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Cuando decir «¡Viva la diversidad!» discrimina en la cárcel

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 22.04.2015

Logo LeasurEl respeto por la diversidad ha ganado tanta adhesión que hoy los chilenos tenemos una ley que sanciona la discriminación arbitraria, aun cuando la constitución ya protegía el derecho de igualdad ante la ley. En realidad, lo que hace la denominada ley Zamudio es señalar que criterios como la raza, la apariencia personal, la situación socioeconómica y la orientación sexual no son justificaciones razonables para vulnerar un derecho, y no que existe un derecho a la no discriminación. Más que jurídica, la importancia de la ley es, entonces, mediática.

La clasificación, por el contrario, ya no concita mucho entusiasmo. Reducir «lo diverso» a una determinada característica y decir que algo es alguna cosa ha llegado a ser un pecado filosófico, y hoy en día es común escuchar a los escritores diciendo que lo que hacen es «inclasificable», es decir, que no escriben ni cuentos ni novelas ni poesías ni ensayos, sino algo que está entre todos esos géneros. Entre es una preposición que goza de mucho prestigio actualmente.

En es otra preposición que las personas que respetan la diversidad utilizan a menudo. Más que educar, vivir, legislar o hacer políticas públicas respetando la diversidad, hoy por hoy muestra mayor compromiso el que dice que hace todas esas cosas «en la diversidad». La fórmula no destaca por su belleza, pero sus cultores la consideran apropiada porque, según ellos, subvierte la ilusión de que la identidad existe y comprueba que incluso uno mismo es diverso de sí. O algo por el estilo.

Sin embargo, quienes están en la cárcel no saben nada respecto a lo popular que se ha vuelto esta tendencia. Todo el que entra a un recinto penal a cumplir condena es clasificado por un funcionario de acuerdo con su «nivel de compromiso delictual», con el objeto de saber qué clase de persona es y en qué dependencia de la prisión es mejor que viva. Tal cual: mientras algunos ciudadanos están comprometidos con la diversidad, otros están comprometidos con el delito.

Esta es la ficha de una persona a la que no le fue bien en su evaluación:

Clasificación género masculino

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Como se ve, sobre la base de criterios como la forma de hablar, los tatuajes y las cicatrices (las marcas delictuales), y los ilícitos que pueden haber cometido sus familiares, un gendarme clasificó a esta persona entre las que están muy comprometidas con el delito. El problema es que las consecuencias que esto acarrea distan mucho de ser filosóficas.

Supongamos que la persona en cuestión ha sido recluida en la ex Penitenciaría. Diseñado para albergar a 2221 personas, el actual Centro de Detención Preventiva Santiago Sur tiene una población de más de 5200 internos que se distribuyen en quince calles, ocho galerías y cuatro módulos. Estos últimos fueron construidos en 1999 (156 años después que el resto de la cárcel) y están destinados, entre otros, a los uniformados y a quienes han sido condenados por delitos económicos (módulo B), además de a quienes han sido condenados por delitos sexuales (módulo A). Sus condiciones de habitabilidad son notablemente mejores que las de las otras dependencias: mientras que en algunas calles y galerías ocho personas comparten una celda que fue diseñada para dos, en los módulos, cinco se acomodan en un espacio que fue hecho para tres.

Pero las celdas no son lo único que escasea en el CDP Santiago Sur. Los cupos para estudiar alcanzan solo para el 13 % de la población, mientras que las plazas disponibles en los talleres laborales bordean el 7 %. Y todas las personas que acceden a ellos provienen de los módulos y las calles denominados «de conducta» (módulos A y B, y calles 1, 5, 7, 8 y 13), al igual que aquellas que reciben atención psicológica. Estas dependencias se llaman así porque estudiar, trabajar y ver al psicólogo son los requisitos que debe cumplir un preso para que su conducta sea calificada de sobresaliente y pueda acceder a los beneficios intrapenitenciarios, como la salida dominical, la rebaja de condena e, incluso, el cambio de dependencia.

La ex Penitenciaría alberga a 1979 personas muy comprometidas con el delito, 2526 medianamente comprometidas y 870 poco comprometidas[1]. Las primeras viven en las galerías, y las segundas en las calles y los módulos que no son de conducta. Esto quiere decir que 4505 personas no tienen acceso a ningún programa de reinserción social en la cárcel más poblada de nuestro país y, lo que es más grave, ninguna posibilidad de tenerlo (para participar en uno de esos programas es necesario estar recluido en una calle de conducta, pero para cambiarse a una calle de conducta es necesario haber participado en uno de esos programas).

Y es que el «modelo de clasificación y segmentación»[2] de Gendarmería, que determina «cuan internalizados tiene los patrones propios de la “subcultura carcelaria”» una persona, determina, en realidad, el comportamiento que tendrá durante todo el tiempo que dure su condena. Si los tiene muy internalizados, es preferible que no acceda a ninguna de las escasas instancias de reinserción social que ofrece el sistema penitenciario chileno, pues «se espera un comportamiento diferencial según compromiso delictual», es decir, se espera que el paso por la cárcel no modifique en nada eso que sus tatuajes, sus antecedentes familiares y su forma de hablar aseguran que esa persona es.

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* Litigación Estructural para América del Sur

[1] http://bibliotecadigital.indh.cl/bitstream/handle/123456789/639/Informes%20Santiago?sequence=8

[2] http://www.gendarmeria.gov.cl/interior_rein_precluida_modelo.html

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