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Sólo por ser mujeres: el machismo en las crónicas de Pedro Cayuqueo

Por: admingrs | Publicado: 28.07.2014

Pedro-Cayuqueo-Archivo-AzkintuweEstimado Pedro Cayuqueo:

Ahora en agosto, saldrá a la venta “Esa ruca llamada Chile”, la segunda parte de “Sólo por ser indios”, el libro que compendia algunas de tus crónicas publicadas entre el 2007 y el 2012, en las que das la batalla comunicacional por visualizar un discurso oculto en los medios chilenos: el mal llamado “conflicto mapuche” es en realidad un conflicto de dos partes, entre la nación chilena y la nación mapuche, desencuentro propiciado por el codicioso Estado chileno y su política de expansión económica, que invadió el Wallmapu hace cerca de cien años.

Me dio gusto leer tu primer libro y de verdad espero con ansias el segundo. Es necesaria la mirada histórica que muchas chilenas como yo, hijas de la pésima educación local, desconocemos en profundidad. Da gusto leerte, Pedro, por el sentido del humor, la ironía y la buena pluma. Leer crónicas como “Diálogo (inconcluso) entre un mapuche y un taxista” o la que titula el libro “Sólo por ser indios” fue una inversión, cero pérdida de tiempo.

Sin embargo, encontré pasajes innecesarios que a mí como mujer me crisparon tanto como cuando tú, me imagino, te topas con comentarios racistas. Para ser honesta, desconozco cuál es el rol de la mujer en la cosmovisión mapuche (tarea para la casa que no impide sacar conclusiones en tu libro), pero como chilena, sé perfectamente cuál es mi rol en el contexto que me tocó nacer. Chile es un país tremendamente machista y reconocí este rasgo en tu pluma de chileno-mapuche. Quizá por la vertiente chilena es que el machismo se filtró en tu ser, Pedro.

Varias frases al voleo denuncian una voz que no empatiza con la mujer como sujeto, sino que nos sitúa como mero objeto. En “Todos somos Nahuel”, festejas la “legendaria capacidad sexual” mapuche, “transmitida de generación en generación -vía memoria “oral”- desde los tiempos de la Quintrala hasta nuestros días. Que lo digan las monjitas holandesas de Boroa. Cuenta la leyenda que cada vez que bajaban al río a lavar ropa terminaban en la ruca de algún guerrero”.

Cuánto sufrí leyendo. Como mapuche, sabrás que no hay peor enemigo que el humor cruel, que se minimiza por comentarios como “para qué ponernos graves, si es sólo una broma”. Aquí, en este párrafo, tu intento de simpatía me desgarra. A través del chiste es que se instalan imaginarios nocivos. Te aseguro que no tiene gracia que hables de monjas en diminutivo -evidente aire de superioridad sobre ellas- y que pongas entre comillas lo “oral” de la memoria. Francamente, que alardees de la dominación sexual ejercida por los varones mapuches me parece un rasgo machista innegable y grotesco.

Te cito otra vez. En “El mapuchómetro”, escribes: “es un hecho que el cruce cultural no enriquecerá a todos. No lo sabremos los mapuches, que desde siempre las hemos preferido rubias. Hablo de la cerveza, por supuesto”. Y luego en “Dos mapuches en Pucón”, te refieres a “las chicas del Team Club Exit que reparten pases gratis entre las mesas. Todas ellas muy saludables, por cierto”. Cuánto lamento esta clase de comentarios.

Referirse así a las mujeres es “gratuito y ofensivo” y lo pongo entre comillas porque uso tus términos. En tu columna “Villalobos y su peor derrota”, te quejas con justa razón de los horrorosos comentarios que Villalobos hace sobre tu pueblo. Estoy de acuerdo contigo. No obstante, me duele una enormidad que no seas capaz de leer cómo tus propias palabras denostan a otro grupo que guerrea cada día por su igualdad. Hablo de nosotras, las mujeres.

Celebro que hables del “cruce cultural” en tus textos, tenemos algo avanzado. La interculturalidad refiere al encuentro entre culturas, donde cada una se pone en suspenso, abierta a recibir el contenido de la otra, para juntas construir algo nuevo. Iguales en nuestra diferencia, como te gusta subrayar en tus crónicas. La interculturalidad no sólo es el encuentro entre razas, sino también entre generaciones, entre clases y entre géneros. Cultura no es folclore, son los códigos comunes que constituyen a grupos de jóvenes, de viejos, de ricos, de pobres, de hombres y de mujeres. Cuando la brecha entre ellos es ancha, aparece el racismo y el clasismo, entre otros males, que nos distancian y segregan.

Lo mismo aplica para los géneros. Al hablar de interculturalidad, el vivo encuentro entre lo femenino y lo masculino también está convocado. Un aspecto que reconocí muy poco en tus textos. Sí percibí columnas loables, como “No había que ser Nostredamus”, en la que elogias la labor de Paula Vial y en ningún momento indicas si está “saludable”. Se agradece. También me gustó “La excéntrica NYC”, donde hablas de Dominique Strauss Kahn y su acoso sexual a una mucama, donde no comparas a la víctima con un litro de cerveza. Gracias, de nuevo, creo que es la columna con más perspectiva de género en todo tu libro (y eso es mucho decir).

No hay nación femenina, Pedro, el territorio entero es nuestra exclusión. En ese sentido, no sabes cuánto envidio tu cruzada. Al menos tienes un algo por lo que luchar, algo que alguna vez, en un tiempo prístino y también reciente, fue tuyo. Las mujeres, desde siempre, no hemos tenido espacio propio. El mundo entero es nuestra prisión.

Lamentablemente, son excepciones. Casi toda tu obra está en masculino. Sobre el encuentro de ENAMA hablas de tres empresarios exitosos, todos hombres. ¿No hay mujeres mapuches en el mundo empresarial? Es probable que no, desigualdad que no merece comentarios de tu parte. Al recordar a quienes participaban en los parlamentos o a los mapuches que alguna vez fueron diputados, todos hombres. También al indicar a quienes protagonizan el conflicto, pues te refieres a “los chilenos”, “los colonos”, “los latifundistas”. Siempre hombres. Esto me hace sospechar que tu cultura, así como la mía, sufre del mal más antiguo de todos: el patriarcado, que hace que el cincuenta por ciento de la humanidad, las mujeres, habite como si fuera menos del diez, supeditada a que el planeta en su totalidad lo administren ustedes, los machos.

No hay nación femenina, Pedro, el territorio entero es nuestra exclusión. En ese sentido, no sabes cuánto envidio tu cruzada. Al menos tienes un algo por lo que luchar, algo que alguna vez, en un tiempo prístino y también reciente, fue tuyo. Las mujeres, desde siempre, no hemos tenido espacio propio. El mundo entero es nuestra prisión.

Una prisión que también aplica en el lenguaje. Sabes bien lo delicadas que son las palabras, lo describes en “Mapuche o Mapache”. Al apropiarte de la lengua española, también te apropiaste de sus vicios, un idioma que todo lo denomina varón, en el que masculino es sinónimo de neutralidad. Sin ir más lejos, “Sólo por ser indios” supone incluir tanto a mapuches mujeres como a mapuches hombres, y sin embargo, dice simplemente “indios”. Qué decir de la portada, la fotografía de un varón. Ahí, para mí, la exclusión es tan obvia como para ti, cuando lees la constitución que declara a Chile como Estado unitario y nación única. ¿No te encuentras en la carta fundamental chilena, verdad? Yo tampoco, como mujer, me reconozco cuando te leo.

Te habrás dado cuenta, Pedro, que soy feminista, apasionada y combatiente de mi causa, tanto como tú lo eres de la tuya. Todos los días, en mi trabajo, en mi casa, en la calle, peleo contra las inequidades de género de las que soy víctima y de las que decidí soltarme. Ando por la vida con sensores perspicaces, que se encienden cada vez que encuentro espacios machistas que me invisibilizan. Siento mucho que tu libro haya activado esa alerta. Sé que esta desigualdad no es exclusiva de tus escritos, pero los reproduces cuando tiras, sin pensar, esos chistes que esperaban ser simpáticos y que, insisto, fueron ofensivos y gratuitos.

No me malinterpretes, Pedro, admiro tu lucha, en especial porque somos colegas y como periodista no hay nada que me reviente más que la ignorancia y el poco tino de los reporteros chilenos al abordar temas dolorosos como los que mencioné antes: brechas originadas por la clase, la etnia, el género o la nacionalidad. En alguna medida, comprendo que no estés con mi batalla, después de todo, cuando se es hombre y se habita en los privilegios, es difícil observar las desigualdades que soportan las mujeres. Tal como yo, chilena mestiza, no siempre dilucido las vejaciones que tus hermanos mapuches sufren “sólo por ser indios”. No obstante, hago el esfuerzo de ilustrarme, de escuchar a la diferencia. De ahí que me haya dedicado a estudiar tu libro. Aun así, como mujer, siento el deber de exigir al resto, tal como tú lo haces con tu causa, una cuota de respeto, de empatía y de trato igualitario. Hay maltratos que nosotras experimentamos “sólo por tener útero”, “sólo por ser mujeres”.

Pedro, las mujeres somos tus pares y por deslices como los de tus crónicas, el mundo sigue situándonos en coordenadas inferiores, en las que no queremos estar. “Woman is the nigger of the world”, escribió Yoko Ono. Piénsalo. Te invito a que exilies de tus futuras crónicas estos solapados y nocivos mensajes. Tal como yo acepté tu invitación a reconocer la nación mapuche, ahora te invito a ti a que nos reconozcas a nosotras, las mujeres, como iguales.

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