Avisos Legales
Tendencias & redes

A propósito del libro «El desorden de la democracia» de Alejandra Castillo

Por: Eliana Largo | Publicado: 01.10.2014
Con estas palabras Alejandra Castillo inicia la primera parte de su reciente libro El desorden de la democracia. Partidos políticos de mujeres en Chile, publicado por Editorial Palinodia (julio de 2014, 194 p.). Allí analiza los signos del desorden en tres capítulos: “La aporía republicana: mujer y política”; “Feminismo materno” (un oxímoron, habría que decir, pero como tal fue explicitado en los planteamientos de Amanda Labarca referidos a “la mujer”: madre siempre, madre eterna), y “El nudo femenino/feminista”.

las políticas de conocimiento suponen a su vez políticas de desconocimiento
(valeria flores)

Hace ya siglo y medio que mujeres en pequeños grupos primero y luego en organizaciones, en partidos políticos propios y en movimientos más amplios vienen intentado sin mayores resultados resolver la aporía de su igualdad política, social y económica qua mujeres en la república masculina. República presidida hoy por una mujer que gobierna por segunda vez el país. Desde 1875, cuando en San Felipe, “en una fría mañana de mayo”, un grupo de ellas decidió inscribirse en los registros electorales para ejercer el derecho a votar en tanto “chilenos”, comprendidos ambos sexos en dicho término, según lo establecía la Constitución de 1833. Será recién en 1952 cuando ejercerán por primera vez el derecho al sufragio universal. Hoy, año 2014, se discute y discurre sobre paridad política, sistema de cuotas o representación equilibrada de hombres y mujeres en el acceso a cargos de representación popular y en los partidos en tanto militantes de las agrupaciones partidarias existentes. Un nudo irresuelto.

“Sólo hay política allí donde la singularidad de un daño toma la palabra para reclamar para sí el lugar de la universalidad propia a todo orden de representación. Sólo hay política cuando una ‘parte no parte’, excluida/invisible, politiza su situación y perturba la estructura establecida del orden de representación político/policial, afirmándose como representante universal y exigiendo la rearticulación de su posición particular. Hay política, en otras palabras, en todo conflicto en donde lo que está en juego es la lucha por el orden de visibilidad/inclusión”.

Con estas palabras Alejandra Castillo inicia la primera parte de su reciente libro El desorden de la democracia. Partidos políticos de mujeres en Chile, publicado por Editorial Palinodia (julio de 2014, 194 p.). Allí analiza los signos del desorden en tres capítulos: “La aporía republicana: mujer y política”; “Feminismo materno” (un oxímoron, habría que decir, pero como tal fue explicitado en los planteamientos de Amanda Labarca referidos a “la mujer”: madre siempre, madre eterna), y “El nudo femenino/feminista”. En la segunda parte del libro la autora se adentra en los recorridos que realizaron y sustentaron cientos de mujeres entre los años 1919 y 1953 en partidos políticos propios: en el Partido Cívico Femenino; en el Partido Femenino Alessandrista; en el Partido Femenino Nacional; en el Partido Femenino Chileno, y en el Partido Progresista Femenino (estos tres últimos de impronta ibañista).

Leer este texto es interiorizarse de la cultura patriarcal local-global que nos rige sin cambios sustantivos, estructurales, la que se expresa en las orientaciones ideológicas que permearon la participación política de las mujeres en partidos propios y que se extiende de distintos modos hasta el presente. “El desorden de las políticas de las mujeres de comienzos del siglo XX se deberá principalmente a la descripción de su política confundida entre retóricas progresistas (discurso de la emancipación de las mujeres) y retóricas conservadoras de un ‘civismo materno’”. Por otro lado, tal cultura se refleja nítida en el desconocimiento generalizado de la participación histórica de las mujeres chilenas en partidos femeninos. “Sin pecar de ignorancia, cualquiera se podría preguntar si hubo algo así como el desorden de los partidos, la política y el feminismo anudados en el sintagma de partidos políticos feministas –desconocimiento casi siempre perdonable debido a que la historia de las mujeres cual ornamento o dato anecdótico, no forma parte esencial de la historia nacional (se puede colegir el lugar que podría ocupar la historia del feminismo)”. Y acota la autora: “Desconocimiento debido a una antigua práctica de escribir la historia que nos ha enseñado a conjugar las palabras de política y partido entendiendo por estas cierta razón universal que no sabe de la diferencia de los sexos, pero que, sin embargo, se universaliza masculinamente”.

Asimismo, vemos rasgos de dicha cultura local-global en lo que señalan filósofos de la política como Etienne Balibar, en cuanto a que –en palabras de Alejandra Castillo– “la gran dificultad del feminismo ha sido determinar cuál habría de ser la institución anti-patriarcal (la cursiva es nuestra) que construiría y mantendría su identidad política”. Planteamiento que reflejaría percepciones que desconocen la dimensión movimientista del feminismo –dimensión clave para su existencia y trascendencia en el tiempo–, la cual no requiere de institución antipatriarcal alguna sino de prácticas feministas cotidianas personales y colectivas en agrupaciones autónomas, no institucionales. En similar sentido se plantea recurrentemente que los derechos políticos posibilitan “la participación en el poder”, es decir, desde miradas que reifican el poder como uno, único, fuera de las personas que lo ejercen en la cúspide de la jerarquía patriarcal –ese poder, hay que decir cada vez, recordando a Foucault-, con lo que se ignora y se contribuye a ignorantizar a la sociedad en su conjunto respecto a que los ‘avances’ y ‘logros’, no solo de la mitad de la población, no vienen de ese poder. Allí se cristalizan y/o distorsionan las transformaciones que críticamente impulsan y promueven organizaciones, colectivos y redes feministas, atendiendo a las causas, problemas y normativas formales e informales que coartan la libertad y la igualdad, la autonomía en suma, por razones de clase, género, orientación sexual, raza, etnia, edad, etc.

Según el Artículo 1° de la Constitución Política de Chile, “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Sin embargo, seguimos viviendo en el país del (des)orden de la aporía instituida consuetudinariamente como normal: “en las repúblicas las mujeres son libres por las leyes y cautivas por las costumbres”. Situación similar la experimentan otros países de la región, como lo corroboró el estudio Partidos políticos y paridad: una ecuación pendiente, realizado en 18 países y presentado en 2011.

El manuscrito inédito de este importante y enjundioso libro de Alejandra Castillo fue reconocido con una mención en el concurso de ensayos latinoamericanos Casa de las Américas en La Habana, Cuba, año 2014.

Santiago, septiembre 2014.

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.