Avisos Legales
Nacional

La vida privada de los árboles

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 15.04.2013

texto y foto de Juan Domingo Urbano

Crecieron los árboles. Como personas crecieron. Las hojas aumentaron de tamaño. Se formó un libro con palabras. Tinta verde trazó raíces entretejidas con una caligrafía imprecisa. Frases hechas rodaron al precipicio. Emitiendo un mensaje secreto. En el mudo corazón del bosque se hizo un silencio de iglesia para confabular contra Dios. ¡De qué sirvió! Nadie les dijo que la soledad a nada conduciría. La conversación en sordina es la memoria de los ciegos. Entonces irrumpió la razón, luego devino un incendio, tan voraz, que arrasó la floresta y la repisa con libros. Alguien reparó que así se escribe la Historia. Llegó la noche y faltaban tus estrellas. Los hombres dejaron de ser árboles, huyeron los animales, el lenguaje de los ancianos se fue con ellos, convirtiendo en entropía esa ausencia. El mundo retrocedió en cámara lenta. Una vida hecha de laberintos rotos, de abismos en despoblado, abrió un paisaje imborrable. Las ruinas, el vino, el sudor. Los nudos de la memoria, fueron los nudos de sus ramas, los nudos de las ramas, una forma de resistencia. Como la vida privada de los árboles o los náufragos. El libro estaba terminado. Me acuerdo Me acuerdo de la silueta dibujada de Robert Smith en un pasillo de la FAU. Me acuerdo de las cartas que nos escribíamos con Ramiro desde Santiago y Concepción durante la Dictadura. Me acuerdo de cuando entre los ocho y diez años cambiaba las letras a las canciones y a mi tía le causa gracia. Me acuerdo cuando viajamos tres horas en el picap de una camioneta mirando las nubes, luego recibiendo la lluvia. Me acuerdo de un compañero de curso al que le decíamos El Chino. Me acuerdo que alguna vez quise ser vegetariano. Me acuerdo que a los quince años creí comprender la locura de Van Gogh. Me acuerdo que durante un tiempo confundía (no los había leído) a Chandler con Carver. Me acuerdo que antes no me gustaba mi nombre. Me acuerdo de la foto del Pato Sobarzo muerto acribillado en Macul. Me acuerdo del primer número de teléfono que memoricé: 462291. Me acuerdo cuando dije que antes de conocer todo Chile saldría del país. Me acuerdo del verso de Enrique Lihn, “Nunca salí del horroroso Chile”. Me acuerdo de las bicicletas Benotto. Me acuerdo de haber visto el pasto verdecito del Mundial de España ’82. Me acuerdo de las sillas voladoras y los autitos chocadores. Me acuerdo que en 5° básico yo era del equipo C de Baby-Fútbol Me acuerdo de pasarme toda una noche escribiendo. Me acuerdo que me daba miedo cuando rezaban el rosario en el Mes de María. Me acuerdo de Rantes de “El hombre mirando al sudeste”. Me acuerdo de una polera blanca con mangas negras que no me sacaba nunca. Me acuerdo que juntaba boletos de micros. Me acuerdo que para los apagones jugábamos a las cartas. Me acuerdo de un recorrido de Coquimbo a Andacollo. Me acuerdo de los trazos del “Guernica”. Me acuerdo que tres veces en mi vida me he hecho un autorretrato, pero no sé dónde quedaron. Me acuerdo que a mi hermano le daban dulces para que no se mareara. Me acuerdo del libro Un baúl lleno de gente, de Tabucchi. Me acuerdo de la caja de herramientas de mi papá. Me acuerdo que dejamos de tomar vacaciones en familia en 1988. Me acuerdo de cuando veíamos revistas pornográficas. Me acuerdo de cuando ganó el NO y que en mi colegio izaron la bandera chilena. Me acuerdo de tener grabados muchos VHS con videos de música. Me acuerdo del día que murió Kurt Cobain. Me acuerdo de que hace un par de años iba decidido a entrar al Museo de la Memoria y me arrepentí al salir del metro. Me acuerdo que mi abuelo hacía puzles. Me acuerdo que guardaba bolitas en un tarro grande de leche Nido. Me acuerdo de pelearnos quién sacaba con el dedo el concho de manjar del tarro. Me acuerdo que primero leí el libro Me acuerdo, de Perec y muchos años después el original de Brainard. Me acuerdo que siempre dije que no aprendería a manejar. Me acuerdo del pollo al coñac que hacía mi mamá. Me acuerdo que no sé porqué, fui a la inauguración de Fantasilandia. Me acuerdo nos daban de desayuno una taza de Milo. Me acuerdo cuando desgranábamos bolsas de porotos granados viendo Tom y Jerry. Me acuerdo que podía pasar muchas horas en un árbol contando los autos en la avenida. Me acuerdo de la historia de un libro que leía cuando era niño, pero no de su autor. El nudo de la memoria “No tengo recuerdos de infancia”, dice un personaje de Perec. Y esa afirmación, que siempre comentamos con AZ, me di cuenta que la utilizó como epígrafe en su última novela. Me alegré de eso, de lo que le ha pasado y cómo ahora, supongo, muchos leen sus historias. AZ siempre quiso ser escritor, no sé si novelista, en ese entonces (hablo de mediados del ’90) tanto Ramiro como yo, leíamos demasiado a Cortázar y queríamos ser novelistas, en cambio él un poeta. En realidad AZ ya era poeta y tenía publicado de sus poemas en revistas y páginas web, luego sacó un poemario de catastrófico título, muy bien escrito e íntimo, dije yo. El asunto es que estos últimos años, ya son tres sus novelas (nouvelles) las que acaso son un indirecto ejercicio de sus tan queridos Couve o el lejano González Vera, de quienes heredó –creo no equivocarme– eso de que escribir es podar, como advertía Gonzalo Millán. Lecciones que AZ tomó al pie de la letra y ha practicado en sus libros sobre: el amor y la literatura; el amor y la paternidad; el amor y la familia. Me acuerdo de AZ con un cigarro en la mano y en la otra una taza de café, recomendándome que lea a Auster (pronunciándolo como “Oster). De ese y otros momentos, me acuerdo más o menos seguido.

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