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¿Cuál es el lugar de la felicidad en el neoliberalismo?

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 20.03.2015

Vicente Serrano, destacado filósofo español, hoy académico de la Universidad Austral de Chile, en entrevista con El Desconcierto, entregó su perspectiva respecto a estas preguntas.

– Vicente, tú nos hablas de la necesidad de tener pensamientos y reflexiones profundas para poder vivir mejor ¿Cómo se logra eso hoy?

– Pensar es algo que hacemos todos a diario. Sin embargo, lo que tenemos que hacer es apartarnos del pensamiento que nos inocula. Ahora mismo existe un discurso oficial sobre la felicidad que es una mercancía, que desde luego tiene que ver con las terapias y las autoayudas. Yo creo que ese discurso es desechable y que lo único que hace es mantener una especie de espejismo y seguir a favor de la corriente. El ejercicio del pensamiento debe, por el contrario, seguir la contracorriente. Tener una actitud crítica es el primer paso hacia eso que podemos llamar felicidad, que es un objeto más bien sutil, más delicado y más costoso que lo que nos venden.

– Uno de los grandes males que aquejan a la sociedad actual es su estrecho vínculo con lo superfluo, lo inmediato, lo banal. ¿Qué pensamiento crítico nace desde este contexto social?

– Yo creo que hay muchas actitudes críticas, y una cosa son las actitudes críticas y otra el pensamiento crítico. Lo difícil, y donde pienso que la buena filosofía sigue aportando, no es sólo tener una actitud crítica, sino saber articularla de manera que nuestra vida afectiva se purifique, por así decir, tenga una catarsis respecto de los discursos en torno al poder, en torno a la acumulación, en torno a lo que es nuestra sociedad actual.

«Tener una actitud crítica es el primer paso hacia eso que podemos llamar felicidad, que es un objeto más bien sutil, más delicado y más costoso de lo que nos venden».

– ¿Cómo nos afectan esos discursos?

– La constante carrera de querer siempre más acaba contaminando nuestra vida afectiva, porque yo de algún modo creo que el discurso sobre la felicidad tiene que ver sobre cómo hacemos una especié de estética y ascética de nuestros afectos. Y en definitiva la sociedad actual trata de inculcarnos o que todo gire en torno a un afecto dominante o que todo gire en torno a las relaciones de poder sobre los otros, en lugar de tratar de buscar lo que por ejemplo un filósofo del siglo XVII del que yo me he ocupado, que era Spinoza, llama el afecto de la alegría. Ese afecto de la alegría no está en las grandes cosas, ni en la acumulación, ni en la constante lucha, sino que está en otras cosas mucho más sencillas.

– En nuestros días, el consumo se ha convertido en una especie de doctrina ¿Hasta qué punto te parece que ha entrado en nuestras vidas?

– El tema de la sociedad de consumo es muy antiguo, viene de muy atrás. Yo creo que no es solamente una cuestión de consumo. Todos estamos así por los mensajes, por la publicidad, por la compra. Yo creo que los objetos en sí mismos no significan nada, depende del afecto que haya detrás. Si bien la cuestión del consumo es importantísima, ni siquiera es lo que más nos impide alcanzar eso que se puede entender por felicidad. Yo creo que es nuestra cotidianidad, la rueda tremenda en la que estamos insertos donde se nos inocula, y yo creo que ésa es la palabra.

Vicente Serrano, Doctor en Filosofía

Vicente Serrano, Doctor en Filosofía

– ¿Qué ideas nos inoculan?

– Que este modo de vivir es el único modo de vivir. Lo analizo en términos de afectos porque todos tenemos registro de vida afectiva. El problema es que cada individuo y cada sociedad tiene una jerarquía de afectos, y nosotros muchas veces inadvertidamente, aunque nos parezca lo contrario, tenemos una jerarquía que no hemos decidido, que nos viene impuesta y ésa yo creo que es la clave.

Reestructurar un poco nuestra vida afectiva, saber en cada momento lo que está en juego porque comprar una o dos o tres cosas no es un problema, sino lo que está en juego, que es el motor para el que vivimos. Ese motor no es nuestro, viene de un estado de dominación que no necesariamente pasa por la represión, sino que pasa incluso por la adulación de nuestro propio deseo. Entonces creo que la cuestión es ser capaces de tomar conciencia de nuestro anhelo, gestionarlo, de tener claro qué necesitamos y qué no necesitamos, porque los objetos en sí mismos no tienen por qué ser malos. Es verdad que un exceso de objetos nos hace más inseguros porque tenemos más posibilidades de perderlos y eso es una cosa muy antigua. No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.

– ¿Qué formas de resistencia podemos emplear frente a estos discursos dominantes, asumiendo también, como mencionas, el constante bombardeos de mensajes?

Una práctica ascética, que suena a renuncia pero a la que yo me refiero no es eso, sino la posibilidad de indagar en nuestro interior, en cada decisión que tomamos, en cada relación que tenemos. Cuál es el afecto que nos está moviendo y que está dominando en ese momento. Creo que un regreso a nuestra propia intimidad, a nuestra propia subjetividad, un intento de ser dueños de nuestras propias decisiones, de lo que sentimos, de lo que pensamos, no dejarnos llevar por los eslóganes. Eso es un primer paso.

«Yo creo que los humanos tenemos siempre la capacidad de detenernos, de decir qué es lo que estamos sintiendo y ser dueños de nuestra vida hasta donde se puede(…) eso creo que ya es un paso extraordinario».

– ¿Tú haces referencia al concepto de Amor Subversivo. Explícame de qué se trata esa idea?

No estoy hablando de la idea romántica del amor, que es una idea muy contaminada, que es producto de una construcción que depende de dimensiones ideológicas. El amor del que yo hablo es un amor que por ejemplo Spinoza trató como amor intelectual a Dios, y que es el reconocimiento de que además de nuestro propio yo egoísta, que en el fondo no es nuestro yo egoísta sino que una tendencia general de una sociedad que quiere hacernos ver que somos seres egoístas por constitución incluso biológica, existen realidades exteriores. Es decir, que hay fronteras, que hay límites de nuestro propio deseo, de nuestra propia voluntad de poder y esa realidad exterior nos puede causar alegría.

En definitiva la definición del amor lo que viene a decir es que es una alegría acompañada de una realidad externa, y yo considero que en la sociedad nuestra, básicamente, el afecto que domina es la idea de la voluntad de poder, de querer más y siempre más. No querer objetos, sino esa ansiedad que nos arrastra transfigurada de mil maneras, en discursos distintos. Discursos ideológicos que tienen apariencia de izquierda, por supuesto; y discursos ideológicos típicamente liberales también, sin duda. Todos ellos en el fondo nos obligan a anteponer, pensando que eso nos da libertad y nos da poder, nuestro propio yo frente a la realidad externa. Entonces, reconocer estos límites de nuestro propio yo y que en el contacto con los demás podemos recibir alegría, que esto no es sólo una guerra de todos contra todos o constante competencia, eso es el sustrato del que hablo cuando hablo del amor. Reconocer que los demás no sólo son un enemigo, sino que una fuente de alegría.

«La característica de nuestro mundo globalizado es justamente el dominio total respecto de la persona, que por tanto afecta también a los afectos y ese es el último sustrato que quedaba por someter. Ese dominio ni siquiera necesita la apariencia de la represión, ni utilizarla, mientras funciones mediante otro tipo de mensajes, mientras funcione viralmente».

– ¿Dónde está la fuente de nuestra felicidad, en nuestra razón o en nuestros instintos, pensando en que el alcance de la felicidad es instintivo de todo ser humano?

No podemos salir de los sentimientos, se trata de saber ordenarlos adecuadamente, de manera que cultivemos más la alegría que los que nos van a generar constantemente frustraciones. Si uno desea más de lo que puede y eso es un impulso que nos están inculcando constantemente, pues siempre va a estar frustrado en realidad porque no va alcanzar lo que quieres y si no lo haces lo que descubres es tu impotencia.

Ahora cuando tú sabes que tu impotencia pertenece a un ámbito mucho mayor y sabes asumir ese límite, entra la alegría. Parece muy peligroso decirlo así porque sugiere la idea de resignación. No, es otra cosa. Es el reconocimiento de que pertenecemos a un universo mucho más amplio que nuestras propias inquietudes y que en el encuentro con otros podemos encontrar esa alegría. Es por así decir quitarse las gafas de la voluntad de poder para reconocer las gafas de nuestros propios límites y mirar desde ahí.

– Cuando se llega a un punto tal en que la vorágine nos consume, nos atrapa la inmediatez y perdemos nuestra identidad ¿hay vuelta atrás?

– Siempre. Yo creo que los humanos tenemos siempre la capacidad de detenernos, de decir qué es lo que estamos sintiendo y ser dueños de nuestra vida hasta donde se puede, porque hay muchos elementos y muchas circunstancias que no dominamos. En esa capacidad de adueñarte de tus propios sentimientos y no dejar que te arrastren, el tener conciencia de eso creo que ya es un paso extraordinario.

– Tú hablas de la existencia de un nuevo totalitarismo, un totalitarismo invisible ¿Cómo lo describes específicamente en Chile?

– Chile tiene su propia historia, que yo tampoco conozco tan bien, donde el neoliberalismo se introdujo de forma violenta, con lo cual esa idea del mercado libre pasó por una intervención represiva. Cuando hablo del totalitarismo invisible, en el fondo lo es porque quiere abarcar todas las dimensiones de la vida de los individuos, pero es invisible en la medida que ya no necesita de la violencia.

La característica de nuestro mundo globalizado es justamente el dominio total respecto de la persona, que por tanto afecta también a los afectos y ése es el último sustrato que quedaba por someter. Ese dominio ni siquiera necesita la apariencia de la represión, ni utilizarla, mientras funciones mediante otro tipo de mensajes, mientras funcione viralmente. Mientras nosotros mismos incorporemos en nuestro interior el discurso dominante, en ese sentido, yo hablo de totalitarismo. El modelo de dominio basado en la represión es en cierto modo superado, evidentemente todos los Estados tienen aparatos represivos, pero el tipo de dominio que vemos aquí es ideal para el poder: el dominio consentido, donde el que está dominado consiente con ellos y le parece bien, por así decir.

– ¿Qué cuidados se deben tener con las nuevas generaciones respecto de preservar el instinto de querer la alegría por sobre todas las cosas? Los niños, en ese sentido, no han perdido todavía su identidad, y de haber alguna posibilidad de cambio, gran parte está en sus manos…

Yo te respondería con una cita de Baudelaire: «el genio no es más que la infancia recuperada». La capacidad de asombrarse, la capacidad de aprender. Lo que tienen los niños es un impulso que muchas veces es inmoderado y tienen que aprender a gestionarlo, pero la clave de todo está en la infancia. Es decir, la educación es el verdadero lugar donde hacer una revolución en los afectos. Educar a los niños a que sean capaces de cultivar la alegría, que mantengan una actitud crítica constante respecto de mensajes que se van a meter en su corazón y que les van a conformar, y que sean capaces de tomar sus decisiones afectivas y sentimentales es fundamental.

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