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Carlos Araya Díaz, autor de Población flotante: “Hay una idea del norte como si este fuera otro país”

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 08.02.2019
Carlos Araya Díaz, autor de Población flotante: “Hay una idea del norte como si este fuera otro país” 000071900_1_Carlos_Araya_201811261631 | ©Tarko C.
Carlos Araya Díaz (1985, Calama) es cineasta y escritor. Dice que llegó al cine «por accidente», luego de terminar Kinesiología en Arica. Rompe con la genealogía minera característica de las ciudades del norte y decide convertirse en creador. En Población flotante, su último lanzamiento, relata las vidas mínimas de 60 pasajeros y 2 tripulantes en un viaje arriba de un bus interurbano, y prepara un documental sobre paraderos a lo largo de Chile.

-En Población flotante, ¿De dónde viene la idea de construir un universo cerrado, el Bus?

Lo primero que apareció de la novela fue el dispositivo. Estaba en otro proyecto cuando se me ocurre la voz del auxiliar del bus. Comencé a escribirlo y me vino la idea de la estructura: uno, ventana; dos, pasillo. Entonces pensé «aquí hay un dispositivo, una estructura que puedo ocupar extensamente en otro libro». Bajé al auxiliar de ese primer proyecto y lo guardé para «Población flotante». Teniendo en mente el bus como soporte, me puse a pensar en los pasajeros: quiénes son, con quienes comparten asiento, qué pasa en el primer o en el segundo piso. Encontrar la trama y el subtexto fue lo más difícil. Cuando decidí que el destino del viaje sería el norte, aproveché la oportunidad para construir una radiografía de ese territorio. Me pareció interesante retratar el norte profundo como si fuera un espacio idílico, magnético, que atrae a mucha población flotante por el espejismo de la riqueza minera. Quise mostrar el cruce entre el Norte y el trabajo.

Norte

-Desde el centro, el norte se mira de dos maneras: la primera, centrada en el valor del paisaje; la segunda, en su dimensión patrimonial. Desierto florido y Humberstone, respectivamente. Ambas caracterizaciones, sin embargo, son estériles. Este libro puebla ese norte.

La minería es muy importante para el PIB chileno. Genera mucha riqueza, pero también mucha carencia, y la vida en el norte es muy ruda. La gente tiene que convivir con un clima asfixiante e inhóspito. En Población flotante intento agregar matices a esta idea a través de los pasajeros, y abordar distintas problemáticas de Chile al interior del bus.

Históricamente, Antofagasta es una región de migrantes. Durante la Guerra del Pacífico, el norte estaba lleno de yugoslavos, croatas, italianos, chinos, japoneses. Cuando Chile absorbe este territorio, desaparecieron estas distinciones. Es interesante pensar el escenario en que Chile pierde la guerra y Antofagasta es boliviana o peruana. Tal vez habría florecido mucho más, en términos culturales, que como la conocemos hoy en día. Cuando uno -del norte- llega a Santiago lo primero que preguntan: «¿De dónde erís?», «Ah… de Calama… » y en esa pausa al tiro se arma la distancia. Hay una idea del norte como si este fuera otro país.

Hay un temporal en Calama en este momento y no se sabe mucho de él, siguiendo la prensa.

 La gente del norte está acostumbrada a las lluvias estivales. Recuerdo haber visto muchas veces el río Loa desbordado, recorriendo las calles de Calama, o ayudando a sacar agua desde mi casa. Nunca había llovido con el nivel de intensidad de los últimos días, eso sí. En menos de tres horas cayó tanta agua que es comparable al promedio anual de lluvias de dos años. Hay muertos, la Ruta 5 Norte está cortada en varios tramos y la población está sin luz ni agua. El hospital, recién inaugurado, también se inundó.

Es increíble cómo la catástrofe se toma los paneles de matinales para subir el rating, pero donde debería importar, hacen oídos sordos. Cuando empiecen a suspender las faenas mineras, tal vez las autoridades centrales despierten de la siesta.

-Llama la atención que primero hayas pensado la forma del relato y el fondo -personajes, tramas- apareciera después.

Ignacio Agüero dice que cuando aparece la forma, aparece la película. Me parece que el contenido por sí mismo es una idea muy conservadora. Para mí, en la forma también se refleja el comentario de este mundo. Una novela convencional se enfoca en el conflicto central y las subjetividades presentes están al servicio de ella, y me pareció más interesante, en este caso, narrar personajes que se fugan del conflicto central o juegan con él. Una novela coral como esta funciona como antídoto de la literatura del yo. La prioridad está en el entorno. Personalmente, no estoy interesado en películas que hablan sobre cineastas, o novelas de escritores que no pueden terminar su novela…

-A lo Bolaño.

Bolaño arrasó con mi generación. Conmigo también, pero ya lo hizo. Ya instaló ese imaginario y no sé qué más se puede decir al respecto. Hay otras cosas que narrar.

Cineastas cuicos

-¿Y filmar?

Ha habido poca producción cinematográfica sobre migración en los últimos años, y me parece raro. Se me ocurre Pétit Frere, ¿y qué más? En la televisión, en cambio, aparece más este fenómeno, aunque reducido a una caricatura, sin reflexión crítica. La ausencia de películas que hablen de inmigrantes dice harto. Los cineastas son todos cuicos y tienen poco contacto con el entorno. «Roma», por ejemplo: un autor que no tiene calle, amparado por una industria que exotiza a la protagonista de la historia y su conflicto. Es interesante esa contradicción: la representación con sus defectos versus los diálogos que abre. Finalmente, el cine se trata de compartir imaginarios, contagiar a otros de un estado de ánimo y una manera de observar el mundo.

Para mí no hay tanta diferencia entre el cine y la literatura. Son formas complementarias que tienen su origen en el mismo flujo de pensamiento y comparten el interés por la estética. Sin embargo, la ejecución es diferente. La literatura es solitaria. En el cine se trabaja en equipo y hay que lidiar con productor, director de foto, de arte, etc. Como soy introvertido, prefiero trabajar con poca gente, donde no se note tanto la distinción jerárquica en cada rol.

-“Viaje espacial” es tu próximo proyecto documental. ¿De qué se trata?

El año 2007 llegué a Santiago, justo cuando se estrenó el Transantiago. Fue un verano bien agitado. Tener que pegarme piques desde el centro hasta Quilicura -y volver- fue impactante. Siempre me han interesado los lugares. Los espacios que generan dinámicas creativas. Y uno de esos espacios de Santiago que me interesó fueron los paraderos. Dije «Alguna vez voy a hacer algo con esto. Un libro, o cine… «. Me parecían espacios donde convergían distintas personas. Es un no-lugar: un espacio medio adormecido que, con una mirada un poco más creativa, podría transformarse en algo mayor, con más potencia. Fue un proyecto largo de hacer. Empecé a pensarlo en la universidad, cuando estaba terminando Cine, el 2012. Pasó por distintas etapas: desde la ficción hasta llegar al documental. Lo más primitivo. Un sólo plano que muestre qué pasa, a través de distintas situaciones. Creo que la primera intención fue tratar de capturar las diferencias sociales existentes, pero luego apareció el tema de la inmigración. Yo empecé a grabar y la inmigración salió a flote en varios de los paraderos que ocupamos como locación. Entonces el fenómeno se tomó la película, y ya no iba solo a mirar sino a guiar un poco la situación.

-¿Cómo lograste esa intencionalidad en las escenas? ¿Para qué?

Todo tiene que ver con mostrar un territorio habitado por «chilenos», y cómo ellos reciben a estos nuevos pasajeros que están compartiendo con ellos en el mismo lugar. Se llama «Viaje espacial», justamente, porque pretende abarcar distintos territorios, representados en un paradero. Ese único espacio simbólico atraviesa todo el país. Es un techo que te refugia en la lluvia, el bosque o el desierto, y sirve para mostrar un panorama general de Chile.

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