalá, encontrar tolerancia y espacio para poder recuperar la confianza que perdería al salir del closet; pero me sorprendieron, encontré en mi trabajo cariño e inclusión y, de repente, alguien creyó en mí, en mi historia, la redactó de una forma hermosa y terminé en la portada de una revista.

Y ahí fue que comenzó esta nueva etapa de mi vida. Les aseguro que cuando estudias ingeniería y trabajas en sistemas no estás planeando ser portada en una revista, menos lo que vino después.

Las semanas siguientes estuve en diferentes programas de radio y televisión contando sobre mi vida y hablando sobre la Ley de Identidad de Género, fui portada del diario La Cuarta (diario popular) y mi historia llegó hasta América Economía. Los meses siguientes me invitaron a hablar a universidades, colegios y marchas, me instalé en redes sociales y, en época de elecciones, comencé a escribir columnas de opinión.

De una vida planificada y estructurada pasé a decidir sobre el momento, tomar riesgos y, en lugar de planificar, acepté que me tenía que subir a la ola y esperar que me lleve a buen puerto ¿De dónde me surgió tanta energía? ¿Por qué cambié tanto ese plan original según el cual, después de mi tránsito, yo iba a tener una vida tranquila?

Cuando pienso en mi vida, sin duda, encuentro logros académicos, profesionales y proyectos exitosos que me llenaron de satisfacción, pero nada me llena tanto como todas las actividades relacionadas al activismo en las que he estado involucrada estos años.

Cambié mucho en poco tiempo.

Pasé de centrarme en qué hago a enfocarme en quién soy; la comodidad material, pasó de ser mi foco exclusivo a ocupar un lugar secundario respecto a la satisfacción que me genera tocar la vida alguien más, que ahora es mi principal motivación; mi discurso racional pasó a ser un discurso testimonial y empático. Veo al mundo con otros ojos.

Siempre fui una persona individualista, convencida de que la sociedad me daría la espalda si se enteraban de mi secreto, así que también le di la espalda. Ya conectada conmigo misma pude conectarme con los demás, pude sentir en carne propia el dolor de las personas excluidas y discriminadas en el mundo de la diversidad sexual, siendo por fin parte del grupo de mis amigas pude escuchar sus historias, empatizar con ellas y me volví feminista, conocí niveles de carencia que no imaginaba y descubrí lo que significa la falta de oportunidades.

Pero lo que más me motivó, que creo que es lo que nos motiva a todos los adultos respecto a las próximas generaciones, así como a los padres respecto a sus hijos, es pensar que puedo hacer algo para cambiar las cosas.

Tal vez, en un futuro, una Alessia vuelva a nacer.

Y quiero para ella un mundo donde sea querida y reconocida por padres que se sientan orgullosos de cada parte de su esencia; que pueda expresarse y vestirse de todos los colores, jugar con sus amigas, ir a pijamadas y pintarse las uñas; que se dé el gusto de maquillarse, ponerse un vestido hermoso, salir de fiesta, perderse en la música y bailar con libertad hasta el día siguiente; que pueda enamorarse sin secretos, besar sin titubeos, desnudarse sin vergüenza y amar intensamente.

Quiero que derribemos las barreras imaginarias que hoy nos separan, una sociedad donde podamos soñar sin miedos ni límites y donde entendamos que esto no se trata sólo de diversidad sexual, sino sobre esta concepción antigua que tanto ha inspirado a pensadores que creen en la democracia, que una sociedad donde todos podemos desarrollar nuestros proyectos de vida en libertad es un mejor lugar para vivir, no sólo para las personas trans, sino para todos.

Alessia Injoque