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El Verdugo del siglo XIX Chileno: Eugenio González Rojas

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 30.12.2013

Publicado en El Desconcierto Nº 9, Abril 2013

Eugenio González sentía que había nacido tarde. Pensaba que el avance del utilitarismo capitalista estaba destruyendo la posibilidad de armonizar cultura y ciencia, comunidad y progreso, ética y política. Como todo libertario de corazón, sufría nostalgia de unidad. Lo indiscutible es que nació en el verano de 1903, año del primer vuelo autopropulsado, la fundación de la Ford Motor Company y la masacre obrera de Valparaíso. Lo hizo en Santiago, en una familia de clase media ilustrada, gracias a la cual pudo formarse en el Instituto Nacional. La culpa condujo a muchos de los de su extracción a las filas del clericalismo, pero él se convenció de que la superación de la miseria material y espiritual del pueblo sólo podía ser obra de los propios hombres. A los 16 fundó y presidió la Federación de Estudiantes Secundarios. En 1922, con 19 y estudiando pedagogía en castellano, ya era presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.

Un muchacho flacuchento y nervioso auspició su arribo a la presidencia de la FECH. Es un “anarquista constructivo”, dijo un tal Juan Gómez Millas, como última carta de las tendencias ácratas para mantener la conducción. Los tiempos pudieron más que su moderación y terminó encabezando la primera toma de la Casa Central. Ariel cuando escribía sobre cultura y Juan Cristóbal cuando lo hacía sobre política, forjó desde la revista Claridad y la acción estudiantil las bases de su pensamiento y personalidad, al calor de la confrontación con las expresiones políticas y culturales de la decadente oligarquía. No lo sabía en ese minuto, pero junto a José Santos González Vera, Manuel Rojas, Óscar Schnake, Pablo Neruda y muchos más, era parte de la Generación del 20.

Los “locos veinte”, de sinergia entre rebeliones estudiantiles y vanguardias obreras, y ebullición de la “cuestión social”, fueron la sala de partos de la izquierda chilena y la funeraria del siglo XIX. Como toda crisis, el ocaso de la hegemonía oligárquica le deparó a González un derrotero impredecible. Con el Ruido de Sables Alessandri tuvo que cambiar el gabinete y él fue nominado para implementar la nueva Legislación Social. Acometió la tarea mientras fundaba la Unión Social Republicana de Asalariados de Chile. Tres años más tarde cargaba piedras y cazaba cabras salvajes junto a presos comunes y políticos en la isla Más Afuera, hoy Alejandro Selkirk. Había sido deportado por la dictadura de Carlos Ibáñez.

A su regreso se empleó como docente en liceos y escribió Más Afuera, su primera novela. Resultó una de las más altas cumbres de la literatura chilena y gatilló el cierre del penal. En 1932 fue ministro de Educación durante los 12 días de la República Socialista encabezada por Marmaduque Grove. Tenía 29 años. La experiencia fracasó, pero nueve meses más tarde, junto a personajes como Grove, Schnake, Eugenio Matte y Salvador Allende, fundó el Partido Socialista de Chile. Desde entonces éste le adeuda gran parte de la originalidad de su ideario, al que aportó una apropiación creativa del marxismo y una vocación latinoamericanista, libertaria y humanista. La fundamentación teórica del Programa del 47 es su escrito político–doctrinario que mejor resume esas contribuciones.

El despojo de “la capacidad creativa y la dignidad ética” de las grandes mayorías y la “deshumanización del hombre” fundamentaron su crítica al capitalismo. La doctrina socialista no podía ser un dogma “sino una concepción viva, esencialmente dinámica”; su fuerza ética y cultural consistía en la subordinación de los medios a los fines y de estos al valor de la dignidad humana. Criticó la política comunista, por someter el destino de los pueblos al expansionismo soviético y su “capitalismo de Estado, dirigido por una burocracia que ejerce el poder de forma despótica, sometiendo a una verdadera servidumbre a la clase trabajadora”. Lo central era el desarrollo autónomo de América Latina: “No podemos estar ni con el imperialismo anglosajón ni con el expansionismo ruso. Debemos estar únicamente con nosotros mismos, al servicio de la revolución socialista”.

Entre 1948 y 1950 fue secretario general del PS y entre 1949 y 1957 senador por Santiago. Pero su pasión más poderosa era la educación y a ella se volcó por completo en la Universidad de Chile. El 57 asumió como director del Pedagógico, el 59 como decano de Filosofía y Educación y el año 63 como rector. Sería su última y más querida trinchera, donde retomó su obsesión con la enseñanza y la modernización de la universidad. Pasó sus últimos días trabajando el huerto y el jardín de su casa en Ñuñoa. “Me limito a manejar la pala y el chuzo”, dijo a El Mercurio sentado entre los árboles, mientras su esposa cultivaba rosas y otras flores. Murió en 1976, año de la reunificación de Vietnam, el debut de Maradona en primera división y la fundación de la Apple. Dejó a muchos imaginando qué más habría hecho si en lugar de nacer tarde, como creía, hubiera nacido temprano.

 

{Fragmentos}

“Alguna vez hay que terminar con las contemplaciones, las concesiones al ambiente y lo que llaman los lisiados del carácter, ‘buenas formas’. A las conciencias endurecidas por la hipocresía hay que llamar con los pies. Digamos nuestra palabra de verdad y sigamos adelante, sin mirar lo que produce atrás. Dar a cada cosa el nombre que le pertenece, quemar el decorado de la tragicomedia cotidiana, ser al fin la aterradora magnificencia de la verdad; he aquí lo que corresponde a los hombres, a los jóvenes sobre todo”. (Contra los fariseos, Claridad, 1924).

“Una doctrina como el socialismo, que aspira a orientar a las generaciones jóvenes y a determinar las bases de una reconstrucción social, necesita, acaso más que cualquiera otra, interpretar el sentido de la época, los valores permanentes que en ella operan y los que le son específicos para apuntar a él, con plena conciencia, la perspectiva de una política” (Posición doctrinaria del socialismo, discurso en el Senado, 1957).

“Es también la universidad –y debería serlo principalmente– una persona moral que toma conciencia de las fuerzas creadoras que aparezcan como impulsos ciegos de la voluntad colectiva. Esto significa que la Universidad tiene la obligación de esforzarse por orientar el movimiento social hacia objetivos valiosos de convivencia superior. Defendiendo en toda circunstancia y sin claudicaciones las conquistas significadoras de la personalidad humana”. (Entrevista a revista Ercilla, 1964).

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