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Afrochilenos, los invisibles de la nación

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 19.09.2015
Si la presencia indígena no podría ser negada por una nación que nacería reclamándose “blanca”, despreciándolos y sometiéndolos, la población afrodescendiente sería, simplemente, invisibilizada. Por generaciones, los niños serían educados en la idea que en Chile, simplemente, no había negros.

Se dice que el 5 de julio de 1536 Diego de Almagro descubrió Chile. Si seguimos por un momento la torcida idea del descubrimiento, habría que añadir entonces que además del conquistador europeo, blanco, hombre, militar, Chile fue descubierto también por una mujer, negra, africana, esclava. Se llamaba Margarita y era parte de la expedición de Almagro.

Fue así que llegaron los negros a Chile. Antes que Chile fuera Chile, antes que comenzara a formarse la identidad dominante modelada por la imaginación de unas oligarquías extranjerizantes y racistas que gustan disfrazarse de dueños de fundo para el 18, antes incluso que se formaran los modos de la discriminación moderna, en Chile ya había negros. Eran esclavos.

Esclavitud y trata negrera

Según informa una cronología del sitio memoriachilena.cl, en 1558 negros, mulatos y zambos constituían el 20% de la población chilena. En torno a 1600, la crisis de la mano de obra indígena estimuló el ingreso masivo de esclavos africanos. En1702 se estableció la Real Compañía de Guinea, empresa de origen francés dedicada al comercio de esclavos. En 1713 se firmó el tratado entre España e Inglaterra que permitió el ingreso de 400 esclavos anuales desde Buenos Aires a Santiago y Lima. En 1777, el censo del Obispado de Santiago daba cuenta de 38.240 habitantes en la ciudad: 15,2% mulatos y 3,6% son negros; en 1804 la Corona española extendió la libre importación de esclavos al puerto de Valparaíso. Por iniciativa de Manuel de Salas se aprobó en 1811 la ley de libertad de vientres, según la cual ningún esclavo nacería en Chile y en 1823 fue abolida legalmente la esclavitud en Chile. La cronología sobre la esclavitud negra concluye allí. El sufrimiento de los afrochilenos no.

A partir de allí vendría una forma de negación diferente. Si la presencia indígena no podría ser negada por una nación que nacería reclamándose “blanca”, despreciándolos y sometiéndolos, la población afrodescendiente sería, simplemente, invisibilizada. Por generaciones, los niños serían educados en la idea que en Chile, simplemente, no había negros. La retórica patriótica podría enorgullecerse de los triunfos militares en las guerras contra Perú y Bolivia, pero dejaría rigurosamente al margen la masa de población de ascendencia africana que se incorporaría al país expandido.

Y es que los negros han formado parte de la nación en unos modos que la cultura del poder no desea recordar. Desde la esclavitud, ellos han ingresado en la historia de Chile vinculados de forma profunda al desarrollo del capitalismo: como mano de obra esclava, como parte de un proceso de trata que hizo de este país un territorio de reproducción y traslado hacia otros puntos del planeta, como pueblos conquistados tras el proceso de expansión capitalista que involucró la Guerra del Guano y del Salitre de 1879 (eufemísticamente llamada “del Pacífico”) y hoy principalmente como población inmigrante desde países de nuestro continente.

Ello fue especialmente claro en un par de regiones del país, donde tuvieron fuerte incidencia en la economía colonial. Se sabe que desde la segunda mitad del siglo XVIII Valparaíso se perfiló como un importante enclave militar y urbano de creciente tráfico mercantil. Como establece la investigadora Teresa Contreras, “además de otras mercancías, se vendían hombres y mujeres que sufrían la esclavización. Unos eran “bozales” traídos de África y otros fueron considerados “criollos-ladinos” pues habían nacido en Hispanoamérica. Para llegar al puerto desde Buenos Aires, la travesía por mar duraba semanas rodeando el Cabo de Hornos y por tierra era aún más largo pues se caminaba hasta Santiago para, luego del duro cruce cordillerano, enfilar hacia la costa.”

La historiadora Montserrat Arré, por su parte, muestra que la élite de Coquimbo, “terrateniente, minera y comerciante, fue el grupo social que detentó mayormente la utilización de esclavos. En base a ello, se puede rastrear la esclavitud de origen africano en los diferentes espacios que utilizó esta clase pudiente: haciendas, estancias, minas e ingenios, villas y en la ciudad de La Serena, en su puerto y comercio. Dentro de este espacio, el tráfico de esclavos, especialmente el de mulatos de «reproducción» local, aparece como un circuito comercial de seres humanos, los cuales salían del seno de las familias de grandes y pequeños comerciantes y terratenientes al mundo de la trata local, y en ocasiones interregional, el cual funcionó hasta la abolición de la esclavitud en Chile, y que mantuvo a los esclavos «atados» principalmente a la élite por la dinámica de venta que operaba”.

Huellas de la guerra

En Arica y Azapa la actual presencia afrodescendientes se relaciona directamente con las consecuencias de la Guerra del Guano y el Salitre. Como se recoge en el documental El Valle de los Negros, en proceso de realización por el Colectivo Rectángulo, tras la guerra el Estado de Chile puso en marcha el proceso de “blanqueamiento” que dio sentido racial y discriminatorio a la llamada “chilenización” del norte.

Llama la atención, especialmente, el testimonio de la abuela Rosa, que narra técnicas como marcar las puertas de los hogares donde vivía un hombre negro, que sitúan en nuestro país, en un pasado dolorosamente cercano, mecánicas que usualmente asociamos a la represión nazi sobre el pueblo judío en la Alemania que se aproximaba a la II Guerra Mundial.

La invisibilidad y la negación del censo

Esos mismos negros, sus hijos, sus nietos, han animado el movimiento por el reconocimiento. La suya ha sido una lucha contra la invisibilización radical, pues a ellos se les ha negado lo más básico: la elemental existencia en la cuenta censal. Como ha dicho el investigador de la CEPAL Martin Hoppenhayn “existe un círculo vicioso con el tema afrodescendiente en Chile, que consiste en que mientras no hayan datos de algún tipo de encuesta de condición socioeconómica, entonces no existe la evidencia cuantitativa que sirva de base y mientras no se cuente con esa evidencia tampoco habrá conciencia y, al no haber conciencia no hay urgencia y mientras no haya urgencia no se incluye.”

Quizás ese olvido mencionado se relacione con la dificultad de sujetar a los afrodescendientes a la idea esencialista de “pueblos originarios” como forma normalizada de inclusión étnica. Si ya es bastante dudoso que la identidad de un pueblo se pueda referir a una situación originaria, en el caso de los negros, la mentalidad nacional está exigida a aceptar su presencia en nuestra historia a partir de aquello que ha eludido más sistemáticamente: la mezcla, la impureza, los incesantes procesos de transculturación que nos han constituido siempre muy lejos de la utopía purista de unas elites que se reclaman parte de la modernidad occidental blanca.

Ellos no pueden reclamar una ubicación originaria, su localización en el contexto americano no puede disfrazarse de ninguna  circunstancia “natural”: no estaban antes, no llegaron espontáneamente, ni siquiera vinieron por su propia voluntad. Su negación es una forma de ocultamiento de todo un proceso de construcción de la riqueza en nuestra historia. Por eso los excluyen, porque reconocerlos implicaría reconocer que la historia de la desigualdad en Chile es, también, la historia de una de las más terribles conductas de la empresa capitalista: el comercio de seres humanos convertidos en “carga” de barcos mercantes, en “bienes” transables, en ganado de reproducción.

Esa negación ha llegado hasta el país “inclusivo” de la posdictadura y apela, ajustada a los tiempos, ya no a la vieja retórica discriminatoria sino a una fría indicación tecnocrática. Como consignó Cristian Báez en el blog Afrochilenos en 2011, después de “un sinfín de reuniones con diversos organismos de Gobierno” como la Presidencia, Mideplan, Secretaria General de Gobierno, Economía (de la que depende el INE), además de representantes del municipio de Arica, la Gobernación Provincial, el Intendente de la región de Arica y Parinacota, el diputado Orlando Vargas y el senador Fluvio Rossi, la posibilidad de incluir a los afrodescendientes en el censo de 2012 fue negada por el INE aludiendo a “temas técnicos”.

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