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Opinión

Valparaíso: La vanguardia

Por: Pablo Aravena Núñez | Publicado: 16.12.2018
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Se suele apelar a un “ethos” presente en una identidad obrera o popular, en este caso portuaria, una memoria de la lucha que sería activada de una manera casi indeterminada por las circunstancias presentes. Sin descartarla a priori yo tiendo a pensar que se trata más bien de la desesperación, de la conciencia del agotamiento de las alternativas de sobrevida de un grupo humano para el cual el costo de asumir lo que les queda es superior al de ir por la vía violenta: una desazonante economía del dolor.

Los turnos y salarios del puerto se reducen, la explotación se hace severa y el trabajo eventual. Sí, pero ¿no son estas las características del trabajo no solo de los portuarios, sino de los y las trabajadoras chilenas en general? Descubrir la precariedad laboral recién ahora es puro cinismo (o adanismo).

Veinte años atrás, en aquel movimiento llamado “el puertazo”, esta realidad ya era denunciada y produjo una jornada de protesta de las más duras del último tiempo en Chile. Pero todo terminó con bonos, trabajadores jubilados y “reconvertidos” a taxistas o dueños de minimarket de barrio. En lo sucesivo la ciudad se siguió “patrimonializando” y “deslaborizando”, es decir produciendo cada vez menos puestos de trabajo y no en el sector productivo sino en el de los servicios, cuyo rasgo es justamente la eventualidad, la sobre (y auto) explotación y la competencia entre los mismos trabajadores. Es lo que ha venido avanzando no solo en Valparaíso, sino en Chile y buena parte del planeta. El capitalismo en occidente parece ser progresivamente postindustrial, mientras la industria se concentra en ese oriente a que nos remiten las etiquetas (“made in …”) y donde la forma de explotación es similar al esclavismo, pero sin el “bienestar relativo” del que gozaba el esclavo al cuidado de un Señor en las eras precapitalistas.

La disminución de puestos de trabajo y su precarización tienen siempre los matices locales de donde se registran, pero también tienen unas causas generales: la acelerada tecnologización de las faenas y la destrucción o disolución de las organizaciones de trabajadores, lo que en el caso de Chile se hizo tras el Golpe por medio del terrorismo de Estado. Hasta donde hemos podido ver esta realidad ha ido avanzando de modo silencioso, con un alto costo vital pero sin demasiada resistencia, lo cual nos informa no tan solo del refinamiento de las formas actuales de dominación sino de una verdadera redefinición de la humanidad a la partir del aumento del umbral de tolerancia a la violencia asociada a estos procesos, lo que se traduce en una indolencia inédita referida usualmente como “falta de empatía”. (No hemos visto aquí solidaridad, sino apoyo sin compromiso, no muy distante del ejercicio de ponerse una cinta en la solapa o la simple caridad. Por otra parte junto a los trabajadores portuarios organizados también están los rompehuelgas: ¿quiénes son?).

Pero, si esto es así, ¿cómo explicar entonces el mes de manifestaciones y protestas de los portuarios? Nada fácil de aclarar incluso estando tan cerca. Las respuestas a este tipo de preguntas son una suerte de piedra filosofal de la historiografía y las ciencias sociales, las que solo consiguen explicar, a duras penas, amparadas en la “particularidad del caso”. Se suele apelar a un “ethos” presente en una identidad obrera o popular, en este caso portuaria, una memoria de la lucha que sería activada de una manera casi indeterminada por las circunstancias presentes. Sin descartarla a priori yo tiendo a pensar que se trata más bien de la desesperación, de la conciencia del agotamiento de las alternativas de sobrevida de un grupo humano para el cual el costo de asumir lo que les queda es superior al de ir por la vía violenta: una desazonante economía del dolor.

Junto con esto sería ingenuo –pues vivimos en plena época del control– no ver algún grado de agenciamiento del conflicto por parte de otros poderes en disputa. Sí, alguien más que por motivos distintos a los portuarios esté, insospechadamente, contra el gobierno. Mantener este conflicto es encender el conflicto en otros lugares (ya es verano, temporada “alta” de embarque de fruta al extranjero. La economía de Chile es principalmente agroexportadora).

Quizá la causa más noble del presente conflicto no tenga destino si es que el destino del trabajo es desaparecer. Quién sabe. Por lo pronto las protestas de los portuarios se asemejan al incendio del 2014, donde el drama y las causas trascienden al interrumpir la postal-Valparaíso. Quizá en estas interrupciones resida el único remanente de potencial emancipatorio en una época tan regulada.

Pablo Aravena Núñez