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Opinión

Frente al negacionismo y el fascismo: Más democracia

Por: Marcos Barraza | Publicado: 23.10.2018
Frente al negacionismo y el fascismo: Más democracia José Antonio Kast |
No debe haber por parte de las y los demócratas, margen alguno que permita que esta escalada de manifestaciones logre instalarse como una verdad opcional, como un otro punto de vista, como un relato legitimado sobre la base de la reiteración.

“Una mentira contada una vez sigue siendo una mentira, pero contada mil veces se convierte en verdad”
Joseph Goebbels

Se ha venido instalando en nuestro país, durante estos últimos años, un ruido subterráneo que poco a poco ha empezado a emerger a la superficie, lo que se sostenía con vergüenza en determinados espacios reservados, domésticos y círculos privados, hoy se escucha a través de diversos medios y por diferentes actores, construyendo un relato que pretende, sobre la base de la reiteración, convertirse en una verdad. El negacionanismo de las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas bajo la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, ha ido en el presente tomando diversas formas, algunas absurdas y descaradas, otras sutiles pero muy ofensivas, las que a la larga configuran una orquestada distorsión de la verdad que a nuestro país tanto le ha costado reconocer y reparar.

Chile no está ajeno a los devenires del mundo contemporáneo, es así como somos permeables también a los flagelos que se asoman sobre los pueblos, la irrupción de nuevas formas de fascismos y nuevos relatos revestidos de verdades, que buscan reescribir nuestra memoria común y colectiva, se yerguen como una amenaza real y cercana. De esta forma asistimos hoy a los tiempos de la postverdad, un mecanismo de distorsión de la verdad, que se confunde en el frenético flujo de los relatos que circulan mediante los medios de comunicación y redes, potenciados por las nuevas tecnologías, que en su origen fueron promesas de grandes consensos para la humanidad pero que hoy se instrumentalizan en función de intereses mezquinos e intencionados, que buscan trastocar las memorias sobre la base de pseudoverdades y falsificaciones, para servir a propósitos contrarios a los valores que cimentan la democracia y la justicia en su sentido más amplio y profundo.

El conjunto de artículos, declaraciones, testimonios, homenajes, afirmaciones y acusaciones a las que hemos venido asistiendo recientemente, en donde se busca explicita o soterradamente, pero siempre deliberadamente presentar a los victimarios como víctimas, al dictador criminal como noble patriarca abrumado por la soledad de su cargo, a denominar a las masacres guerras, a los ofendidos como ofensores, a los luchadores como criminales y a los criminales como héroes, es una estrategia sistemática sostenida por la derecha y el pinochetismo.

En este escenario, no debe haber por parte de las y los demócratas, margen alguno que permita que esta escalada de manifestaciones logre instalarse como una verdad opcional, como un otro punto de vista, como un relato legitimado sobre la base de la reiteración. Es deber de la sociedad en su conjunto, expresada a través de sus diversas organizaciones y representaciones, manifestar el más profundo rechazo a este intento de reescribir nuestra historia, de sentar por medio de la falsificación la posibilidad de la impunidad.

Abrir la puerta de la exculpación o liberación por mecanismos administrativos y en base a la reinterpretación histórica de los criminales de lesa humanidad no sólo significaría un retroceso respecto de la justicia, sino que ahondaría las heridas aún no cerradas de nuestra sociedad, al mismo tiempo que nos despojaría del valor fundamental sobre el que debe sostenerse nuestra democracia, la confianza en la verdad, la justicia, la libertad y la igualdad.

Es un imperativo ético y moral que las organizaciones políticas y sociales reafirmen su compromiso con la verdad y memoria colectiva, radicada en el seno de nuestro pueblo como un activo de dignidad e integridad, a la vez de rechazar los intentos de relativizar los terribles hechos que significaron el dolor y padecimiento de cientos de miles de compatriotas en los 17 años de dictadura cívico-militar, intentos que sobre la base de la distorsión y el negacionismo pavimentan el camino a expresiones de intolerancia peligrosas para la democracia, como lo es el fascismo y la extrema derecha, que hoy amenaza a Chile y América Latina.

La democracia y sus principios no se transmiten a las actuales y nuevas generaciones de manera espontánea, por ello, es un deber convocar a todos y todas las demócratas de nuestro país y países hermanos a impedir el ultraje a la memoria y a reafirmar el compromiso en los valores de la verdad y la justicia.

Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro.

Marcos Barraza