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¿Cuadrar el círculo? El éxito de Podemos

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 22.09.2014

Jose Luis VillacanasEl mayor acierto de Podemos hasta ahora ha sido el error del PSOE. Que haya incurrido en él un político tan curtido como Rubalcaba testimonia lo poco que se ha aprendido de la historia política de España. No es caso de hacer ahora la historia de los errores del PSOE, ni de explicar la arrogancia que ha dominado su vida política reciente. Un observador mínimamente informado debería recordar tan sólo cómo se hundió la Restauración en 1931. Eso debió iluminar los espíritus. El error de los partidos oficiales en abril de 1931 fue llamar al pueblo para tantear cómo respiraba. Para ello convocó unas elecciones municipales aparentemente sin importancia. El resultado: el pueblo aprovechó la primera ocasión para mostrar su completa falta de confianza en el sistema. La lección: no te presentes jamás ante al pueblo sin los deberes hechos, sin proponerle la mejor oferta posible y sin haber hecho todos los cambios necesarios. Sólo así lo tratas con respeto. De otro modo el pueblo, al hablar, puede ser tan firme y decidido como para no tomarte en serio, abandonarte, dejarte fuera de juego y sin capacidad de maniobra. Eso es lo que ha pasado con el PSOE. Durante dos años mareó la perdiz con cambios que nunca llegaban, con ofertas que jamás se concretaban, con amagos y renuncios, con aplazamientos y demoras, y concurrió a las elecciones para ver si el electorado había picado. La consecuencia: el hundimiento.

Al fallar la política de oferta, se ha producido un desplazamiento hacia la política de la demanda. Eso es lo que ha sucedido en las Elecciones Europeas de mayo. La oferta falló porque consistió en un trágala que obligaba a comer más de lo mismo. Pero había demanda política sin atender y esa es la que se concentró en Podemos. Esa demanda era de dos tipos: de fondo y de forma política. De fondo, por cuanto ninguno de los colectivos afectados por los recortes de los dos últimos gobiernos veía de hecho atendidos sus intereses por los partidos mayoritarios. De forma, porque aunque había algunas formaciones políticas que podían defender esos intereses, su sistema de organización y su estilo político no inspiraban confianza alguna. El programa de contenidos era una condición necesaria, pero no suficiente. Eso ha determinado que IU haya recibido pocos votos nuevos para atender esa demanda potencial. Nadie se fía de la organización –más bien opaca– que se esconde detrás de la pantalla pública de Cayo Lara, y que presenta rasgos inquietantes en una política internacional completamente sospechosa.

Esa demanda popular no era antisistema, ni era un anarquismo rampante, ni un conjunto de frikis, como han dicho profundos cerebros a los que debemos en buena parte la responsabilidad por la bancarrota política de este país. Era una demanda social extensa y estaba dotada de una conciencia política intensa y democrática. En ella se dieron cita jóvenes estudiantes de toda España, oprimidos por una agenda universitaria insensata, ciudadanos sencillos de toda procedencia víctimas de la situación, junto con viejos militantes o testigos activos de la Transición de 1975. El voto de Podemos ha sido intergeneracional y no hay que excluir a numerosos abuelos que admiran y sienten compasión por sus nietos. El entusiasmo de los hijos ha reivindicado las batallas perdidas de tantos padres, humillados por un sistema oficial de partidos con todos los síntomas del rigor mortis y la arrogancia de una casta de señores. Esos padres no tienen argumento alguno a mano para frenar la opción de los hijos y han votado con ellos. Subjetivamente, están decididos a no cometer de nuevo el error de entregar su confianza a quienes han hecho un uso tan mezquino de su buena fe. Eso es lo que ha cambiado el sustrato básico de la opinión pública de izquierda.

 

Una mediación social que va más allá de la televisión

Se sabe que al día siguiente de la victoria, Podemos se configuró de forma automática en una clara oferta política. Sin mover un dedo más, sin quererlo expresamente, su mera aparición como actor significó la multiplicación del atractivo de su oferta. Según encuestas que se hicieron en los días siguientes, se calculaba que ya podrían obtener el doble de votos. Para explicar esto no basta con el análisis de las veces que Pablo Iglesias salía en televisión. Para demostrar que esto no es lo decisivo, basta imaginar lo que pasaría si formase su propia lista política uno cualquiera de los tertulianos que lo acompañan en sus apariciones públicas. Lo que ha hecho converger votos sobre una figura televisiva pasa por una mediación social que va más allá de la televisión. Se trata de la capilarización y proliferación de la presencia concentrada en TV a través de las páginas de Facebook y de Twitter. Pero, más allá de ello, la política es sobre todo un asunto de presencia, una forma física de estar. Ahí veo la clave del éxito de Iglesias: en que su estilo físico de estar es auténtico. No es una ficción propia de quien se quita el uniforme oficial y se disfraza de ciudadano común. Ha sido su peregrinación física por toda España a cuerpo limpio lo decisivo. Ahí, las certezas de las nuevas técnicas de comunicación se han visto confirmadas en lo único que cuenta en política, el cuerpo a cuerpo y el mirar a la cara de la gente.

Se ha dicho que Podemos es una mimesis de Bolivia porque unos de sus líderes, Juan Carlos Monedero, tuvo relación con importantes mandatarios latinoamericanos. También se ha dicho que nos sitúa al borde del abismo de la República de Weimar. Son expresiones erróneas y del todo punto exageradas. Los máximos líderes de Podemos son demasiado expertos en sistemas políticos como para jugar a una mimesis superficial con otros países. El gran debate es si son una mera formación populista. En mi opinión, sus dirigentes saben demasiado bien que el Estado actúa a través de la ley y que la ley la forman fuerzas hegemónicas capaces de identificar una voluntad general. El populismo es una de las formas de entender la hegemonía, pero no toda forma hegemónica es populista. Son discípulos actuales de Gramsci, pero no son meros herederos de Laclau. Este define el populismo como el uso de las técnicas democráticas de comunicación para recoger una cadena de demandas populares y concentrarlas en un líder representante y soberano, que se configura como la equivalencia de todas esas demandas populares, de tal modo que ese líder puede atenderlas todas a la vez, aunque en realidad no atienda a ninguna de forma concreta.

Esta no parece que sea la apuesta teórica de Podemos. Ante todo porque está dispuesto a avanzar hacia la formación de un líder colectivo, no uno personal. Segundo, porque no parece que quiera unir a la gente mediante las emociones sentimentales de identificación con un líder, sino mediante la formación de un colectivo capaz de conocer la realidad, de estudiarla y de presentarse ante la sociedad como un intelecto general capaz de preparar la voluntad general. La insistencia en este punto me parece decisiva para entender delante de qué estamos. Pero, sobre todo, Podemos no me parece una mera formación populista porque ha dado señales claras de querer ser también una organización de oferta, y no un grupo que sólo parasita y recoge las demandas populares. Ha dicho de forma clara que nace con vocación de gobierno. Y para eso no basta con establecer un registro de demandas sin atender. La realidad no se cambia sólo escuchando las demandas de la gente. Se cambia conociéndola en su concreción y fortaleciendo con el conocimiento la voluntad política de cambiarla mediante la competencia técnica y jurídica idónea. No es preciso insistir en que todo brota de un conjunto de intelectuales y estudiosos de la política. La forma de contestar a Podemos ha sido sintomática ante todo de la ignorancia.

 

Una situación delicada y decisiva

Hasta ahora Podemos no ha tenido tiempo de equivocarse, mientras todas las demás fuerzas políticas no cesan de hacerlo; desde el PP, que no ha podido reprimir su pulsión de insultar a la ciudadanía que no comparte su especial comprensión del “sentido común”, algo que él parece tener en monopolio, hasta Izquierda Unida, que ha desatado el populismo más rabioso para intentar dejar a Podemos sin discurso. De forma más prudente, Podemos ha esquivado las trampas de IU y, a lo que parece, se ha negado a secundar de forma precipitada y oportunista la mística republicana como solución de los problemas reales del país. Pero ahora es cuando, en el paso de una formación política de demanda a una de oferta, Podemos tiene la situación más delicada y decisiva, de la que va a depender sin duda su futuro. A pesar de todo, parece evidente que su aspiración básica es prepararse para las próximas elecciones municipales y regionales, pues en efecto, ya todos los partidos saben, o deberían saber, que deben presentarse con su mejor oferta posible. El reto es si Podemos estará en condiciones de hacerlo.

Y aquí es donde debe analizarse el paso reciente de elegir un equipo técnico capaz de organizar una “Asamblea Ciudadana Sí Podemos” que tendrá lugar en otoño. La misión de ese equipo técnico, formado por 25 personas de profesiones y regiones diversas, será organizar los equipos de estudio capaces de configurar un conjunto de ideas que inspire las candidaturas de las próximas elecciones en ciudades y regiones. Finalmente, Podemos se enfrenta a la eterna cuestión de los movimientos populares españoles desde 1808: juntas locales o junta central. Los líderes, que lo saben, tendrán que ofrecer una salida airosa. Una junta central compuesta por mayoría de personas de la periferia, con la finalidad de aumentar la intensidad de los círculos Podemos por toda España, puede ser una solución. Veremos si con ello son capaces de configurar una agenda que no pase por los cansinos debates identitarios de los nacionalismos (el error que ha truncado la carrera ascendente de UPyD). Ahora de lo que se trata, según parece, es de configurar una inteligencia española que recoja los problemas de la gente y los sistematice.

Con lo dicho no sabemos si será suficiente, pero la candidatura de Pablo Iglesias obtuvo la mayoría de los 56.000 votos en la Asamblea del sábado pasado en la Facultad de Filosofía de la Complutense, quizá suficiente como para ofrecer el necesario aspecto de haber dado un paso más hacia una formación a la vez abierta y eficaz. La impresión que se nos quiere transmitir es que no se va a perder un minuto y que se va a mantener la movilización. Pero todo dependerá de que se siga alentando la discusión caliente en los círculos locales, de que la comunicación entre centro y localidades sea fluida y de que se vaya progresando en la traducción de esas demandas populares de los más conscientes en propuestas con respaldo técnico, capaces de canalizarse mediante estrategias legales atractivas para una mayoría. Y aquí está el misterio de la cosa. Porque para seguir la inercia de la realidad, basta con vestir maniquíes de políticos y sentarlos en los parlamentos, las diputaciones, los consistorios.

Para cambiar la realidad se necesitan políticos. Podemos se la juega ahí, en cuadrar este pequeño círculo. Debe proponer un nuevo tipo de político dispuesto a comprobar lo posible a fuerza de buscar lo imposible; debe ofrecer listas de candidatos surgidos de la gente y capaz de cambiar la vida de la gente, sin dejar por eso de ser uno más en esas agrupaciones abiertas. “Ahí está la rosa. Baila con ella”, decía Hegel. Otro decía: cambiar los políticos ganapanes y alentar políticos de vocación. Si hay un grupo humano que sabe esas cosas, ese es el núcleo que dirige Podemos. Imagino que también sabrán que conocer la teoría no implica operar con la virtud práctica necesaria. Pero si lo logran, Podemos será parte indiscutible de los que definan el nuevo sentido común que se habrá de forjar en el futuro. Pues si hay algo evidente, es que ya nadie lo tiene en monopolio.

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José Luis Villacañas es catedrático de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido catedrático de la Universidad de Murcia y Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas de la Generalitat Valenciana. Ha publicado numerosos libros especializados sobre historia del pensamiento político. Su libro más recientes es «Historia del poder político en España» (2014). En la actualidad es director de la Revista Res Publica y de Anales de la Historia de la Filosofía, y de la plataforma digital Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico.

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