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El grito de Cheril Linett, la artista que sacó a la yeguada latinoamericana a denunciar la violencia a la calle

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 09.11.2018
El grito de Cheril Linett, la artista que sacó a la yeguada latinoamericana a denunciar la violencia a la calle Yeguada latinoamericana, Cheril linett. | Foto: Lorna Remmele.
Con la calle, una marcha o el frontis de una institución como escenario, la artista visual y de performance Cheril Linett ha desplegado una propuesta que encarna la denuncia de la violencia que viven las mujeres a diario, en manos de otros hombres, de los policías y de la justicia patriarcal que no las protege. Su obra completa sacude la normalización del abuso: «Ha sido mi modo de desahogo, como un grito», explica la creadora de la yeguada latinoamericana.

Cheril Linett (30) camina entre la gente con una cola de yegua colgando de su trasero. Es julio de 2017 y en Santiago se despliega la marcha «por el orgullo de ser tú mism@», que agrupa a la comunidad LGBTIQ+. Cheril, de cabello rubio y ojos claros no está sola: un grupo de chicas con colas de yegua la acompañan, se mueven en silencio y se instalan frente a un grupo de carabineros. Todas visten igual.

Mirando fijo a los policías, las mujeres se levantan el vestido y muestran el culo. Las colas de yegua saludan a la multitud, mientras ellas se inclinan sosteniendo el contacto visual de los uniformados. La gente explota, aplauden emocionados: «¡Qué perra, qué perra, qué perra mi amiga!», corean mientras los funcionarios policiales lucen incómodos, sin entender nada.

En YouTube, usuarios vomitan ante el registro visual de la acción performática. «Lindos culitos», opina uno mientras otro se pregunta: «¿Y qué ganan aparte de mostrar la raja de lesbianas?». Algunos van más lejos: «Hay que inseminarlas para que se queden tranquilas…»

La intervención volvería a repetirse en las calles de la capital, aumentando el interés y el morbo por la «yeguada latinoamericana». Primero fueron identificadas como un colectivo de mujeres artistas y en octubre pasado, Canal 13 publicó un reportaje en su noticiero central con el título «Quiénes son las yeguas latinoamericanas«. Ahí apareció Cheril en TV abierta y fue definida como fundadora del grupo, aunque realmente se trata de la artista que idea, planifica y ejecuta junto a sus compañeras una serie de acciones, con herramientas de las artes escénicas y visuales.

Retrato de Cheril Linnet. Foto: Lorna Remmele.

Cheril creció entre la casa de sus abuelos en La Pincoya y la casa de sus padres en La Florida. Cuando niña iba a un colegio en La Legua llamado «Espíritu Santo», según cuenta entre risas, el que tenía una capilla adentro. Todos esos escenarios fueron su objeto de observación durante años. «El principal referente que he tenido es la realidad misma», precisa.

Cuando adolescente desaparecía días enteros conociendo a gente en casas o espacios habitados por drogaditos. Necesitaba experimentar y observarlo todo, algo que parecía imposible sin ver «esa crudeza de la vida que queda más relegada a lo marginal». Todo lo hacía sin permiso, aunque no por mera rebeldía: «Sentía que en algún momento igual iba a hacer algo con esto, pero necesitaba observar. En las performances siempre estoy plasmando estos distintos lugares».

Sus intervenciones comenzaron en 2015. Tenía 18 años la primera vez que presenció una y estudiaba Licenciatura en Artes en el Pedagógico. Nunca había experimentado algo igual: «Me llamó la atención cómo ella ocupaba su cuerpo, veía en sus ojos un estado en el que se notaba muy afectada por la acción», recuerda. Más tarde estudió Teatro y durante su carrera descubrió el legado de Antonin Artaud y el Teatro de la Crueldad. Entonces supo que por ahí iba.

«No quería dedicarme a actuar, sino que siempre quise crear. Empecé a hacer performance con mi biografía, desde el lugar más honesto donde podía empezar», cuenta.

Aunque parezca impensado por la apelación constante de su trabajo, el abuelo paterno de Cheril fue carabinero y de él heredó uniformes reales que a veces usa en sus performances. También es uniformado otro de sus tíos: «Así como me enfrento a los carabineros en mi trabajo fue como tuve que enfrentar a mi familia», resume.

Hace un tiempo se encontró con su tío en medio de la performance de la «Banda de guerra» de las yeguas. Él miró y le sonrió nervioso, apenas le hizo un gesto: «Estábamos en bandos contrarios, a ellos les ha costado entender por qué estoy haciendo esto. Creen que lo hago por llevar la contra. Ya saben que hay temas que no pueden hablar frente a mí porque fui silenciada durante años con eso de que los niños no hablan mientras los adultos conversan. Me infantilizaron durante mucho tiempo», reflexiona.

Ahora hay temas que saben que es mejor no hablar frente a ella. Cheril cree que es «porque ahora respondo y manifiesto lo que pienso».

Yeguada Latinoamericana. Foto: Lorna Remmele.

Yeguas y colas: las bestias que desafían al poder

Cheril apunta al sentimiento de impotencia ante la injusticia como su motor de creación: «Creo que siempre he estado enojada», se sincera. «Todo me ha ido afectando, el conocer la historia de este país, la dictadura, las violaciones a los derechos humanos que se están viendo todo el tiempo. Mujeres golpeadas, femicidios, todo esto fue generando una rabia que persiste en mí», añade.

A través de un lenguaje propio, la artista ha aprendido a expresarse en torno a su biografía. Hoy siente que ninguna de sus obras está acabada, que cuando esté muerta será cuando estas acaben. Pero en su apuesta en el escenario -que a veces es la calle, una marcha, el frontis de la PDI o de La Moneda- sus acciones encarnan la denuncia social, destapan una rabia que evidencia el peso de la injusticia histórica sobre las mujeres y que sacude al espectador ante la normalización del abuso.

«Ha sido mi modo de desahogo, como un grito», explica la artista que comenzó invitando a trabajar a sus amigas cercanas. Luego ellas empezaron a traer nuevas amigas y se conformó un grupo estable, integrado por Fernanda Lizana, Isidora Sánchez, Camila Poduje, Fernanda Vargas y Jennifer Concha, quien colabora en la escritura. Cheril las cita a reunión en su casa, que es el centro de trabajo y hasta de inicio del recorrido de algunas de sus performances. Luego les presenta la propuesta, los bocetos y ellas opinan.

«También me ayudan y a veces se compran con su plata lo que cada una usa. Vamos conversando, estudiamos y debatimos los temas que trabajamos. A las chiquillas les hizo mucho sentido el discurso que se está levantando por medio de las acciones y hemos ido aprendiendo juntas, tenemos una buena comunicación por las herramientas aprendidas de las artes escénicas», describe.

Hijos ilegítimos. Foto: Lorna Remmele.

En medio de una conmemoración del 25 de noviembre -Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres- el grupo llegó con coronas de flores y los calzones abajo a instalarse en el frontis de La Moneda. «Oye, se te cayeron los churrines», les gritaban, mientras otros asociaban la propuesta al abuso sexual y a la violencia contra las mujeres.

Como acostumbran en cada una de sus intervenciones, ellas no abrieron la boca. Ni siquiera para explicarle algo a los funcionarios policiales, que a los pocos minutos comenzaron tomarlas desde el suelo para retirarlas a la fuerza del lugar. La intervención policial completó la obra de Cheril.

«Hay estrategia siempre. Los pacos al final terminan colaborando con las acciones. El 25 de noviembre quería lograr esa imagen de los pacos sacando mujeres muertas desde el frontis de La Moneda. Le dije a las chiquillas que después de tenderse en el piso estuviéramos inmóviles, sin responder nada. Siempre les digo que los ignoren, que prioricen siempre la acción. Como estábamos así y no hablábamos, procedieron a sacarnos», relató.

Ese día se las llevaron al retén y luego a una comisaría, donde las mujeres pasaron cerca de 7 horas detenidas. No importó: había sido parte del plan.

25 de noviembre. Foto: Gonzalo Tejeda.

Las yeguas parecen haberse apropiado de la obra de Cheril, liderando la confrontación hacia el poder y el abuso, donde la policía y sus instituciones son un símbolo. Ella explica que «hay una cuestión histórica con el uniforme, los militares, las violaciones a los derechos humanos y todo lo que se va sabiendo de esas instituciones, con robo, corrupción, sobresueldos, jubilaciones tan elevadas».

En «Yeguada Latinoamericana», la artista aprovecha de cuestionar el proceso histórico de colonización, el rol jugado por la iglesia y «todas las instituciones que han perpetuado la violencia hacia los pueblos, por medio de su poder». La apuesta alude a la llegada de los conquistadores con equinos como armas de guerra.

«Eran grupos de yeguas, de ahí el nombre yeguada. Y yo ahora lo veo así por la hermandad que se ha generado en estas acciones, el entorno entre quienes vamos accionado siempre es muy cálido, se genera mucho amor entre nosotras. Sabemos que estamos desafiando varias cosas a la vez y eso nos hace tener mas fuerza», declara la artista.

Cheril creó la figura de una mujer yegua y bestia tras una experimentación corporal. «Lo pensé como una bestia desafiando a los hombres, al patriarcado, a la autoridad», apunta, asegurando que su crítica se extiende también a la «esclavitud» en la que la institución policial mantiene a caballos, yeguas, perras y perros.

«Tampoco me interesa la esclavitud de los hombres»

Aunque durante años tuvo una inclinación política hacia la izquierda, Linett asegura que desde temprana edad se siente anarquista. Sin ánimos de representar a una patria ni a un partido, insiste en que «mi cuerpo es mío, nuestro cuerpo es nuestro, solo me puedo presentar y representar a mí misma. Eso me pasa cuando leo muchas personas que dicen: ‘Ustedes no me representan'».

Cheril asegura que al igual que a sus compañeras, la violencia machista la ha atravesado durante toda su vida. «Mi trabajo biográfico partió de ahí: del hecho de vivir agresiones y abusos por el hecho de ser mujer. Cuando empecé a atreverme a contar lo mío me di cuenta que alrededor todas las mujeres habían sido víctimas de acoso, abuso, violación. Es un problema constante, demasiado perpetuado».

Gloriosas. Foto: Nicole Kramm.

La tendencia de silenciar a las mujeres cuando hablan -así como de cuestionar sus relatos- le da rabia a Cheril. Cree que la gente no se da cuenta del daño que eso provoca: «Como corporalidad femenina, siempre quedamos relegadas a esta posición subalterna, yo la he sentido desde siempre, hasta en los mismos ambientes del arte», asegura.

Ya se ha topado con ellos: aunque los tiempos que corren han abierto más espacios para las artistas, también hay hombres que «se creen muy deconstruidos pero igual tienen ese piropo o esas otras intenciones. Yo no me relaciono mucho con hombres porque para mí es necesario tener confianza con las personas con las que trabajo. Trato de ser cuidadosa, por lo que he escuchado de artistas mayores yo sola me quise ir protegiendo».

Aunque se considera feminista, Cheril puntualiza sus matices: «Hay una frase que dice ‘prefiero estar con las putas que con la yuta’. Hay mucho discurso abolicionista en cuanto al tema del trabajo sexual y no estoy de acuerdo. Me siento del lado de las putas, me siento feminista pero desde mis propias prácticas e ideas».

La artista precisa que en su trabajo le interesa «luchar contra el patriarcado, pero no por una cuestión de igualdad, porque tampoco me interesa la esclavitud de los hombres ni de nadie en este sistema capitalista».

Mientras caminan a paso firme, las yeguas se ríen de los comentarios que le lanzan en las calles, intentando menospreciar y denostar sus cuerpos. Cheril enumera algunas observaciones callejeras: «¿Quién se va a culear a esa? ¿Cómo se atreven a mostrar el poto lleno de celulitis?». Y responde con otra pregunta: «¿Cómo se sienten con el derecho de referirse a nuestro cuerpos así, catalogándolos, opinando sobre ellos? A nosotros no nos interesa lo que digan. Es lo que pasa cuando nuestro cuerpo no está a disposición del deseo masculino o de su placer».

Gloriosas. Foto: Nicole Kramm.

La teta que calma y contiene

Como parte de la deconstrucción de su identidad y familia, Cheril invitó a su mamá a participar de sus acciones e ideó una obra, llamada «Coreografía de la succión», en donde ambas volvieron a acercarse como en la infancia: primero, la hija la invitó a que la bañara.

«Ya había ocurrido una distancia desde que ella no quiso lavarme más y ya no verme tanto desnuda, entonces  empezamos a hablar y así descubrí cosas de mi infancia, como la lactancia, que ella me dio un mes no más de leche materna y después fue relleno. Hay un momento de la adolescencia en que una se separa, hay una distancia con las figuras de autoridad», describe.

Por esos días, Cheril vivió un embarazo ectópico que le provocó la pérdida de una de sus trompas de falopio. El proceso le provocó una hemorragia interna que casi le cuesta la vida. La experiencia la marcó: «Quedé con anemia, muy enferma, sentía que ya no tenía una parte de mi cuerpo, me dolía sentir que había perdido una trompa».

Coreografía de la succión I. Foto: Lorna Remmele.

Lo vivido la llevó a cuestionar las roles sociales, especialmente el de la maternidad: «Siempre que alguien cuida a una persona se dice que es maternal y yo siento que no tiene que ver con ese rol. Alguien no es maternal porque tiende a cuidar o proteger a otra persona. Sentí que nosotras también podemos protegernos, ya que esa postura es principalmente de contención. Pensé en la teta que calma», resume.

La primera intervención muestra a Cheril y una de sus amigas en las fueras del Cementerio Católico. En la segunda, decidió repetir el ejercicio junto a su mamá y volver a sentir su teta en la boca: «Nadie recuerda eso», apunta. Aunque al principio su madre sentía pudor por la posible erotización de ver a dos mujeres adultas en esa situación, al momento de ejecutar la acción todo de disipó: «Sentí su pezón cálido, me sentí nuevamente entre sus brazos, contenida. De hecho, después de esa acción hubo otra relación entre nosotras. Nos volvimos más cómplices».

Otras acciones de la misma intervención muestran a Cheril aparece junto a dos hombres ancianos que viven en la calle y a uno de ellos lo amamanta. También hay otra junto a la activista trans Niki Raveau en el río Mapocho, mismo lugar donde alguna vez la intentaron matar producto de la transfobia, empujándola del puente. Para ambas el lugar elegido fue simbólico.

Foto: Silvestre.

Despatriarcalizar la justicia

Dentro de sus numerosas intervenciones destaca una crítica aguda y descarnada del sistema de justicia chileno, especialmente en su rol de investigar y sancionar las diversas violencias que viven las mujeres. Cheril no habla solo según lo que ha visto: también está en un proceso de denuncia sexual y le tocó vivir en carne propia la revictimización de los funcionarios de la Fiscalía donde fue a dar su testimonio.

«Compartiendo la experiencia con otras, me di cuenta que es así: terminan violentándote los funcionarios de estas instituciones, tanto funcionarios de la PDI como Carabineros de Chile, los fiscales… no hacen las cosas a tiempo, no se hacen cargo, es muy reducido el personal para estos casos y hay mucha demanda», cuestiona.

A juicio de la artista, es necesario despatriarcalizar la justicia porque buena parte del problema está ahí: en quienes ejecutan, deciden, investigan y sancionan. «Partiendo por el juez, que seguramente es una persona muy machista que no va a tener otro criterio, la justicia opera para ellos mismo, termina defendiendo a los hombres o protegiéndolos».

Foto: Silvestre.

«En el abuso sexual muy pocas veces hay pruebas: se nos pone en duda, se nos culpa de las cosas que nos hagan. Toda esa violencia recae en nuestro cuerpo, que termina enfermándose. Yo hago la relación con el cuerpo, que es el mismo que estoy resignificando para denunciar. Con estas acciones manifiesto mi total descontento hacia el sistema judicial en general y las bases del sistema patriarcal», recalca Cheril.

La última intervención de Linett llevó a su grupo de amigas y colaboradoras al frontis de la Policía de Investigaciones. Las mujeres llegaron con una corona de flores que rezaba el nombre «Yini», en alusión a Yini Sandoval, la mujer que fue asesinada y quemada junto a sus dos hijos pequeños en Temuco a fines de 2016.

«Para que se acuerden de la compañera y de todas nosotras», sostuvo la propia Cheril mientras un carabinero y un PDI las observaban perplejos. El resto de las chicas, todas vestidas de rojo, habían llegado al lugar tras una especie de cortejo fúnebre. Cuatro de ellas se extendieron en el piso, simbolizando a todas las muertas, mientras las otras extendieron banderas chilenas sobre sus cuerpos.

El caso no es desconocido para las mujeres que se organizan y luchan contra la violencia en el país: «No hicieron los peritajes que debían hacer, no tomaron las pruebas a tiempo y así conozco otro caso de una amiga, a la que también mataron, donde tampoco tomaron las pruebas y hoy su muerte esta impune», cuestiona Cheril, asegurando que hay muchos casos de femicidios sin justicia y precisando que «si hablamos de abuso están casi todos impune».

La artista ya planea intervenir otros espacios institucionales. También trabaja en una sesión de fotos en un night club, un lugar que le interesa por el foco grosero en el placer masculino. Pronto será parte de una exposición colectiva en el Museo de Bellas Artes, que se inaugura el próximo 16 de noviembre. «De lo demás no puedo adelantar», cierra risueña.

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