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El país cambia, la tv no: «Manos al fuego» y la resistencia de la televisión conservadora

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 25.08.2015

En medio de la funesta programación diaria a la que nos tiene acostumbrados la televisión abierta en Chile, parece poco pragmático volcar una dosis de energía a la crítica de una propuesta en específico. Quizás, esa tarea se dio por perdida hace años, cuando Morandé con Compañía cumplía sus primeros 5 años al aire (y no una década, como ahora) y los programas de reality show, en sus más diversas formatos, comenzaban a llenar la pantalla con «nuevos famosos» sin mérito y problemas inventados, profundizando el largo bostezo cultural de las generaciones de la postdictadura.

«Manos al fuego», con ya algunos años al aire, es otra más de esas apuestas de la televisión basura, con nuevos condimentos que la convierten en una mezcla irresistible para las redes sociales: morbo y clasismo, dos recursos imprescindibles de la tele actual, en un formato que responde a la misma inspiración del show de cacería de delincuentes comunes que conduce Emilio Sutherland, «En su propia trampa«. De hecho, César Campos, quien dirige el espacio junto a la española Eva Gómez, trabajó durante tres años con el autodenominado «Tío Emilio», lo que explica la fascinación del periodista por la persecución y las cámaras ocultas. 

En su primera temporada como «paredón público moderno», Manos al Fuego lanzó a la fama a Rocío, una estudiante universitaria a la que Chile entero condenó por infiel. Memes, entrevistas y comentarios de farándula siguieron durante meses a la joven, que incluso fue apuntada como «niña símbolo» del programa por los medios de comunicación, sin que ninguno de los hombres infieles que han pasado por el espacio vivieran algo similar.

Durante los últimos capítulos, en tanto, volvieron «célebre» a una parvularia antofagastina llamada Marcela, que engañó a su novio y fue motivo de burlas en las redes sociales por sus coqueteos. En entrevistas recientes, la mujer ha asegurado que tras la emisión del programa, sus hijos de 19 y 9 años reciben burlas constantes. «Se ríen de mi persona y profesión. Vivimos en una sociedad tan machista que todo lo cuestiona. Es hora de que sepan que las mujeres nos liberamos, salimos a trabajar y tenemos derecho a coquetear», argumentó.

La última temporada también hizo polémica desde la transfobia: durante el primer capítulo, le ganaron a la dura pelea por el rating con la figura de Priscila Bastidas, una venezolana transexual que fue utilizada como anzuelo para hacer caer a un infiel. «Es un él», certificaba erróneamente, una y otra vez, el animador, mientras se aguantaba la risa por los coqueteos del hombre heterosexual a Priscila. «¿Bonita o bonito?», se preguntaba con sorna. Luego de eso, el Movilh se reunió con ejecutivos del canal y estos aseguraron que «tomarían precauciones», porque la presencia de transexuales seguirá siendo un recurso del programa. ¿Alguien les cree?

 

Otro ingrediente fundamental de la propuesta es el clasismo, a estas alturas el sazón fundamental del espacio. Hasta ahora, «Manos al fuego» no ha expuesto en ninguno de sus capítulos a hombres o mujeres de perfil ABC1, por ejemplo, casi como si la infidelidad fuera una cuestión de clase, tal como Emilio Sutherland enfrenta a la delincuencia desde su pintoresca tribuna en Canal 13. «Lo divertido», más bien parece ajustarse en la idea de ver a un sujeto vistiendo la camiseta de Colo-Colo y «cayendo» en la trampa con un transexual.

«Hasta ahora, «Manos al fuego»no ha expuesto en ninguno de sus capítulos a hombres o mujeres de perfil ABC1, por ejemplo, casi como si la infidelidad fuera una cuestión de clase, tal como Emilio Sutherland enfrenta a la delincuencia desde su pintoresca tribuna en Canal 13».

Quizás, lo más paradójico del programa es que se constituye como una especie de juez de la cultura monogámica, un referente ético que premia con dinero «las buenas actitudes» de la gente en pareja o que simplemente humilla a quienes, desde su perspectiva, han errado, promoviendo la condena pública -hola, redes sociales- y la burla. Esto, después de planificar una minuciosa estrategia que llevará a uno de los hombres o mujeres puestos a prueba a mirar o desear a otros.

A estas alturas, seguro no hay ejecutivo de televisión que no reconozca el boom de audiencia que provocan el sexismo, el clasismo, el morbo y la persecución de los programas televisivos en acción, pues cada uno de los capítulos de «Manos al fuego» se ha convertido en lo más visto de la parrilla de la televisión abierta durante sus respectivos días de emisión.

Niveles de audiencia que espantarían a los más optimistas defensores del cambio que los movimientos sociales han provocado en el espíritu de Chile, pero que finalmente confirman que los medios siguen formando parte del ala más conservadora de este fundo llamado país: esa que, contra nuevas leyes, debates y marchas, insistirá en perpetuar diversas formas de discriminación, sexismo y prejuicios, adaptando las viejas ideas a los nuevos tiempos.

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