Avisos Legales
Nacional

Las Balas que Matan a Jiménez

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 13.05.2013

Velas derritiéndose en el suelo, en plásticos, al lado de afiches y de folletos que reclaman justicia. De la gente del Partido de Trabajadores Revolucionario (PTR), de los sindicalistas, de la Radio Enrique Torres, de estudiantes, de los FECISO grabando, de Porta Voz rapeando a través de un megáfono. Mientras trovadores acompañan de música y mensajes de llanto y lucha para los familiares y amigos del trabajador Juan Pablo Jiménez. Se cumple un mes desde que al sindicalista se le reventara una bala en la cabeza al interior de Azeta, empresa subcontratada por Chilectra. No hay respuesta del Gobierno, ni de la Justicia y se sienten traicionados por el único medio que dejaron entrar a su casa, el “diario del pueblo”, The Clinic. Texto: Patricia Matus de la Parra T. / Fotografía: Juan José Toro El frontis de la empresa Azeta, o más conocida como “Azota” por sus trabajadores debido a las faltas laborales, comienza a llenarse de consignas al compás del sonido de los sprays y la tenue luz que le dan cerca de 200 velas en el suelo. Dos de sus guardias, vestidos de azul, se instalan al lado de un árbol y miran entre las rejas los discursos de quienes se han dado cita en la esquina de Isabel Riquelme con Carmen, más conocida como “La Rotonda de los Pobres”. Miran como se pegan los carteles con la consigna de “verdad y justicia”, como hay dedos marcados y manchados por la construcción de un enorme mural, donde se levanta el rostro de Juan Pablo Jiménez entre dibujos de nubes y cruces. No vamos a hablar Se está haciendo de noche, ya me acerqué dos veces a Margarita Peña ese día. Ella es la abogada de la familia Jiménez, quien me insiste por cuarta vez que ella me llama, que guarde la grabadora, que le da susto que sepan que soy periodista. “Yo te llamo”, dice, y me mira con impotencia y rabia. Me acerco a la familia, el papá de Jiménez me dice que no puede. Que dejaron entrar a su casa al periodista de The Clinic, almorzaron con él, la viuda que no había querido decir ninguna palabra a un medio de comunicación, habló. Sienten que el periodista los traicionó. La mamá de Juan Pablo tiene en sus manos un afiche con la imagen de Juan Pablo, me dice e insiste en cómo es posible. El sprite ahora raya en grande “The Clinic Miente”. Hace rato que todos se pasan la edición de The Clinic con el titular en contraportada “La bala loca que mató a Jiménez”. Esa es precisamente la teoría que la familia ha descartado y que han intentando instalar como la principal causante de que no se sepa la verdad y se caiga en el azar. El papá de Juan Pablo se siente ninguneado, pasado a llevar: “y este tipo decía que yo digo lo que me dice la abogada, y claro, yo puedo hablar de subcontratación, puedo hablar de leyes sindicales, pero yo aquí vengo a hablar de mi hijo, de la persona” y en todos esos minutos su mejilla se mueve, soltando y apretando la mandíbula. Todos revisan el diario. Alguien reclama: “hace rato que no es del pueblo el The Clinic”. Comienzan los discursos en medio de la velatón y de repente la multitud se abre para que pase la viuda, que viene con su hijo de dos años en brazos. Su cara delgada, sus ojos hundidos y húmedos. Le sostienen un megáfono, y comienza a relatar que para ellos el año 2011 fue muy duro porque Juan Pablo pasaba menos en casa, él ahora se dedicaba al sindicato, a luchar por mejores derechos laborales; que no estaba, pero se mantenían contentos porque él luchaba por mejores condiciones para ella y para su hijo. Su voz quebrada y delgada se escucha por toda la rotonda, mientras los autos que pasan envían su apoyo con bocinazos. Se vuelven a escuchar gritos y consignas, entre ellas “¡Un obrero se murió, Azeta lo mató! La misma que sale en el reportaje del The Clinic, pero es seguida de lo siguiente: “(…) la afirmación se ha convertido en un mito. La fiscalía tiene descartada esa posibilidad, pero muchos siguen creyendo que eso fue así, (…) aunque el peritaje diga que fue una bala perdida, van a pasar 20 o 30 años, y muchos seguirán creyendo que a Juan Pablo Jiménez lo mandaron a matar”. Antes, durante la mañana, el padre de Juan Pablo decía que en La Legua todos los carteles de su hijo tienen una mancha roja en la frente, que para la familia es terrible verlo. Es recordar que no hay respuestas, ni justicia, pero exclama que hasta a esa gente la entiende, hasta ese morbo. La familia lleva un mes sin poder abrazarse todos juntos a llorar, han recorrido tribunales, han recibido en sus pechos el chorro de los carros lanzaaguas. Han pegado carteles, han tratado de confiar porque sólo quieren lo que cualquier familia querría, saber la verdad. Juan Pablo Jiménez estaba un día jueves en Azeta trabajando, ordenando los papeles para al otro día reclamarle a la empresa por una serie de faltas, entre ellas la muerte de un compañero por accidente laboral. Azeta es una subcontratada de Chilectra, que a su vez pertenece a Endesa. Lugares para trabajar rankeados como los mejores del país porque allí no trabajan obreros para las encuestas, sino gerentes, los obreros son subcontratados, y las leyes que aplican para ellos son otras. Tan así, que uno de sus trabajadores puede recibir una bala en su frente, caer en una banca sobre los papeles de denuncia, y nadie sabe nada, y la PDI se conforma con decir que “es una bala loca” que atravesó un kilometro desde la Legua Emergencia hasta Azeta. Pero no se lo dice a la familia, no se lo dice a la viuda mirándola a los ojos, se lo dice a un medio de comunicación. Estamos mal Ahí, en la plaza, mientras los trotskistas llegan en grupo y se abrazan fraternalmente, yo estoy con Fabián Araneda, el vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Como siempre llegó puntual, y me dice “estaba sólo acá, no había llegado nadie y me senté en una banca igual que Jiménez, me pudo haber llegado una bala en la cabeza”. Nadie sabe nada, la CUT a esa velatón no llegó, tampoco llegaron candidatos presidenciales, ni políticos. Ellos han echado al olvido el movimiento de los trabajadores. Se siguen peleando las medidas mínimas de sobrevivencia, las mismas de hace más de 30 años: parar con las excepciones horarias que van de las 10 a las 12 horas de trabajo, detener las remuneraciones que se pagan hasta en 35 días, y ponerle como fecha de pago al finiquito el momento de cese de labores, no cuando el empleador estime conveniente. Los movimientos sociales en nuestro país tienen sus deudas, sus fallas, Jiménez no es el primero que muere, no va a ser el último (aunque debería), si la bala salió de un taller mecánico de La Legua a un kilometro, si salió de miles de kilómetros, da igual. En nuestro país ningún obrero debería morir, ninguna familia debería perseguir a la justicia para que le ayuden en el grito desesperado de saber qué pasó, ningún medio de comunicación debería aumentar las desigualdades y menos normalizar las injusticias. Vamos a ver qué dicen nuestros presidenciables este año sobre leyes laborales, sobre “verdad y justicia”. Le pasan el megáfono al rapero de Portavoz, ya son más de las nueve de la noche en las afueras de Azeta, en un rato más un grupo va a cortar la calle en señal de protesta. Comienza a sonar, sobre el pavimento caliente: ni ahí con las elecciones de los ricos, ni ahí con votar por uno de esos cuicos, hay mil quinientos días entre cada votación, mil quinientos días ¡de lucha y organización!

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